LOS DÍAS (35)
Viernes, nueve de septiembre de dos mil veintidós
Todavía de noche decidí llevar la cámara en mi paseo matutino, sin Mi Charlie. Pensé en fijar los movimientos cromáticos que se sucedían en el cielo en el amanecer y prenderlos en el espacio-tiempo de mi paseo del día. En el cielo, con el sol en contraluz, se representaba una supuesta realidad evanescente, fugaz, distinta, trascendente y trivial por efímera, y todo al mismo tiempo. Era un espectáculo sin importancia, pero serio e inimitable. Mi papel tan solo consistió en tomar la decisión de participar en los sucesos lumínicos, levantando la cámara hasta los ojos de vez en cuando. Fue la única manera que se me ocurrió de testimoniar que respiro y que todavía me queda un ápice de absurda confianza en mí mismo…
La significación del empeño radicaba, precisamente, en que era la antítesis de cualquier idea de excepcionalidad y, por consiguiente, contenía una perfecta metáfora de lo que es mi vida ahora mismo.
La Fotografía: La condición de esta y dos fotografías más que he elegido fue plasmar el componente azaroso del día y fotografiar como si la singular, pero posible, combinación de nubes, velocidad del viento, atmósfera que ordena la luz y la paleta de colores adquiriera, por el mero hecho de reencuadrar la escena, la cualidad de insustituible y necesaria.