1 JULIO 2022

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2022-07-01
Referencia
8874

LOS DÍAS (19)

Jueves, nueve de junio de dos mil veintidós
Normalmente, no acudo a actos públicos, sencillamente porque no me gustan y porque nadie me invita, ni puñetera falta que hace.
Un día, no hace mucho, un viejo conocido me envió un mensaje para pedirme que participara en una muestra de Manos Unidas, previa donación de una fotografía para fines benéficos de esa organización. A mí no me interesa participar en exposición alguna de fotografías mías, sea individual o colectivamente. En realidad, a mí no me interesa nada que tenga que ver con el mundo. Yo soy un moribundo y a nosotros, los moribundos, lo único que queremos es que nos dejen en paz. También me animé a ir por si me reencontraba con alguien que me apeteciera y a ser posible con alguna mujer que me gustara. Los expositores podrían ser gente de mi edad, dado el convocante, y no sé, hubo mujeres en los ochenta y noventa, artistas en mi ciudad, que me gustaban. Pero, nada más entrar comprobé que allí era imposible que hubiera alguien que me interesara. Por si fuera poco el sofoco, enseguida pude percatarme que ese asunto de Manos Unidas tenía un fuerte componente católico (yo no lo sabía). En el acto, un tipo soltó un rollo interminable leído de un autor que no recuerdo. Había un militar de modesta graduación y un cura que terminó bendiciendo la exposición y en el colmo de la apoteosis clerical todos rezando un padrenuestro (mira que, como encima no se venda mi fotografía, -me dije- es para matarme).
La calidad de las obras expuesta baja muy baja (eran donaciones abaratadas). La mía también era así, aunque era como una cualquiera de las mías (no busqué desecho). No doy más de sí…
La Fotografía: El acto social y oficial. Solo saludé a un antiguo conocido (más bien, viejo, ya somos todos viejos), amigo de otro tiempo y uno de los mejores artistas de la ciudad. El saludo fue frío, por su parte y por la mía (él lo es desde siempre, pero yo lo soy más todavía). Nos ignoramos, tan ricamente. El organizador me presentó a dos de los expositores, pero no les hice mucho caso (ellos a mí tampoco), porque tenían cara de muertos (sosos, pálidos y provincianos). Ellos no sabían que estaban muertos porque los muertos no se enteran de nada (lo dice un amigo mío). También me presentaron a una mujer con un vestido rojo que me alegró la vista y enseguida me dispuse a explorar opciones preguntándole si tenía alguna obra colgada, me dijo que no, que era la mujer de uno de los muertos, lo que hizo que me desentendiera en el acto. Me largué de allí sin despedirme maldiciendo la mala idea de haberme acercado. No repetiré semejante pantomima. Regresé exactamente una hora después y fui y volví andando.

Pepe Fuentes ·