10 AGOSTO 2022

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2022-08-10
Referencia
9978

DIARIO ÍNTIMO 29
Miércoles, diez de agosto de dos mil veintidós

He llegado al penúltimo acto de mi vida. No, no es que quiera ponerme melodramático, es tan solo, y nada menos, que cumplo sesenta y nueve años. Bukowski dijo: “No dejes que nadie te diga lo contrario. La vida comienza a los sesenta y cinco” (él murió a los setenta y tres). Y yo añado: la vida no continúa a partir de los setenta. Dentro exactamente de un año y un minuto ya no viviré (al menos airosamente). Esto supondría que la mía tan solo duraría cinco años, siempre según Bukowski. A juzgar por los síntomas e indicios que estoy experimentando ahora, creo que después de un año ya estaré completamente fuera de juego, de cualquier juego, es decir, dará igual seguir respirando o no.
Inapelablemente, seré carne de asilo, y, tal vez no por deterioro físico o senilidad mental sobrevenida; sino por falta de impulso para seguir levantándome por las mañanas. Lo resume lúcidamente Fernando Aramburu en Los Vencejos (memorable novela): “…Prefiero, por razones de salud, la calma del solitario, del indiferente, del que sobrevive en la soñolienta paz de una fatiga crónica. Nada de cuanto acontece a mi alrededor me interesa. Ni siquiera me intereso yo mismo”. Fernando Aramburu
Hoy cumplo sesenta y nueve (qué ironía erótico-festiva con tan poca gracia, precisamente cuando mi forzada abstinencia se ha convertido en crónica).
Mis antecedentes familiares son inquietantes: mi abuelo paterno, llamado como yo (pepe fuentes), murió a los sesenta y nueve, un treinta y uno de agosto (si me atengo a esos mágicos y terribles presagios, tan solo me quedan veintiún días). No, no es tan tonto lo que digo, porque mi madre y la suya (mi abuela) murieron el mismo día de noviembre, aunque en distintos años.
A ver, la clave no es tanto de pervivencia física, porque esta puede ser de una banalidad insufrible y un sinsentido mortalmente aburrido; sino de calidad vivencial. Para qué vivir si no tienes nada interesante qué hacer con tu vida. Si eso es lo que sucede, mejor no seguir. En el hipotético y afortunado caso de que sí desees hacer, desde luego con más de setenta años, habrá una confabulación mundial para reprimirte y aislarte. Serás un puñetero marginado sí o sí, te guste o no. Nadie admitirá un posible proyecto propio, por muy brillante que pueda ser; ninguna mujer querrá tener relaciones contigo (de sexo, mejor ni hablar); y tampoco nadie estará dispuesto a compartir contigo su tiempo. Salvo los de tu edad, que claro, como son unos muermos y jodidos viejos a ti tampoco te interesarán.
Sospecho que es preferible morirse antes de que la espesa niebla de la invisibilidad te cubra y los dolores inclementes aparezcan para hacerte sufrir. Como el protagonista de Los Vencejos, de Aramburu, me parece interesante el fijar una fecha para acabar con todo. Yo, casi que prefiero un año para así tener más margen de actuación, ese año podría ser el número setenta de mi calendario, es decir a partir de un año exacto.
Pues nada, con esta prórroga que me concedo a mí mismo, a ver si soy capaz de pasarlo bien durante mi año setenta (como diría Naty), que inauguro hoy mismo.
“La vejez no sirve para nada”. Henri Roorda (Mi suicidio).
PS: Curiosamente, después de escribir este texto, me encontré con una cita de un autor recién descubierto y que me tiene fascinado: Marcelo Lillo (Chileno, 65 años), y que, en la entrada de Wikipedia, que recoge citas propias, afirma refiriéndose a sí mismo: “Yo no tengo tendencia a la obscenidad, y la vejez es obscena. Yo llegó hasta los 70 años y paremos de contar». Marcelo Lillo
La Fotografía:
¡¡¡Joder!!! En esta fotografía tengo un tono de piel que se parece peligrosamente a la de un muerto. Quizá lo estoy, aunque me empeñe en que No. Haré una encuesta entre mis amigos (pocos) a ver cómo me ven ellos (si vivo, muerto, o medio vivo o medio muerto). Les enviaré un cuestionario. También puedo ir al consultorio médico para que me ausculten y me den un certificado o fe de vida, o me deriven al tanatorio. Ya veré.

Pepe Fuentes ·