DIARIO DE LA NADA 10
“Cuando ya no nos queda nada,
el vacío del no quedar
podría ser al cabo inútil y perfecto”.
José Ángel Valente
Miércoles, tres de julio de dos mil veinticuatro
Hoy, mi madrugada ha sido extenuante y lamentable: he llorado por dentro, aunque por fuera no me han salido las lágrimas ¿Para qué?
No me podía levantar, pero, finalmente, lo he hecho. Venían unos técnicos u obreros (queda mejor lo de técnicos), a instalar unos andamios en mi fachada (hecha una mierda, ya no es ni azul), para pintarla de gris oscuro tirando a negro (el color no podía ser otro). El azul, ahora no va nada con mi espíritu, y si fuera que sí tendría que ser azul tormenta o tsunami devastador.
Los técnicos que vinieron a su hora han hecho bien su trabajo (eran muy simpáticos). El lunes vendrá el pintor, pero este todavía no sé si es buen profesional y además simpático, aunque tengo buenas impresiones.
Como dice Valente, de inicio, -ya no nos queda nada- a mí, desde luego no.
En este último mes he experimentado una curiosa experiencia, que conviene que la cuente para no olvidarla, porque el alzhéimer acecha a todas horas, incluso por la noche, mientras duermo.
En junio (y un poco de mayo), Naty la que fuera mi “mujer” , ha venido a vivir en mi casa (también es suya), y he vuelto a cocinar para ella como hice a lo largo de muchos años, como si de una reina se tratara (la razón es que se mudará del pueblo cochambroso donde vivía que se inundaba nada más aparecer una nube en el cielo, a la capital de provincia, y hasta que ha podido hacer la mudanza, pues nada otra vez a ver los partidos de fútbol y la tele juntos por la noche, como un ordenado matrimonio). También he colaborado con ella en la mudanza y otros esfuerzos propios de la operación traslado. Idas y venidas cargados de impedimenta del pueblo a la ciudad, en mi coche claro.
Cuando hemos terminado su mudanza, se ha vuelto a ir; luego nuestra separación de ahora ha sido la versión: punto dos.
Y entonces se hizo el silencio otra vez a mi alrededor (ya no tengo con quien hablar, otra vez y como siempre).
Ayer, que volví especialmente cansado de mi paseo mañanero me dio por asustarme: -joder, pepe, y si de pronto te da un ictus, qué va a ser de ti– ya no tienes a nadie que te cuide y seguro que energías para suicidarte no tendrás. La última mala novia que tuve me dejó por eso, por si me daba un ictus o una prostatitis y, además, me lo dijo brutalmente porque era una mujer sin fundamentos, diciéndome que no se veía cambiándome los pañales ¡hija de puta!. Por eso y por todo lo demás es entendible que las mujeres me caigan fatal ¿no?
No pude soportar tanta presión emocional súbita e inesperada y dejé de pensar y de asustarme.
En historias sentimentales (noviazgos suicidas) y en el sexo, ya no pienso. Aunque antes del ictus me gustaría despedirme de la sensación de entrar dentro de una mujer y quedarme ahí, abrigado y calentito, aunque solo fueran unos minutos, sobre todo ahora que ya no hay que escalar cúspides eróticas; por última vez, claro, y para despedirme. Ojalá fuera como la experiencia, según se dice, de que en el instante antes de morir toda tu vida pasa frente a ti; pues eso, en ese último polvo que todos los anteriores pasaran frente a mi mirada y percepción sensitiva. Sería cojonudo algo así.
Quizá haga una llamada, o quizá no la haga; ya veré.
A mediodía he llamado a un hombre que fue mi cuñado (pero ya no porque su hermana se escapó consigo misma), para felicitarle por su cumpleaños. Le he contado que hoy, miércoles, iré a una Cena Rara, a Madrid. Hoy toca restaurante mexicano, lo mismo hay alguna chamaca que me convenga y la convenga yo a ella, aunque no creo, porque solo habrá mujeres españolas sosas y resecas que han perdido el deseo ¡qué poco me gustan esas mujeres!
La Fotografía: Yo mismo, tumbado en hora de siesta y lectura, en verano ya. Viejo, Desganado y como las mujeres viejas con las que ceno en clave Rara, con el deseo perdido.