LOS MICROVIAJES
A Segovia: día 1.6
Viernes, treinta de agosto de dos mil veinticuatro
… Decidí visitar el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, de Segovia ¡me gustan tanto estos museos! Son de visita obligada para mí y, además, me lo encontré impremeditadamente en una de las calles por las que me arrastraba indeciso.
Probablemente, el de Segovia, por las obras expuestas haya sido el más aburrido que haya visitado a lo largo de mi vida. Es más, estoy dispuesto a afirmar sin sombra de duda que del mundo todo.
Los expositores eran dos: Esteban Vicente, como no podía ser de otro modo (el museo lleva su nombre), absolutamente desconocido para mí; y mira por dónde, se trataba de un artista nacido en 1903, en Turégano, que llegó muy lejos en la calidad y reconocimiento a su obra que desarrolló casi toda ella en EE.UU.
De todo eso, gracias a mi incultura, no me enteré a priori por lo que pude calificar su obra libre de prejuicios, con entera libertad, y claro, al parecer caí en el puro y sacrílego pecado.
Escribí esa misma noche, alumbrado por la oscuridad de mi ignorancia: la muestra de Esteban Vicente era un plomizo ensayo sobre su universo del color (sus experiencias visuales, al parecer). La realidad de esa propuesta se concretaba en una sucesión de salas con una interminable cadena (los cuadros-eslabones, en esencia, eran iguales a sí mismos) de pinturas de sutiles trazos de color sobre fondo blanco, evanescentes casi. Hasta ahí bien, salvo que las obras se repetían hasta el bostezo (eran como las ovejitas que se cuentan para dormir). Aunque, el propio Vicente, el propio museo y los entendidos eran de la opinión de que esas obras sugerían “la luz del sol, la vegetación, el agua, el aire, el cielo; y que, por lo tanto, eran obras coactivamente ricas…”. Y yo, incapaz de ver más allá de mi propia ignorancia sin complejos…
La Fotografía: No acabó en Vicente mi aburrida experiencia en el Museo; porque había otro artefacto de onda expansiva tediosa: Hugo Fontela (Notas para un paraíso, se titulaba la muestra), este, joven (nacido en 1986, en Grado, Asturias). También el despliegue de su concepto creativo se desarrollaba a través de muchas salas y muchas obras. Todas, de principio a fin, eran manchas de pintura verde sobre fondos blancos, que se me antojaron interminables. Para mí, tan abusiva e innecesaria reiteración nada aportaba a la supuesta complejidad de la obra, y mucho menos entretenimiento, todo lo contrario, la abocaban al bostezo y el desinterés. Los artistas contemporáneos, tan lineales casi siempre, actúan como si la cantidad conjurara sus incertezas y miedos; y por si fuera poca su soberbia, nos imponen cantidades ingentes de metraje serio y nada entretenido y mucho menos gozoso y sugestivo. No hay nada más neutralizador del interés que pueda despertar una obra de creación que la farragosa pesadez (si me aburres, paso de ti y tus cosas, les diría a todos ellos). La muestra se dividía en tres series: River, Green y Paradise, y todas ellas, realizadas a lo largo de 2022 y 2023, “… se liberaban del orden y la racionalidad, para fluir en plena libertad…”, decía el catálogo. También apuntaba, entre otras apreciaciones laudatorias: “…Sus pinturas emanan gestualidad, surgida de una pincelada rápida que construye gracias a la superposición de sutiles capas, que derivan en un acentuado lirismo…”, y muchas cosas más de ese tenor apreciaba el catálogo (para mí, pura retórica ad hoc, por supuesto). Llegados a este punto, me pregunté: ¿por qué no eres capaz de ver y apreciar el sutil lirismo y hondura creativa en muestras de una posible profundidad formal y conceptual? No me contesté; o sí, y lo hice en un sentido que no me dejaba bien: -porque no tienes espíritu artístico moderno y porque eres un jodido lerdo anticuado apegado a fórmulas pasadas que no entiende de las sutilezas del arte furiosamente actual- Lo bueno era que esa definición de mi insensibilidad e ignorancia me dejaba tranquilo. Ni siquiera me preocupaba, aunque tampoco me enorgulleciera.