27 NOVIEMBRE 2023

© 2023 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2023
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL-
Fecha de diario
2023-11-27
Referencia
8498

DIARIO ÍNTIMO  86.4
(Cinco generaciones de Fuentes)
Un día cualquiera.
Origen de los orígenes (memoria fotográfica de antes de nacer)

… Aquí están todos. La mayor, vertical y directa concentración genética que me constituye. Son seis los protagonistas absolutos de mis orígenes. Más atrás hubo más, indudablemente, pero ya se habían muerto. Todos los ancestros, sin excepción alguna, pertenecían al mundo rural y a una clase humilde, por no decir pobre.
Primero, los abuelos, que en esta foto tenían entre cincuenta, mi abuela materna, y cincuenta y seis, mi abuelo paterno.
De izquierda a derecha:
Salvador: Procedía de un pueblo de la provincia de Albacete (Fuentealbilla), y llegó a esta provincia como miembro de una cuadrilla de segadores. Conoció a mi abuela, que ya tenía un hijo siendo soltera (murió en los años cuarenta), pero a pesar de esa circunstancia que debía pesar socialmente como una losa, a mi abuelo nada le importó esa supuesta transgresión (era la vida misma, la de verdad), luego atesoraba grandeza, mi abuelo. Se casaron y tuvieron tres hijos más (la mayor, mi madre). Mi abuelo trabajó en fincas de la zona como gañán. Analfabeto, y sordo casi toda su vida. Silencioso y trabajador. No se significó nunca por nada. Apenas tuvo peso y presencia en la familia, siempre se situaba en un rincón calladamente. Salvo mi abuela y mi madre nadie le hizo caso nunca. Mi abuelo tuvo suerte con las mujeres de su vida. Mi relación con él fue aséptica, sin ninguna significación afectiva en ningún momento. Murió en 1989, con los mismos años que el siglo. Sus últimos doce años le cuidó mi madre.
Modesta: originaria de Noez, pueblo cercano a Toledo (25 km). Ella y toda su familia (hermanas) se trasladó a Toledo pronto. Fue la segunda que murió de los abuelos, en 1979 (77 años). Mujer de carácter y fuerza. Trabajadora, cariñosa y entregada a los suyos absolutamente. Cuando trabajó lo hizo como limpiadora de casas y de jornalera en el campo. A pesar de la humildad de sus trabajos era una mujer de inteligencia despierta e indudables habilidades sociales. Viví con ella y mi abuelo tres años durante mis primeros cursos escolares. Ambos nos adorábamos. Para ella yo era el mejor niño del mundo, y ella para mí la mejor abuela del universo todo. Sentí mucho su muerte.
Eulalia: Nacida en Burujón, también cercano a Toledo (31 km). Mujer trabajadora compulsiva (recuerdo los callos de sus manos por trabajos duros), pero de muy mal carácter, malhumorada siempre y nada cariñosa. A mí no me quiso en absoluto; ya de muy pequeño recibía de ella críticas y censuras. Nunca fuimos capaces de querernos. Murió en los años ochenta, ahora no sé en qué año. Vivió, ya de viuda y mayor con mi tía Milagros, su única hija, que siempre la cuidó.
José: de Burujón, como mi abuela (ambos se trasladaron al entorno de Toledo poco después de casarse). De él procede mi nombre y primer apellido. El recuerdo de mi abuelo Pepe, muy querido para mí, es vago; pero aun así puedo recordarlo como un hombre apacible y tranquilo, pero eso sí, siempre ocupado en sus abstracciones y silencios. Por lo que pude saber después, aunque vagamente, fue un hombre de una solidez y honradez intachable. Murió en 1965, a los 69 años (yo acababa de cumplir doce), y solo recuerdo de él, en los días que visitaba su casa, en una finca cercana a la nuestra, donde era guarda rural, que me sacaba de paseo por los caminos y me trataba cariñosamente.
Luisa, mi madre: en este momento tenía veintitrés años. Ella fue la piedra angular en mi vida. Sin ella y todo lo que hizo por mí, probablemente yo ni siquiera sería. Mi madre fue la mejor mujer del mundo y con todo el mundo. Trabajadora hasta la extenuación, generosa hasta olvidarse de sí misma por los demás. Inteligente, habilidosa, cariñosa… amó a todos los suyos, que eran muchos, con una entrega hasta el límite de lo posible o razonable. Sus últimos treinta años trabajó sirviendo a gentes adineradas y, menos mal, porque eran personas de gran clase y siempre fue la misma familia. Días después de jubilarse enfermó para morir.
Nicolás, mi padre: de veinticinco años en ese momento. Nunca aprendió un oficio, solo a trabajar en cosas fáciles (guarda, cazador, peón, camarero, jardinero). Sus últimos quince años trabajó para las mismas personas que mi madre. Era de relación empática y acogedora con los demás, de risa fácil y corazón blando. Generoso y noble. Apenas conocí a mi padre. El alcohol le quemó por dentro y le llevó a la muerte con solo cincuenta y un años (1978). No ejerció ninguna influencia en especial sobre mí porque nunca hablaba conmigo (le avergonzaba su enfermiza adicción). Durante los años que compartimos nuestras vidas, tan solo llegamos a intuirnos el uno al otro. No recuerdo que me diera ningún consejo para afrontar la vida. Pero era mi padre, y eso, siempre tiene una importancia superlativa, porque hasta en su abstención fue importante. Y en lo que hizo y no hizo.
De esas personas que conocí procedo, no falta ninguno. Lo que no sé es lo que tengo de cada uno de ellos. No podría identificar nada singularmente, solo a grandes e inciertos rasgos.
Quizá tengo la blandura sentimental de mi padre; la constancia y voluntad de mi madre, aunque no su inteligencia; una cierta curiosidad intelectual y reflejo solipsista de mi abuelo paterno (en cierto modo, me reconozco en él, como en mi madre); el retraimiento y sequedad de mi abuela paterna; la discreción acomplejada de mi abuelo materno; de mi abuela materna, a la que quise mucho, no lo sé, pero creo que nada en especial que pueda decir ahora. No me parece que haya compartido rasgos diáfanos y significativos con ellos. Lo único común, claramente, es que social y profesionalmente ninguno llegó a nada y yo tampoco. Estas seis personas y por extensión yo mismo, hijo de ellos, fuimos una familia corriente, sin ninguna relevancia. Ni ilustrados, ni sabios, ni héroes. Tampoco accedimos a bienes materiales de importancia. Sobre nosotros no habrá luz histórica alguna que alumbre nuestro apellido un tiempo hasta el olvido final. Tampoco está mal, porque hemos sido gente buena y honrada que no hemos hecho ningún mal. Nunca. Tampoco hemos dejado deudas con nadie. Todo lo que llegamos a ser y no ser lo pagamos escrupulosamente. No creo que nadie nos haya odiado a ninguno. Razones no ha habido.
La Fotografía: La comida de boda de mis padres. Ahí están ellos, más mi tío Clemencio, hermano de mi padre, el único que alcanzó relevancia profesional (gran chef de otra época); la desconocida y sonriente madrina y un cura (entonces siempre se apuntaban a la fiesta).

Pepe Fuentes ·