25 DICIEMBRE 2022

© 2022 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2022
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
DIGITAL 50
Fecha de diario
2022-12-25
Referencia
1081

DIARIO ÍNTIMO 41
Cuentecito triste navideño
(finalmente, una semana después de la última reconciliación, todo acabó… y 3)
Miércoles, veintiuno de diciembre de 2022

… Escribo este texto el veinticuatro de diciembre y se supone que, dado que este cuentecito es de desamor tendría que estar triste (demasiadas coincidencias adversas), sin embargo, no, no lo estoy en absoluto. Me siento estupendamente.
Sigo: hubo paz del once al diecisiete de diciembre.
El dieciséis, viernes, la envié seis mensajes, bastante largos, intentando redefinir nuestra relación, a fin de hacerla posible. Llevarla a cauces vivibles y no fantasmales como había sido hasta ahora. Para poder continuar, la exigía una “normalidad” que pasara por poder hablar por teléfono y en el colmo del lujo y abundancia, vernos. Y si no, pues no.
Del diecisiete, viernes, al veintiuno, lunes, no hubo nada digno de mención, salvo toneladas de silencio.
Naturalmente, sospeché, que mis mensajes ni siquiera los había leído; abiertos sí, pero nada más, y ni mucho menos tenidos en cuenta.
Sumamente decepcionado por lo que significaba ese desinterés, que era, sobre todo, el relegarme a un papel sin importancia, ridículo y anecdótico.
El lunes diecinueve, a las ocho de la tarde, llegó el siguiente mensaje:
“…Que necesidad tengo yo de conocer a alguien así? Probablemente yo pueda parecerte divertida y te aporte algo positivo en ocasiones, pero dime qué me estás aportando tú. Uffff Pepe, de verdad, creo que me voy a alejar, esto es muy deprimente…”.
Lo mismo me dije yo: Uffff… No, ella no me aportaba nada nunca, salvo malestar.
El día siguiente, martes, a las ocho de la mañana…
“No, Pepe, yo ya no voy a seguir ahí. Quizás no entiendas en este momento lo que quiero decir con esto, porque en principio no notarás mucha diferencia. Pero por si realmente te interesa, déjame decirte, que yo ya me he ido de tu vida. Absolutamente y sin lugar a retroceso alguno. Puedes creerme, es decisión irrevocable. No por cabezota, sino por desencanto total”.
Unos segundos después me bloqueó el WhatsApp.
Pero sí, a pesar de que no era fácil, lo entendí. El mensaje era contundente y no daba lugar ni a duda ni a interpretaciones. Lo cierto es que me costó asumir que, tan solo con unas horas de diferencia, hubiéramos pasado de nuestra peculiar y engañosa aceptación al rechazo irremisible.
Mejor así, que todo se fuera recolocando y ajustando a su verdadera naturaleza: puro artificio literario, idealizado, o tal vez soñado, pero nada más. Cáscara vacía. Solo infantilismo, juego de niños desubicados (ambos).
Ahora comprendo que entre nosotros no había existido absolutamente nada. Tan solo entretenimiento para aliviar la presión de las horas vacías.
Todavía un último fleco: el 22, jueves (ella había rehabilitado la mensajería, tan solo dos días después). Quería reafirmar su decisión, no sin antes enviarme una batería de mensajes ofuscados (que contesté convenientemente en el mismo tono y contenido), que ya no tenían sentido, salvo, tal vez, porque respondieran a una resistencia a partir que no sabía cómo resolver (era absurdo por su parte porque eso que ella pretendía que sucediera sin daño, es imposible). Acepté el juego, una vez más, porque a mí también me costaba alejarme.
Ella: “…Por favor, Pepe, dejemos esto para siempre, es un enganche insano, una drogadicción que a mí al menos me lleva a la muerte en muchas ocasiones. O al pasado, lo que en mi caso viene siendo casi lo mismo…”.
Lástima que no pudiera ayudarla, y de paso ayudarme. Era imposible.
