DIARIO DE VIAJE: a Castilla León Oeste.
Lunes: dieciocho de Septiembre de dos mil veintitrés
Día 1.3
… Poco después de mi despreocupada visita al sitio de María Sonsoles, hice mi entrada discreta en la ciudad de Ávila. Me pareció otra ciudad y no sé por qué tan solo he estado dos tres veces en mi vida, o, dicho de otro modo, salvo las murallas, de lo demás, ni idea.
Aparqué y me puse a buscar un sitio donde comer, y lo encontré, con una matización: fue de malcomer (consecuencia de viajar siendo desoladoramente pobre). Entré en un restaurante porque vi en una carta expuesta en la calle que me podían servir un plato de espaguetis por diez euros. Me senté ufano en una mesa y pedí el plato; la camarera me dijo que me había equivocado de restaurante, que la pasta era en el primer piso, y de paso, para aguarme la fiesta, me dijo que lunes estaba cerrado; eché un vistazo a la carta y calculé que comer allí me costaría el doble, así que me largué. Comí dos pequeños bocadillitos resecos y asquerosos y para intentar lavar la culpa de mi pobreza y el mal sabor de boca de la bazofia que había comido, pedí un café con leche y un bollo dulce…
La Fotografía: Mientras malcomía, desde unos ventanales, veía pasar a gente sola y silenciosa. Siempre he alimentado, tontamente tal vez, el prejuicio de que en Ávila todo el mundo deambula solo e impregnado de ascetismo y silencio, buscando a Dios todo el tiempo. Al que nunca encuentran, por cierto, salvo en su propia locura. Para demostrarme a mí mismo mi peregrina teoría y nada más salir a la calle, fotografié a esta mujer porque creí que se ajustaba a mi idea del secreto de esa ciudad.