LOS MICROVIAJES: Madrid (y 4)
(domingo, diecisiete de julio de 2022)
… Después de Katz, dimos una breve vuelta por la colección permanente del Museo (a mí me gusta esa digresión cuando visito exposiciones temporales, es como un lujo, un homenaje, una exquisita culminación que eleva la calidad de la visita).
Luego, nos acercamos a las inmediaciones de Atocha (mi tren salía a las 20:50) y Carmen tenía aparcado su coche cerca. Para hacer tiempo (quedaban casi dos horas), nos sentamos en la terraza del Reina Sofia a tomar bebidas frías (limonadas).
Charlamos de todo un poco: de la amistad, del amor, de viajes, de la memoria, apenas del futuro porque era una conversación desigual (ella todavía tiene, yo apenas). Lo magnífico entre nosotros, o al menos eso me parece, aunque nunca se sabe del todo lo que representamos para otra persona, es, por un lado, que nos respetamos sinceramente y por otro, que no se divisan intereses que vayan más allá de compartir unas horas, despreocupadamente, con gusto, gozando de nuestra mutua compañía, sin más. Además, sabemos que podemos contar el uno con el otro ¡Qué más se puede pedir!
A las nueve y media, doce horas después, crucé de vuelta el umbral de mi casa.
La Fotografía: Carmen, con una expresión muy suya: una media sonrisa que denota una cierta ironía y que suele esbozar cuando urde estrategias fatales, de las que podemos ser damnificados cualquiera: un amigo como yo, o un novio, o un eventual e improbable enemigo, o incluso ella misma, ya que tiene un agudo sentido del humor (esa cualidad no existe sino va dirigido, primero, hacia uno mismo). Su gesto es peligroso y divertido al mismo tiempo. Me lo paso estupendamente con ella, siempre que nos vemos o cuando tan solo hablamos por teléfono, lo que hacemos frecuentemente. Ha sido una suerte conocerla.