LOS DÍAS (25)
Martes, doce de julio de dos mil veintidós
Doce y diez.
Me he levantado (7:30) especialmente cansado. El calor me impidió dormir bien. También creo que mi fatiga tiene que ver con los muchos años que tengo; y, fatalmente, con mis sensiblemente mejorables circunstancias personales (no merece la pena hablar de ello, carecen de interés por corrientes y sabidas).
Me pregunto de qué modo las dos últimas fatalidades pueden interrelacionarse entre sí para que todo mejore un poco (o, todo lo contrario). No me he contestado.
El caso es que poco antes de las ocho me he echado a la calle, a caminar sin ganas (tiene que ver con disciplinas saludables y en absoluto con el placer). He optado por la ciudad. A medida que me acercaba he pensado en zigzaguear por calles y callejones al buen tuntún, o mejor siguiendo pautas transversales siempre, para estar en sintonía conmigo mismo.
El audible emitía una excelente biografía de Andy Warhol, de Jean-Noel Liaut, obra que me produce un asombro constante por las dimensiones y complejidades de un personaje tan prodigioso como el biografiado.
En el momento de máximo esplendor y decadencia de Warhol, yo tendría que haber estado muy atento al movimiento Warholiano, sin embargo, en aquellos años, yo no me enteraba de nada (después, tampoco).
Mi improvisado paseo, inesperadamente, estaba resultando increíblemente entretenido. Sentía, a medida que caminaba, que me tonificaba. Tanto, que he pensado en reincidir cuando no esté conmigo Charlie Brown porque para él la ciudad es molesta y poco estimulante.
Yo, sin embargo, me asombraba, tontamente, al explorar un callejón llamado: siete revueltas, que solo tenía una (no encontré las seis restantes); o la cuesta del Bisbis, nombre inexplicable para mí. Por doquier, había matices de luz combinadas con esquinas y texturas que me resultaban interesantes y fotografiables. Volveré cualquier otra mañana.
La Fotografía: Uno de los callejones, recurrente y alegórico del tipo de paseo anómalo que me gusta hacer de vez en cuando.