24 DICIEMBRE 2024

© 2024 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2024
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-DIGITAL 160
Fecha de diario
2024-12-24
Referencia
10616

ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 37 y 6
“Y hasta las ruinas perecieron”. Lucano
Jueves, diecinueve de diciembre de dos mil veinticuatro

… Habían pasado diecinueve años desde que descubrí el sitio, que ya en ese momento creí abandonado.
Las edificaciones fueron deteriorándose progresivamente presas de la derrota y el abandono.
Esperaba porque deseaba ver cómo era el interior de la casa donde todavía resistían las personas luchaban por existir muriendo. Me repetía, en algún momento las sitiadas no podrán aguantar más y se rendirán, desaparecerán de este sitio que ya es maldito.
Me preguntaba qué hacía que las dos mujeres que la habitaban en condiciones infrahumanas, abandonadas a su mala suerte (no sé por qué pensaba que eran mujeres, tal vez porque nunca vi a un hombre), continuaran aferradas a una casa que parecía que fue acogedora en su mejor tiempo, pero ya no, a riesgo de perder la vida porque en cualquier momento podía derrumbarse sobre ellas.
Me respondía con dos opciones posibles: una, que no tuvieran donde ir ni techo que las acogiera; y dos: resistir hasta el último aliento por coraje y orgullo de que la realidad y un aciago destino no las humillara, con la íntima y firme determinación de morir junto con la casa, posiblemente donde habían vivido desde que nacieron.
He fotografiado mucho en sitios abandonados, en casas desoladas, húmedas, sucias, sombrías y siempre me he preguntado cómo serían esos atormentados espacios a altas horas de la madrugada, pobladas de inquietantes y tenebrosas sombras en la oscuridad de la noche. Y presencias, tal vez de las ánimas de quienes las habitaron. Cuando imaginaba esas habitaciones en plena noche, en la alta madrugada gélida, con el viento helado colándose por todos los agujeros y ventanas mal cerradas, un escalofrío de terror me sacudía el cuerpo y me encogía el corazón.
A veces he terminado de fotografiar en sitios así al anochecer y siempre los he abandonado sobrecogido por un miedo invencible. Era fácil imaginar un sufrimiento intolerable habitar esos lugares condenados y esas mujeres lo hicieron. La tortuosa e inconcebible situación duró muchos años.
Siempre pensé que, finalmente, aunque pasara mucho tiempo, tristemente, vería su derrota y no porque la deseara, no, en absoluto, porque admiraba su capacidad de resistencia. El final era inexorable y cercano, aunque no sabía cómo ni cuándo.
La respuesta la tuve en septiembre cuando pasé por la carretera y me pareció ver en un tapial restos de humo.
Volví con Mi Charlie al día siguiente, y sí, las sospechas se confirmaron, la casa habitada había ardido. Quemada y absolutamente destruida. Todo achicharrado y retorcido; los techos desplomados formando una masa ingente de escombros mezclados con restos de enseres.
Deseé que las mujeres que resistieron el asedio de su mala suerte durante tanto tiempo no resultaran dañadas en la destrucción total de hacía muy poco tiempo. La puerta principal que no abrieron nunca ya no existía.
La historia había acabado mal, como todas.
La Fotografía: No supe cuánto duró la vida de ese lugar ¿ochenta, noventa años, más quizá, o menos? No, no he podido saberlo. En el interior encontré periódicos (ABC) de los años ochenta, empaquetados y que se salvaron del fuego. Ese dato me remite a que los propietarios de la ruina eran monárquicos y conservadores. Dícese de un conservador aquél que tiene algo que conservar. Ellas lo tuvieron, pero no pudieron mantener su pobre patrimonio hasta el final de sus vidas. Qué tragedia vivir un envejecimiento diario durante años en el que todo lo que te rodea se deteriora, se consume y diluye en la nada y finalmente arte fatalmente. Nadie se merece vivir, al final de su vida, semejante holocausto. Demasiada agonía no tiene sentido. Por eso, cuando me asomaba a esos chamizos me perseguían las enfurecidas mujeres que los habitaban porque encarnaba lo que las había destruido: el mundo y sus crueles exigencias. No podían saber que a mí solo me animaba una sentida solidaridad y comprensión y pena compasiva. Yo también sentí el acabamiento de su mundo con una inmensa tristeza. A mí también puede pasarme lo mismo. Y a cualquiera.

Pepe Fuentes ·