DIARIO DE ENVEJECIMIENTO 61
“Nunca ejerció de abuelo. Nunca ejerció de abuelo porque mi padre siempre fue un dandi, esa es la razón… He heredado su dandismo, que es una forma de estar siempre pensando en otra cosa distinta de la que tienes delante; es como una ausencia; como un irse de este mundo en pos de otro que no existe sino con melancolía…”. Manuel Vilas
Domingo, diecinueve de enero de dos mil veinticinco
Lo primero de este frío día: enviar mi más afectuoso y sentido mensaje de felicitación a mi amigo-hermano porque en la madrugada de hoy, su hija, Ana, ha sido madre de una niña y él abuelo.
Su vida cambiará en gran medida, pero nadie sabemos (ni él) cómo se configurarán sus días a partir de ahora. Serán diferentes y deseo con toda mi alma que para bien y que su vida se enriquezca. Él se lo merece porque por encima de todo es un hombre bueno y perfectamente orientado en relación con el mundo en el que vive.
Se dice que los nietos dan sentido a la vida de los viejos, que nos anclan al mundo y a la vida y añaden un porqué al penoso absurdo de la vejez. No me lo creo. Tengo mis razones. Quiero a mis nietas y siento que cierran el círculo de mi vida y que me alegro infinitamente de que hayan venido, vivan y se estén convirtiendo en una gran realidad humana de futuro. Pero nunca han estado cerca, desde que nacieron viven a ocho mil kilómetros.
Por eso y por mi propia manera de ser, dudo que la vida de los nietos-niños sirvan de algo a los abuelos-viejos. Ahora, en los tiempos en los que vivimos; especialmente porque nuestros mundos están radicalmente alejados en cuanto a experiencia vivencial. Pondré un ejemplo demasiado simplista, tal vez: mi otro amigo me dijo el otro día que ayer, sábado, iría a ver un musical con sus nietos de corta edad, especialmente creado para niños. A mí eso me habría arruinado no solo la tarde, sino todo el día. Y así días y días, y años y años, hasta que los nietecitos pasen a la categoría de nietos y ya no necesiten de los servicios prestados por los abuelos. Sí, es natural y ley de vida, los mundos de los niños y de los viejos no pueden ser más distantes: unos empiezan a vivir alborozados y los otros, los viejos, se están muriendo cada día.
No hay paz para los abuelos, porque se están retorciendo entre los estertores de un desolador decaimiento de sus carnes y sus almas. O no, y son unos perfectos adaptados a los ciclos de la vida, luego son sabios o simplemente imbéciles.
Es un sencillo problema de aritmética temporal. Ellos tienen todo el tiempo y nosotros apenas, luego lo necesitamos todo para vivir de acuerdo con nuestras necesidades: tiempo, por favor, los viejos lo necesitamos como peces sacados del agua. Boqueamos agónicamente sin él.
A partir de mi inadaptada mirada y a pesar de ella, espero que a Armando le vaya maravillosamente bien en su nuevo estatus de gran patriarca de su familia (sin nietos no hay modo de llegar a ese equívoco y excelso nivel vivencial). Me parece.
Hoy hablaré con él para que me cuente cómo se siente y me dirá la verdad. Entre nosotros ese valor es nuestro natural y auténtico modo de comunicarnos. Sin verdad el afecto sería inútil y estúpidamente construido. Y no, estúpidos no somos, más bien ingenuos. Todavía.
Se dice, también, que es tradición y ley natural que los viejos ayuden a nacer a la vida a sus nietos, y así se cumple el supuesto y maravilloso ciclo vital. Sí, el abuelo y el nieto, acompañándose en un tranquilo paseo de la mano y el hombre viejo mostrándole al niño las sencillas y bellas cosas del mundo. Y los dos aprendiendo a conocerse y quererse. Idílico, luego mentira. Uno de mis abuelos hizo eso conmigo, y yo le quise porque fue un buen abuelo. Ese cumplió, el otro no (con mis abuelas me pasó lo mismo). Pero era otro mundo, vivíamos en el campo, no había otros niños para mí (a los que habría preferido), ni otros viejos para él.
En el mundo actual, tan intervenido por elementos y circunstancias externas que modifican radical y artificialmente la vida de unos y otros (niños y viejos), todo ha cambiado. Los abuelos somos un anacronismo, generalmente lejos del mundo donde viven ellos. Nosotros: analógicos; ellos virtuales.
Los valores han cambiado radicalmente: antes, del abuelo se esperaba sabiduría y cariño; ahora solo tiempo y servicios. La nueva estructura social y familiar supone que a los abuelos se les roba lo poco y único que tienen: tiempo.
No, no parece que yo me crea el efecto consolador de los nietos para los abuelos; pero a pesar de todo, a mi amigo-hermano le deseo lo mejor, cómo no.
La Fotografía: Gran interior (1998), de Lucien Freud. Museo Thyssen Bornemisza (Madrid, 2023)
…No le gustaba la palabra abuelo. Hay en ella una claudicación interna. La palabra abuelo no nos gusta, ni a mí ni a mi padre. Cómo pudo mi padre llegar a ser el gran señor de la vida que fue ¿cómo lo hizo? Fue su instinto, solo su instinto. Mi madre y mi padre en eso fueron iguales: tuvieron el mismo instinto hacia la vida. Fue lo único que les importó: la vida. Por eso a ninguno de los dos le gustaba la palabra abuelo. En francés está mejor porque se dice «gran padre», eso es bonito. ¿Cómo hemos de llamarnos ante nuestros hijos y los hijos de estos sin que se pierda la elegancia y el respeto a las pasiones de la vida? Manuel Vilas