24 ABRIL 2021

© 1982 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
1982
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-35 MM- TRI X 250
Soporte de copias
ILFOBROM GALERY FB
Viraje
SELENIO
Tamaño
17 x 27 cm
Copiado máximo en soporte baritado
1
Fecha de diario
2021-04-24
Referencia
1808

DICCIONARIO DEL TONTO

TONTO: adj. y s. “[Persona] de poco entendimiento o inteligencia”. RAE
Es la que mejor me viene, aunque La Real Academia incluya catorce o quince acepciones más.
De mi propia cosecha añadiría: “Tonto es aquel que no se ha tomado la medida a sí mismo y actúa con engreimiento y vanidad”.
Yo soy un Tonto sin paliativos, pero no tengo pruebas documentales (certificados médicos, estancia en clínicas o centros especializados y cosas semejantes). Lo sé desde siempre, y la apreciación nunca me generado ninguna duda.
En el mundo de la deficiencia mental hay diferentes patologías y formatos, sin incluir los que tienen taras fisiológicas o clínicas de nacimiento, que no cuentan en la entrada de hoy.
Están, por ejemplo, los que parecen normales pero no lo son: serían los tontos vocacionales por determinación y carácter que cultivan la tontería con voluntad y persistencia y que, lamentablemente, suelen tener éxito en su empeño. Entre esos no creo estar, solo me faltaba.
Luego, los que lo son por una simple falta de facultades, entre los que me encuentro.
Los atributos con los que nace una persona, y la capacidad mental es una de ellas, pueden ser excepcionales, normales, escasas o decididamente deficientes, como es mi caso.
Las pruebas más antiguas que recuerdo se remontan a mi época escolar: era incapaz de asimilar cualquier proceso mental basado en la lógica y el raciocinio, y daba igual si era de letras o ciencias. Era incompetente en todo. Mi hábitat natural era el de la última fila de la clase (zona de torpes).
Mis padres, que fueron de las mejores personas que he conocido pero que no se caracterizaban por una gran inteligencia (aunque más que suficiente y desde luego superior a la mía), se dieron cuenta enseguida de que tenían un problema conmigo y desde los siete años comenzaron a llevarme a profesores de refuerzo (asistí hasta los catorce; tuvieron que dejarme por imposible). No consiguieron nada, el aprendizaje me estaba vedado.
Tampoco tenía otras cualidades, como el deporte, manualidades, desinhibición social o cualquier otro valor. Por si fuera poco, era tímido, cobarde y soso. Mi caso era integral y excepcional, digno de estudio, pero como no tenía rasgos físicos que me definieran como retrasado, nadie se daba cuenta. Era engañosamente normal.
Para completar el cuadro clínico, no solo me fallaba la inteligencia objetiva, sino, también, la emocional. No he conocido a nadie con mayores deficiencias en inteligencia emocional que yo mismo.
No exagero, juro que es así por todos los Dioses que en el mundo han sido: ahora ya sabemos que han muerto todos, la inteligencia ha acabado con ellos.
El tormento no acabó al finalizar la época escolar, luego, a lo largo de toda mi vida, me ha pasado lo mismo.
Cualquier avisado podría preguntarse cómo he conseguido sobrevivir y llegar a viejo de un modo razonablemente confortable. Yo también, pero lo siento, no hay respuesta clara y definitiva ni para los avisados ni para mí.
Tal vez, la falta de inteligencia fue una aciaga circunstancia de nacimiento que me vino dada (nací así, voluntariamente yo no hice nada que me abocara a la deficiencia), sin embargo, no fue así en el aspecto físico, también de nacimiento, porque, sin ser deslumbrante, fui siempre bastante “aparente”, lo que me permitió disfrutar de un cierto atractivo que ha hecho que las mujeres me tuvieran en cuenta y me ayudaran a sobrevivir y a parchear mi siempre frágil autoestima. Eso fue tremendamente importante para mí. Menos mal.
Sin las mujeres yo no habría podido soportarlo. Les debo mi supervivencia y la vida misma y a mi madre la primera, que me parió, cuidó y hasta me buscó el trabajo que me permitió mantenerme (yo, por mí mismo, no habría sido capaz).
Amo a las mujeres (y, además, me gustan mucho), pero que nadie se llame a engaño, nunca he vivido de ellas, sino con ellas.
Creo que hay una única razón consciente a mi favor y es, simplemente, que como siempre he odiado mi suerte de Tonto, he luchado a brazo partido para disimular e incluso dármelas de enterado, y para ello utilicé como apoyo una voluntariosa y persistente afición a la cultura (improbable e infrecuente para un Tonto). Gran recurso es la cultura para los que no hemos estudiado nada. A ella se puede acceder libremente, sin exámenes, ni títulos, ni nada. En el colmo del envanecimiento y el adorno, me dije: -no vale solo con jugar la baza del conocimiento diletante: me haré artista, que es una mejora de gran sofisticación, e incluso me curará de la incompetencia- (nadie puede pensar que un artista pueda ser Tonto, creía entonces). Pero claro, ahí me pasé: a artista no podía llegar porque excedía sobradamente mis capacidades; sin embargo, el intento me ha entretenido mucho.
Alguien podría decir que como Tonto soy un impostor, porque escribo, pero eso no sería un argumento porque escribir puede hacerlo cualquiera (incluso los tontos lo hacen), ya que  para  escribir tan solo se necesita la voluntad de hacerlo.
Y ahora, lo mejor de todo, es que ya me da igual ser Tonto, me siento fuera y ajeno de esa categorización. El saberlo y recordarlo tan solo me provoca una distante y melancólica sonrisa.
La Fotografía: Fotografía de 1982 (29 años). En ese tiempo inicié mi década prodigiosa de amoríos, gozo sentimental y sexual. Luego siguió yéndome bastante bien porque mi aspecto físico se mantuvo a pesar de los años que me iban cayendo encima. Creo que mi relativo éxito con el mundo femenino no se debía tanto a mi aspecto como a que siempre he admirado a las mujeres, respetado y dedicado lo mejor de mi manera de ser. Ellas, generosas, creo que lo entendieron así y supieron disculpar mis deficiencias: las propias de un Tonto. Mi relación con las mujeres siempre ha sido inmejorable (jamás me he sentido menospreciado por ellas, todo lo contrario, siempre respetado y querido). Por si fuera poco mi éxito en este sentido, llevo treinta años conviviendo con la mejor mujer del mundo. A pesar de ese supuesto éxito, tan solo físico, lo habría cambiado, sin dudarlo, por un poquito de inteligencia. Mejor, mucho mejor inteligente y feo que supuestamente guapo y Tonto. La inteligencia mejora con el conocimiento y la experiencia vivencial diaria, y así hasta el mismo umbral de la muerte; sin embargo, lo físico empeora cada día con el paso del tiempo (y, encima, la tontería no tiene cura, ni siquiera mejora diferida).

Pepe Fuentes ·