LOS MICROVIAJES
A Segovia: día 1 y 8
Viernes, treinta de agosto de dos mil veinticuatro
…El museo Zuluaga de Segovia me salvó porque fue el momento más emocionante del día (no así esta entrada que una vez escrita la perdí irremediablemente como consecuencia de un lapsus: estaba y de pronto ya no. Me irritan terriblemente estos accidentes porque me obligan a escribir otra vez y a revivir los mismos hechos que ya serán diferentes; nunca me salen igual, escritos por segunda vez lo cambio todo y no es porque viva el día de nuevo mejorando los fallos del directo, no, simplemente es porque lo recuerdo de otra manera (creo que más atinadamente).
Volví a bajar al acueducto. Me senté en una terraza y lo hice al lado de una mesa ocupada por cuatro mujeres jóvenes (probablemente ninguna llegaba a los 30 años). Mejor descansar al lado de atractivas mujeres que a la nada, o lo que es infinitamente peor, al lado de familias, tan aburridas siempre.
Las chicas, de cuerpos resplandecientes y desahogados. Parezco un viejo de mirada afilada y deseante, pero no, qué va; simplemente es que reconozco y admiro la belleza fresca y contenta porque si no lo hiciera sería un tipo enrevesado y resentido con la vida, y eso no lo soy, seguro.
Las jóvenes mujeres mantenían una conversación animadísima, plagada de risas y anécdotas, de situaciones divertidas y de planes para la noche del viernes. Eran mujeres contentas, mujeres en la flor de la vida; me gustó y entretuvo estar cerca de ellas porque me llegaban sus efluvios vitales que me revitalizaban como un chute de oxígeno para una respiración ahogada como la mía.
Me ocupé en encontrar un lugar donde dormir y encontré el Hostal Mariano, a unos pocos kilómetros de la ciudad, en la carretera de La Granja de San Ildefonso, que visitaría al día siguiente. Llegué a las 7:45, y me tumbé en la cama a echar un vistazo a la prensa y a descansar. Después me duché y salí a cenar algo en el bar-restaurante de al lado que era como un apéndice, una extensión del mismísimo Mariano, o viceversa. Había familias y parejas sentadas en las mesas de la calle, bajo un toldo que enseguida se mostró ineficiente para la tormenta que se desató poco después. El agua y el viento nos barrió a todos, a los que estábamos dispuestos a cenar hacia el interior, y a los que no, a su casa, supongo.
No me acuerdo de nadie de la gente que se encontraba alrededor (creo recordar que eran desoladoramente anodinos), ni tampoco de lo que cené (en la primera versión de esta entrada sí, pero la he perdido).
En torno a las diez y media subí a la habitación con intención de dormir enseguida (lo conseguí, era fácil porque nadie ocupaba mis pensamientos). Antes, fugazmente, me felicité porque había sido un gran día: había hecho muchas cosas diferentes (hasta dormitar en un parque) y nada de eso habría sucedido si me hubiera quedado en mi casa. A veces me sonrío con simpatía pensando que tengo una vida estupenda que no cambiaría por nada ni nadie.
Este cuento tiene intermedio para tomar algo y estirar las piernas, así que la segunda parte del Microviaje después del entreacto.
La Fotografía: Yo mismo reflejado en el espejo de la minúscula recepción de casa Mariano. No había nadie. Llamé a uno de los teléfonos anotados en un papel y enseguida vino una chica a apuntarme en el libro de registro, a darme la llave de la habitación y a enseñarme la cocina común donde podría prepararme el desayuno. Fue muy simpática.