24 FEBRERO 2023

© 2023 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2023
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2023-02-24
Referencia
4596

LOS DÍAS 13
Domingo, diecinueve de Febrero de 2023

Como soy un hombre sin guion cotidiano, salvo la costumbre (pobre y simple compañía), pues nada, que no consigo hacer nada mínimamente original.
Hoy es domingo y no noto ninguna diferencia con los martes, por ejemplo.
Por la mañana, nada: bla, bla, bla (conmigo mismo). Y, sin Mi Charlie.
Volví del paseo a las once de la mañana. Cociné una sopa de verdura y lubina al horno. Comí y dormité un ratito. Trabajé un par de horas (diario de ayer); y tomé la loca iniciativa de continuar con el seguimiento del acontecimiento carnavalesco de la ciudad. Ya que me pongo: -sesión doble- me dije. Si soy condenado por inconsistencia e incoherencia estética que sea por el máximo delito. A las cinco y cuarto cogí la cámara y subí hasta el centro de la ciudad para ver cómo se montaban lo del entierro de la sardina. Asombrosamente, un domingo por la tarde, en calles y plazas, hormigueaba mucha gente. Llegué hasta la plaza del ayuntamiento, donde se celebraba una tristísima representación de gracietas sin gracia. Después, se iniciaría el desfile de la comitiva fúnebre que lo haría por varias calles hasta el lugar habitual donde entierran a la sardina, o la ahogan, porque lo hacen a la orilla del río. Hacía treinta años o más que no asistía al engendro festivo; y, curiosamente, me encontré con que había empeorado muchísimo. Algunos de los participantes eran veteranos, contemporáneos míos, que llevan en el rollo más de treinta años, seguro. Resultaban patéticos bultos de pellejos colgantes, vestidos de negro como la ocasión requería. Olían a cadáveres desde lejos.
Los más jóvenes, sosos hasta el bostezo. Eran como asistentes a un velatorio de un primo lejano. Insoportable el asunto carnavalesco en su vertiente fúnebre. Cuando decidí asistir me dije que podía llegar hasta el final de la procesión, hasta la mismísima orilla del río, y tirarme, claro. A esas alturas ya estaría lo suficientemente cocido para no importarme morir teatralmente. Inmolarme como protesta por la amargura de la vida.
No pudo ser, acompañé en la distancia a la comitiva exactamente doce metros, como mucho. Di la vuelta y un rodeo por otras calles para volver sobre mis pasos, pero atajando. En el colmo del despropósito, antes de iniciar la cuesta abajo hacia mi casa, decidí sentarme un ratito a descansar de no estar cansado en un pretil de la plaza principal en medio de dos viejas y un viejo a un lado, que no decían nada que pueda recordar ahora; y al otro, dos viejas; una de ellas hablaba compulsiva y lastimosamente quejándose de la mala vida que le daba su familia compuesta por una hija, un yerno y al parecer unos nietos que se comportaban como crueles torturadores. Me largué de allí espantado, prometiéndome no volver a salir de mi casa un domingo por la tarde, ni loco, a no ser que me torturasen.
La Fotografía: Pues eso, los del entierro de la sardina ¡¡¡Menuda juergaza que nos corrimos todos el domingo por la tarde!!!

Pepe Fuentes ·