23 DICIEMBRE 2022

© 2022 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2022
Localizacion
Monasterio de Piedra, Zaragoza (España)
Soporte de imagen
DIGITAL 2000
Fecha de diario
2022-12-23
Referencia
9241

DIARIO ÍNTIMO 41
Cuentecito triste navideño
(finalmente, una semana después de la última reconciliación, todo acabó… 1)
Miércoles, veintiuno de diciembre de 2022

Quienes siguen este diario habrán observado que he venido narrando una intermitente historia “amorosa” indefinible e idealizada, o tal vez soñada, porque ha carecido de textura y medidas reales (a la mujer objeto de mis obsesivos desvelos, no la he conocido personalmente, a pesar de estar tan solo a menos de una hora de viaje). Nunca la he fotografiado, aunque tengo muchas fotografías suyas que me ha ido enviando a lo largo del tiempo que ha durado este despropósito. Naturalmente, ninguna de esas fotografías las mostraré en este diario (aunque me gustaría publicar al menos una, para que así la historia tenga sentido narrativo y referencial, dada la increíble y espectacular belleza de ella).
La historia comenzó virtualmente el veinte de Mayo de este año.
Me encontraba visitando el Monasterio de Piedra y me senté en un banco del parque a descansar. Abrí la aplicación de la página donde me había registrado con la improbable expectativa de encontrar a una mujer que me gustara, y, además, infinitamente más inaudito todavía, que esa mujer respondiera a alguna de mis propuestas, bienintencionadas, por supuesto. A la pantalla saltó una mujer extremadamente atractiva y me dije: -no me contestará, pero si no la escribo, no tiene ningún sentido que yo esté aquí, en esta web buscando a la última mujer de mi vida-.
Lo hice y a continuación me olvidé como hago siempre (ninguna mujer contesta a mis propuestas), aunque esa misma tarde había quedado con mi amiga Carmen en su ciudad (*), que también había contactado con ella en la misma web (no nos conocíamos personalmente).
Por la tarde, paseando por Guadalajara, sorpresivamente, recibí la contestación de esa mujer que yo consideré inalcanzable. Creo que hasta me sobresalté por la sorpresa, porque además de guapísima era bastante más joven que yo. Me dijo que se había equivocado de perfil al contestar, que no era yo a quien creía dirigirse y que disculpara (o algo así). Me dije: -ya decía yo- que era imposible. Naturalmente, me apresuré a decirle que lo entendía y que no tenía ninguna importancia (por nada del mundo deseaba que se sintiera incómoda por mi causa). Me olvidé de la incidencia. Conocí a Carmen, una suerte, con la que tuve una gratísima conversación en una terraza, a la caída de la tarde. Encantado con la experiencia, volví a mi casa.
En torno a las doce, ya acostado, me saltó un mensaje extremadamente crítico conmigo, de la mujer que al parecer se había equivocado de perfil; reprochándome que no había mostrado interés, que era un derrotista o conformista, o algo así, ya no me acuerdo bien; lo que sí la dije es que no entendía esa agresividad innecesaria y gratuita. Creo que se avino a pedirme disculpas.
Así quedó todo más o menos ordenado y yo me volví a olvidar de ese extraño incidente. El hecho de olvidarme no fue porque esa mujer no me interesara, no, todo lo contrario, fue porque consideraba absolutamente imposible que quisiera algo de mí (a priori, yo no reunía ninguna de las características que una mujer como ella podía buscar). Pero, mira tú por donde, para desgracia de ambos, ella era diferente, y yo, de algún modo, también, por lo que teníamos que encontrarnos (más ajustado sería tropezarnos).
Me he preguntado muchas veces, en qué medida había intervenido el destino en un encuentro improbable e impensable como este. Nunca me he contestado porque intentar hacerlo supondría perderme por intrincados vericuetos y preguntas sin respuesta. Sí, pero yo intuía que algo de predestinación había en todo ello, o eso me gusta pensar. Quizá porque quiera dotar a esta historia de un halo literario, o épico, o mejor quimérico, como si de una historia quijotesca se tratara (al fin y al cabo, soy manchego, aunque ella nunca podría ser Dulcinea.
Ahora, a partir del paso del tiempo y de todos los increíbles avatares que esa mujer y yo hemos malvivido, me llama poderosamente la atención que el primer cruce de mensajes largos, intensos y tensos fue casi de madrugada y en modo -mira tío/a me estás tocando las narices, y ten cuidado conmigo porque tengo muy mala hostia- (seguro que algo así, más o menos, vinimos a decirnos). Eso, precisamente es lo que ha sucedido, a lo largo de los siete meses exactos, a cualquier hora del día, pero la mayoría de las veces a altas horas de la noche. Todo lo que ocurrió después parece encajar precisa y exactamente con lo que sucedió el primer día. Es la confirmación de que, casi siempre, el cómo se desarrollará una historia, ocurre en los primeros instantes…
(*) a las dos únicas mujeres que he conocido a través de ese dudoso recurso de las páginas de contactos o citas o como quieran llamarse, a lo largo de más de un año (a una personalmente y la otra virtualmente), fue el mismo día (veinte de mayo). Quizá tenga que celebrarlo anualmente como prodigioso hito en mi vida. Ni antes ni después, nada de nada.
La Fotografía: Realizada el veinte de mayo, instantes antes de que me tropezara virtualmente con la mujer que tantos quebraderos de cabeza me ha ocasionado. La cadencia del agua que cae eternamente viene a ser una perfecta metáfora de lo que sucede entre dos personas desde el preciso momento en que se conocen. En esa primera instantánea todo queda fijado, ya todo será, tan solo, repetición, como el agua que caerá incesantemente hasta el fin de los tiempos.

Pepe Fuentes ·