LOS DÍAS 2
“He reparado muchas veces que ciertos personajes novelescos gozan para nosotros de una importancia que nunca podrían alcanzar los conocidos y amigos, los que hablan con nosotros y nos oyen, en la vida visible y real”. Fernando Pessoa
Domingo, cinco de enero de dos mil veinticinco
Y cinematográficos, Fernando, también las películas tienen personajes con los que dialogar. Por eso, en estos días, habito en las películas de Kaurismäki y en los relatos de Pedro Juan Gutiérrez: he comenzado a leer su última publicación, Mecánica Popular (2024). Es fácil y gozoso leer a este autor, emplea una técnica narrativa tan sencilla, directa y quirúrgica que el discurrir por hechos y personajes es pura naturalidad iluminadora; y lo más importante, accede por el camino más corto al núcleo esencial de lo que cuenta, así como a la fibra sensible de los lectores. En sus relatos nunca sobra nada. Te mete sin darte cuenta en la vida de sus personajes y vives con ellos sus más íntimas sensaciones.
Hoy comencé a oír Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov (me prometí más lecturas de este autor hace unos días), y sí, claro, elección adecuada por su prosa brillante, deslumbrante más bien; pero, después de media hora o algo más de escucha, abandoné (por el momento), a pesar de lo que dicen las elogiosas reseñas sobre esta obra, como, por ejemplo: –una de las más bellas, complejas e imaginativas visiones de la pasión amorosa que haya dado la literatura moderna- Sin embargo, para seguir adecuadamente la trama tendría que crearme un organigrama o árbol genealógico de sus protagonistas y secundarios: multitud de personajes hormigueando al mismo tiempo.
A mí esos cuentos no me interesan. Me pasa como en la vida real, que soy de muy pocas personas, cuatro o cinco a lo sumo. Por ejemplo, necesito un amigo y tengo dos, luego voy muy bien servido.
Con los relatos de Pedro Juan, me manejo bien porque sus historias son de pocos.
De mi vida de ayer sábado, nada tengo que decir, salvo que mi súbita e inesperada amiga, historia tan prometedora hace tan solo tres días, comenzó a diluirse inexorablemente: apenas si ha durado una semana y eso sin vernos ni tocarnos (la pura ficción no pudo soportar la realidad, ni siquiera virtual). No escribiré sobre las circunstancias y las formas porque son cosas íntimas que afectan a otra persona y, porque viene a confirmar la imposibilidad que acompaña a todo lo que tiene que ver con el ocaso.
Ayer leí en un relato de Pedro Juan, en el que una mujer fogosa e hiperactiva sentimental y sexualmente toda su vida, con sesenta y pico años ya, estaba sola, porque según afirma, a su edad ya no podrá tener pareja ni amantes. Claro, Pedro Juan, a mí me lo vas a decir.
A lo largo de todo el sábado mi vida social estuvo clausurada. A pesar del decaimiento, por la noche salí a tomar una copa y la tomé, pero tardé poco en el trámite. No miré a nadie y nadie me vio. Hoy domingo, no tendré vida más allá de la puerta de mi casa.
Comí y por la tarde, depresión de bolsillo (autómata o sombra que se mueve por la casa tontamente, sin fin ni propósito). Al menos, hablé con Gabriel y eso estuvo bien.
La Fotografía: Por la mañana salí a pasear por las inmediaciones de la ciudad (el río y sus escarpadas paredes), luego la atravesé por el centro mismo y, como es tan pequeña, ni me enteré de la travesía. Volví a mi casa sin novedad y sin alegría. Triste, siempre triste en domingo.