12 SEPTIEMBRE 2024

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2024-09-12
Referencia
10506

LOS DÍAS 55
“… Yo, que he juzgado la existencia como un cansancio eterno.
Yo, que en un bostezo siento puesta cada fibra de mi ser.
Yo que aspiraba a dejar mi vida en blanco como la hoja blanca de un cuaderno,
Dime tú amor mío, cómo iba yo a saber…”
Rafael Berrio (canción)
Viernes, seis de septiembre de dos mil veinticuatro

Ayer terminé la parte más importante de las reformas que hemos acometido Naty y yo en nuestra casa. Acabé a las ocho de la tarde, agotado. Hice una tortilla que compartiría con mi amigo Ángel, que llegó poco después.
Hoy, viernes, me he levantado con un cansancio pesado, adherido a cada una de las células de mi ser y mi cuerpo (es lo mismo).
A las ocho he recogido a Mi Charlie (estaba con Naty), y juntos hemos ido a dar el habitual paseo por la orilla del río. A veces, en uno de los márgenes de la senda, entre la maleza, hay una mujer de edad indeterminada mirando fijamente el curso del agua. Solo se le ve la parte superior de su cuerpo sentado y parte de la cara, de soslayo. Se muestra impasible y reflexiva. Su apariencia de estatua marginal y textura gris ceniza no le permite volver la cabeza.
Mi Charlie camina treinta metros detrás de mí, cansado, yo, treinta metros delante, pero tan despacio como él.
Los seres heridos buscamos el río. La eterna corriente es una visión perfecta porque observar el curso del agua es reparador. Podría ser un buen lugar para morir.
Hoy, como siempre, he pasado a la ida por un determinado punto de la senda, con el castillo a la derecha (Galiana); he avanzado dos kilómetros más y he vuelto (no tenía ganas de caminar). Cuarenta minutos después, en ese mismo punto, había un gran despliegue policial: a saber, cinco coches de policía local y nacional y a media distancia, en otro punto de la zona, un coche de bomberos. En una breve pradera verde, junto a la orilla, un hombre sentado apoyado en un tronco de un árbol, aparentemente desnudo y tapado con una manta térmica de refulgentes brillos; frente a él, cinco o seis policías más. Cuando pasé en la ida, en ese mismo punto, no había nada ni nadie. No me expliqué ese despliegue en tan poco tiempo. Obviamente, no pregunté a nadie porque gente no había y con los policías no suelo hablar.
Quizá ese hombre había intentado hacerse daño porque no soportaba el cansancio de vivir. La policía había acudido en tropel para rescatarle de algo de lo que quizá él no quería salvarse. La verdadera salvación está en otra parte. Un poco más adelante, me encontré otro coche de policía y una ambulancia.
Me llamó la atención que un hombre solo, cerca de la vejez, si no lo era ya, hubiera movilizado a tanta gente uniformada con un abrumador parque móvil en un paisaje normalmente solitario, salvo paseadores de perros y ciclistas retirados.
En el camino de vuelta he hablado por teléfono con mi amiga Consuelo, que enfrenta un futuro nuevo para ella (todos lo son), más bien me refiero a diferente, imprevisible y tal vez interesante. Ojalá sea así para ella y que el miedo no le haga buscar lo predecible.
Más tarde hablé largo con mi otra amiga, Mariola, son amigas nuevas, renacidas de un pasado remoto, por lo que después del encuentro nos hemos saltado todas las fases preparatorias para construir una amistad de ahora mismo, sin las desconfiadas y morosas fases previas que hacen imposible cualquier relación verdadera.
La Fotografía: Punto exacto donde se encontraba el hombre de la provecta edad, recostado en uno de los árboles que se pueden ver al fondo.

Pepe Fuentes ·