DIARIO DE VIAJE: a Castilla León Oeste.
Lunes: dieciocho de Septiembre de dos mil veintitrés
Día 1.2
Por la mañana salí a dar una vuelta con Mi Charlie. Volví. Cargué la maleta y el equipo en el coche. También a mi perrito, que llevaría a Naty. Había llegado el momento de la partida. Eran las once y media de la mañana, más o menos.
No me sentía excitado, ni animoso, ni ninguna otra sensación digna de mención acudía a mi espíritu; o, dicho de otro modo, me disponía a hacer algo que tenía que hacer, sin más. Esperaba que los insoslayables contratiempos no me destrozaran. Solo eso.
Conduje hasta Ávila. Paré en la entrada, en un santuario: Nuestra Señora de Sonsoles, de advocación mariana. Al parecer es tradición en Ávila hacer peregrinación hasta el santuario, pidiendo un deseo a la Virgen y al llegar a la puerta descalzarse hasta entrar en la iglesia. Yo eso no lo sabía, me he enterado después. Entré en el templo, sin descalzarme y sin deseos. Tampoco recé. Solo me di una vuelta por el interior y fotografié. Me llamó poderosamente la atención el que de la bóveda central colgaba un avión y un barco, pequeños ambos. No recuerdo el sentido de los medios de transporte antiguos allí, en la ermita; probablemente lo leí en alguna de las cartelas, pero lo he olvidado…
La Fotografía: Al fondo, el Santísimo Cristo de la Buena Muerte (talla románica del siglo XIII), aunque buena me parece que no, porque es un Jesucristo clavado brutalmente a un madero, se muestra inexpresivo, más bien soso, como si el asunto no fuera con él. Y el avión y el barco. Si me iba a encontrar con escenas tan chocantes probablemente me entretendría bastante.