EL DÍA DE LOS EPÍLOGOS 31
El mes ha estado marcado por el movimiento estático (valga la paradoja). Me he movido mucho físicamente: un Viaje (siete días) y dos Microviajes (dos días).
Del Viaje solo he contado el primer día: 5 entradas (seguiré el mes que viene). En cuanto a los Microviajes, he contado los dos: 8 y 6 entradas respectivamente. Las entradas dedicadas a mi supuesto movimiento (el único movimiento que verdaderamente importa es el interior, y de eso poco), han sido nada menos que diecinueve. De cualquier modo, mejor moverme que no, me conviene más en estos momentos en los que lo fácil sería aplastarme contra un sillón o mimetizarme en florero (pero con flores de plástico, las únicas que hay en mi casa).
No sé qué pensar del sentido de mis Viajes y Microviajes, si es que lo tienen; solo alcanzo a calificarlos de –mejor que nada- ya que me obliga a prestar atención a lo que se despliega frente a mí e interpretarlo. También porque camino mucho. Y, sobre todo porque me da material y pretexto para seguir manteniendo vivo este diario. Es que claro, porque si no, muero, aunque siguiera respirando.
¡¡¡que mierda de simpleza es todo esto!!!
La pregunta de siempre: ¿merece la pena vivir en la era Septuagenaria chapoteando en la mediocridad todo el día? No me contesto porque, por ahora, no tengo ni puñetera idea y las sospechas superan las certezas.
A ver, sigo con lo que toca hoy porque noto que me estoy poniendo de muy mal humor.
Los Días me han ocupado 9 entradas, que ahora ya casi no me acuerdo qué contaba en ellas; lo que sí sé es que más que crónica cotidiana sin importancia, este capítulo se convierte en demasiadas ocasiones en testimonios íntimos, que siempre se filtran por todos lados, como el aíre frío; luego deberían ir a ese capítulo, el íntimo, pero es que claro, así no diversificaría temáticamente lo que fotografío y escribo, sería una especie de auto terapia sin solución de continuidad, un aburrimiento confeso y culpable.
El Diario Íntimo, solo ha tenido una entrada, pero eso sí, muy íntima, desgarradora y casi impúdica porque en ella firmo la sentencia de muerte para mi vida sexual. Es más, no solo eso, sino que, como hizo Nietzsche con Dios, yo también he decretado la muerte de la actividad heterosexual en la edad tardía (Era Septuagenaria), por causa y razón de que falla una de las necesarias partes implicadas (las mujeres). No sé cómo será ese síndrome de abstinencia en el ámbito homosexual. Nada he leído al respecto y tampoco conozco homosexuales septuagenarios (hombres y mujeres) para que me lo cuenten de primera mano. Seguramente no será tan dramático como lo es en los “hetero”.
Solo queda referirme a una entrada, la de mi carta anual a mi nieta, Lucía Mae, en su dieciséis cumpleaños y eso ha supuesto: la única entrada gloriosa del mes.
La Fotografía: Homenaje a mis dos pies (precisamente sobre una cita literaria en el barrio de las letras, de Madrid); probablemente la parte de mis articulaciones, junto con las manos, más importantes. Me permiten desplazarme incesantemente sin dolores o dificultades, y este mes me han sido imprescindibles (más de doscientos kilómetros persiguiendo quimeras y superando debilidades).