EL DÍA DE LOS EPÍLOGOS 28
Hoy, todos, estamos un mes más viejos que el anterior Día de los Epílogos. Cuando digo a una amiga que soy un viejo, y no como lloriqueo, sino como la constatación de un hecho incontrovertible (en esto no caben subjetividades, existen parámetros objetivables que disipan cualquier interpretación o duda), ella me dice: tranquilo, todos vamos al mismo sitio. Ella, con buen y objetivo criterio todavía no se siente vieja, y hace bien porque no lo es. Todo este circunloquio viene a cuento de que diecinueve días los he dedicado al Envejecimiento (donde todos acabamos, según mi amiga), un prólogo y tres bloques de seis entradas cada uno: La expulsión del mundo; Las consecuencias y El cuerpo. Las fotografías que han acompañado a los textos han sido de nueve películas: Tony Manero, de Pablo Larraín; El chico más bello del mundo, de Kristina Lindström y Krisitan Petri; Una clase de cielo, de Lance Oppenheim; Remini, Paraíso: Amor y Safari, de Ulrich Seidl; Viejos, de Raúl Cerezo y Fernando González; Y llovieron pájaros, de Louise Archambault; y Un lugar para quedarse, de Paolo Sorrentino.
Ocho días dedicados a desgranar y recordar los hechos más cercanos (Los días), incluidos accidentes domésticos, y hasta elecciones generales, y por eso, precisamente por eso olvidables, sobre todo pensando en los resultados que nos abocan a un Déjà vu con sabor a pesadilla atroz.
Tres entradas dedicadas a un Microviaje, a Madrid, a ver exposiciones.
Y ya está, asunto y mes concluido. Un mes más o un mes menos. Depende.
La Fotografía: Ni que decir tiene que la temática esencial e importante de este mes la he dedicado a La Vejez, como buen viejo que soy. Por eso, en la fotografía de hoy solo podía estar yo, de Viejo ya.
“Es mi carne lo que en mi alma grita
Horror a la muerte, carnalmente lo grita,
Lo grita sin consciencia y sin propósito,
Lo grita sin otro miedo que el del miedo”.
Fernando Pessoa