DIARIO DE VIAJE: Al Noreste
Día 6.2 Domingo (09.10.2022)
… De la Colegiata al Castillo. Llegué después de las diez y los turistas estaban tomando por asalto la fortaleza. Generalmente apenas miro a las gentes que hacen lo mismo que yo, en el mismo sitio y a la misma hora. Algún tipo de corriente simpática o empática debería unirme a ellos, pero no, eso no sucede (salvo que haya una mujer que me guste). Coincidí en la misma entrada con una pareja en la cuarentena con pinta de moteros (la estética de los moteros es peculiar y característica, determinada por su medio de transporte (toda una cultura propia), y que parece moderna, alternativa y aventurera, pero en realidad no sé si es así, o, todo lo contrario). Desconozco a los moteros, de tan marcada personalidad y modo de estar en la vida, generalmente gregaria. No sé por qué digo esto porque mi más antiguo gran amigo (cuarenta años ya), es motero, pero no lo parece (casi nunca hablamos de motos y a mi casa, en sus visitas frecuentes, no trae la moto ni el casco y tampoco luce tatuajes). La chica de la pareja protestaba airadamente al portero del castillo por algo que no conseguí entender bien (creo que tenía que ver con el terminal de pago de la tarjeta con el que pagaban la entrada). Él permanecía en silencio. Más adelante, a lo largo de las distintas partes de la visita, en las que coincidí con ellos, ella marcaba el ritmo e indicaba lo que tenían que mirar o hacia dónde debían dirigirse. Él permanecía en silencio. En algún momento, ella y yo cruzamos algunas palabras a propósito de lo que estábamos viendo. Él permaneció en silencio. Después de la visita a la fortaleza coincidimos en un punto desde donde se divisaba una panorámica de las murallas y el castillo. Ella y yo nos saludamos e intercambiamos sonrisas de reconocimiento. Él permaneció en silencio. Ella decidió en qué momento se marchaban. Él la siguió en silencio. Hay parejas en las que la mujer dirige abusivamente los movimientos de ambos. A pesar de que entre ella y yo hubo algún tipo de corriente empática, no me cayó bien del todo porque no me gustan las personas tan omnipotentes y determinantes. O quizá no era eso, sino que el motero era mudo, pero eso no lo supe. Hubiera podido, e incluso deseado, continuar el viaje ese día con esa mujer. Después, ya no.
Creo que se me ha ido un poco la cabeza porque hoy tendría que estar hablando del Castillo de Berlanga, construido en 1527 (lo más importante que sucedió en esa noble localidad tuvo lugar en los primeros cincuenta años del siglo XVI). Aprovecharon los muros de la alcazaba califal del siglo X. La historia y la monumentalidad arquitectónica, como es sabido, es una superposición de tiempo y cultura. Ahora, a nuestros ojos, no hay prácticamente nada que sea puro, incontaminado, primordial, ni falta que hace, todo lo contrario…
La fotografía: La visita resultó un tanto decepcionante. Nada de lo que vi dentro del castillo me llamó especialmente la atención; por eso la fotografía de hoy es una panorámica lejana. Me entretuve, ya fuera del recinto, buscando un plano general que resaltara sus espectaculares formas. Fotografié, sí, pero me dio la sensación de que el resultado quedó muy lejos de mis propósitos.