Lo que podría haberse resuelto de un modo sencillo y rápido, para bien o para mal (los valores son intercambiables) con un sencillo encuentro que disipara sombras y fantasmas, nos ha remitido a meses de peleas agónicas. Pero, nada era normal en este cuento.
No, no me considero culpable en absoluto. La responsabilidad, toda suya. Yo me habría avenido a cualquier propuesta positiva.
Después de este último mensaje volvió a bloquearme. La llamé por teléfono para provocar su respuesta verbal. Me colgó, como había hecho siempre.
Yo también la he bloqueado a ella. Asunto acabado.
Ahora, a estas alturas, cuando me alejo del lugar del atentado contra nosotros mismos, me pregunto si no será así como deben, en esencia, vivirse las historias de “amor” y nosotros hayamos sido unos visionarios (en realidad ella, porque yo estaba dispuesto a vivirla como todo el mundo). Sí, sin corporeidad, con tensiones, con idas y venidas, con arrebatos buenos y malos, y finalmente con los amantes alejándose el uno del otro, en sentido imaginario, y la palabra Fin, fundiéndose en un plano lejano de amanecer (también vale de atardecer), que evoque otros mundos, otras posibilidades felices y cursis. Un final así a ella le gustaría bastante; a mí, me parecería una relamida y artificiosa estampita. O no.
Yo, al menos, lamento que nuestra historia no haya sido posible. Ella encarnaba muchos de los valores que siempre he buscado en las mujeres (y en cualquier ser humano): belleza, inteligencia, sensibilidad, creatividad, sentido del humor… y mucho más, o menos.
Esta despedida también me deja una cierta sensación de satisfacción, dado que, nunca en mi vida había tenido la prueba de haber contribuido a la plenitud absoluta de una persona, inconscientemente, sin hacer nada, solo desapareciendo… Y ella dijo: “Tenemos que cortar esto, por favor. Créeme que en el 95% de mi tiempo no apareces en mi vida y esta transcurre con la normalidad de siempre. Pero en ese otro 5% hay no sé qué demonios ocultos…”. Por cierto, vaya mierda de presencia, para eso, razón tiene, mejor nada (desaparecido, felicidad 100%, así de fácil). Fui como el conejo del prestidigitador -nada por allí, nada por aquí- Cerrada ovación para el truco, que no se si es mérito mío por contribuir al éxito total de su vida; o de ella quitándome de en medio. Es igual. Que mi desaparición se la tome como un regalo de Navidad. O mejor como un cuento navideño con final triste, pero feliz (en caso de que lea esta entrada de diario, que lo dudo).  
Dado que ella estaba leyendo en estos días una autobiografía de Gabriel García Márquez, la regalaré una cita de este autor, absolutamente pertinente, quizá para transmitirle que, a pesar de todo, no me olvidaré y tampoco me arrepentiré de lo que ha sucedido entre nosotros: “La felicidad no es como dicen, que solo dura un instante y no se sabe que se tuvo sino cuando se acabó. La verdad es que dura mientras dure el amor. Porque con amor, hasta morirse es bueno”. Gabriel García Márquez
Antes del final, en el terreno amoroso, no había nada en nuestras vidas. Ahora, menos, infinitamente menos.  
La Fotografía:
El pasado día veinte publiqué una fotografía (correspondiente a la entrada del nueve de diciembre), donde aparecía yo sosteniendo la cabeza de atrezo de una mujer, en actitud apacible ambos. Representaba la metáfora de una situación utópica y feliz (fue el momento de la última reconciliación). Tan solo cinco días después, publico esta, en el mismo escenario con los mismos protagonistas, con un significado diametralmente diferente: yo bajándome, abrupta y torpemente de la alta silla de amorosas e ingenuas perspectivas. Telón para una historia que no ha acabado bien; o sí (nunca se sabe dónde se esconde la aventura).

Pepe Fuentes ·