20 DICIEMBRE 2022

© 2022 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2022
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
DIGITAL 50
Fecha de diario
2022-12-20
Referencia
1084

DIARIO ÍNTIMO 38
(después de doce días de silencio, volvimos a cruzar mensajes…1)

Viernes, nueve de diciembre de 2022

Sin sombra de duda, lo más significativo que me sucedió en este viernes, fue que ella emitiera una señal, una prueba de existencia y presencia. Para bien o para mal, eso está por determinar.
Yo, me enfadé volcánica e irremisiblemente el veintiocho de noviembre. Eso comportó que bloqueara su WhatsApp (una semana me duró el monumental enfado). El octavo día empecé a sentir su ausencia porque empecé a olvidarme de mis justas e innegables razones. Por ejemplo, cuando ella me dijo que no leía mis mensajes por consideración, para que no me ahorcara frente a ella con mis “pavorosos y venenosos mensajes”. Retorcido sofisma, engañoso y equívoco con el que proclamaba su inocencia frente a mi culpable agresividad. En realidad, no era otra cosa que colocarme a mí la culpa de su desatenta actitud. Con eso ya no pude, era demasiado para mi maltrecha paciencia. Contesté, cargado de indignadas y justísimas razones: -está bien, no volverás a saber de mí-.
El problema del tremendo desfase de comunicación entre nosotros siempre radicó en que nos movíamos en planos de la realidad paralelos y distantes. Nuestros intereses nunca convergieron en ningún punto y así es imposible entenderse con nadie (ella, teñida del tono rosa de la vida es bella; yo, de un naturalismo gris tirando a negro). Poco a poco, la inclemente realidad remarcó perfiles y texturas existenciales, colocando valores e intenciones en perspectivas más ajustadas y ciertas. No obstante, como la lucidez es el último valor al que se accede cuando solo quieres creer en los sueños, a mí, todavía me quedaban varios estadios que superar.
Por lo pronto, tendría que acceder a la vasta región del olvido y atravesarla.
Como a esa frontera no había llegado y todavía necesitaba contar con su ausente presencia, porque, a pesar de todo, me aportaba un contrapunto vivencial estimulante, ocho días después desbloqueé su WhatsApp. Cometí una grave deslealtad hacia mi decisión, sin titubear, anhelante y sin culpa; eso sí, sin enviar ningún mensaje de texto. Más que sospechar, empiezo a estar persuadido de que estoy aquejado de una extraña variante de dependencia emocional. También sentimental, me pregunto. Probablemente, pero eso no lo sé a ciencia cierta. Puede que sí; o tan solo sea una quimera amorosa de la edad tardía, la peor posible para estas afecciones.
En mi fuero interno esperaba que se percatara del gesto y que dos o tres días después me enviara un mensaje. Que apareciera con alguna de sus exhibiciones de prestidigitación, como siempre hace y que a mí siempre me dejan infantilmente boquiabierto.
Desde hace unos meses nunca pasan más de diez o doce días de silencio (en verano, excepcionalmente, fueron dos meses). Esta vez, habían pasado catorce días (ya estaba seriamente preocupado). A media mañana del viernes sonó el pitido de un mensaje entrante. Podía ser de cualquiera, pero yo sabía que era suyo. Existe entre nosotros un código implícito por el que siempre, uno u otro, aparecemos, en el momento justo, o no, y puede ser fallido y frustrante, o por el contrario amigable y prometedor. Siempre es así. Nos hemos negado encantados el olvido, no es una opción para nosotros. Nos invadimos el uno al otro incesantemente (ella piensa que el invasivo soy yo, sí, pero ella lo es en la misma medida, aunque nunca lo reconocerá).
Esta vez fue sin palabras, enviándome un video de una canción de Fito & Fitipaldis: -Me equivocaría otra vez-. Más que resonante, retumbante, para mí y nuestra historia.
No podía dejar de contestar a ese sugestivo gesto. Lo hice, claro. Cruzamos algunos mensajes a lo largo del día, tampoco muchos, pero sí los suficientes como para saber que algo se había roto (eso me pareció).
Hasta la última crisis, nuestro forzado y algo histriónico diálogo de sordos (y ciegos, ya que no nos hemos visto nunca), estaba impregnado de medias verdades amorosas, que no, que tan solo eran juego y coqueteo, remedo de cortejo.
Los mensajes del viernes, por parte de ambos, me crearon confusión. De pronto habíamos cambiado a un registro contenido, casi aséptico, nada apasionado. Solo amistoso. Ahora, según ella, seríamos confidentes y amigos entrañables: “… cuándo te dije aquello de contar con un amigo al que pudieras contarle todo aquello que jamás contarías a nadie (…) Lo que viene siendo el amigo incondicional, ese que creo que no existe nunca en la vida real.”. Yo, ahora, para ella soy un amigo ¡¡¡incondicional!!! Nada más y nada menos (fui yo quien se lo propuso a ella en septiembre, pero no se acuerda bien de quién partió la idea). Es lo de menos a quién se le ocurrió. Ahora sé que no es una buena idea, por inviable y antinatura.
No hay razón para preocuparse porque esa opción morirá por sí sola de inanición, así que pasen unas semanas, o menos…
La Fotografía: Por la mañana realicé esta fotografía, después de volver del campo y recibir el mensaje que esperaba.

Pepe Fuentes ·