LOS DÍAS 4
De vez en cuando tengo, pese a todo, la profunda sensación de vivir como quiero. Peter Handke
Miércoles, veintidós de enero de dos mil veinticinco
Hoy, precavido como soy, me he anticipado a la peligrosa hora del suicidio (de seis a siete de la mañana, si estoy despierto y en la cama). Me he levantado a las cinco.
Lo primero que he decidido para mi vida próxima es ir al teatro, hace tiempo que no voy y ya lo echo de menos. He elegido dos obras que se representarán en Toledo, en el Teatro de Rojas: Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello, el ocho de febrero; y Todos los ángeles alzaron el vuelo, de La Zaranda, el siete de marzo (en la última suya me dije que no volvería a verlos porque ya me cansan, pero he incumplido el propósito). He comprado las entradas.
Mis problemas de hoy: ninguno. Aunque, no es exactamente así, porque tengo una gotera en mi casa, en la planta superior, la que da directamente a la intemperie y el mal tiempo. Vendrá un pintor a ver la dichosa gotera, por si se le ocurre algo para impedir que me caiga el agua encima.
A las 5:59, ahora mismo, escucho en Radio Clásica un programa sobre Juana de Castilla (la Loca) y la música que ella escuchaba y la que interpretaba con clavicordio. Inteligente, culta, sensible y bella mujer (46 años cautiva y sola).
Excelsa la música y la narración de Carlos Sandúa.
Mi Charlie y yo, estamos en estos días delicados de salud (lo suyo ya lo he contado); lo mío: en un mes tengo programadas visitas a los siguientes doctores-especialistas: urólogo, dermatólogo, gastroenterólogo. Entre tantos, seguro que alguno me detecta algo grave.
Ya de noche, vendrá mi amigo Ángel a cenar y a ver juntos el partido de fútbol que toca, del Madrid, claro. Espero que el equipo gane porque así lo pasamos mejor. Hablamos de las mismas cosas, pero más contentos.
Está claro que hoy poco tengo que relatar. Los diaristas, si no tienen nada que contar se callan sabiamente y esos días no cuentan para su deuda con el diario. No es mi caso. Ser diarista me compromete todos los días: vivo un día, escribo un día. No puedo desconectarme con un interruptor como si fuera una bombilla. Si tuviera contacto directo con Dios intentaría negociar que me descontara los días inservibles. O que al final, y sobre todo porque iré perdiendo el partido con la vida, me conceda una prórroga para ver si consigo empatar.
En el caso de la reina Juana, que fue una buena mujer y su condena injusta, nada menos que de cuarenta y seis años de cautiverio, los viviera después, aunque ya fuera vieja. Me temo que las vidas no funcionan así, y la mía desde luego que no. Los días perdidos, perdidos se quedan.
Por eso escribo este diario para intentar dar sentido a los días, aunque no lo tengan. Pero al menos, así documento mi inocencia y mi mala suerte.
La Fotografía: Fallen Leaves (2023). Aki Kaurismäki. En todo el mundo existe la costumbre de ir a bares a beber y socializar, por la tarde noche. Desde los exquisitos clubes ingleses hasta las tabernas de pueblo en España; desde los bares oscuros y silenciosos de la Europa del norte (en la foto), hasta los del sudeste asiático; o los del oeste estadounidense o los de américa del sur. Es una costumbre que jamás he practicado. He sido hombre de bares, pero siempre de noche y si en ellos había mujeres que me gustaran. Lo de socializar como los callados hombres que habitan el bar de la foto de hoy, nunca me ha interesado. Es puro nihilismo al que nunca he querido llegar. Demasiado peligroso.