DIARIO ÍNTIMO 113
“Maldita sea la edad madura, que es la edad de las incesantes precauciones, que asustan al amor. La edad del millón de cautelas”. Manuel Vilas
Domingo, dieciséis de febrero de dos mil veinticinco
… Ayer estaba contando mi vida del sábado, cuando me asaltó una digresión y me entregué a ella sin reservas…
En el Súper confirmé lo que vengo observando últimamente y es que hay gente que monta tertulias en los pasillos anchos: veo como se reúnen en círculo tres o cuatro matrimonios y hablan animadamente durante bastante tiempo. Otros se encuentran con otros parecidos a ellos con mucha sorpresa y alborozo, se saludan efusivamente y se ponen a hablar con ganas (otra tertulia montada). Para mí que quedan y si no lo hacen explícitamente es porque ya saben que un día, a una determinada hora, allí, se encontrarán con gente afín. Sí, algo así como cuando yo iba a bares a una determinada hora para intentar ligar con las chicas que sabría que estarían, y estaban, ya lo creo. Son las necesidades humanas de otros humanos. Y eso es tan humano como entrañable y necesario.
A mí eso ya no me pasa porque estoy esforzándome para ocupar en el mundo una plaza de robot o subproducto de la IA.
Volví de Mercadona, me preparé un aperitivo mientras colocaba la compra, comí, dormí la siesta, vi un partido de fútbol (no ganado), el mundo está contra mi equipo, es una conjura y así no podemos ganar de ningún modo. Luego trabajé en el diario de uno de estos días. Cené mientras terminaba de ver la serie 1923, que ni de lejos se acerca a la maravillosa 1883 (ya escribiré sobre estas series); y decidí salir a ver gente que se divierte porque como yo no lo hago del mismo modo que ellos, creo que eso me entretiene. Estoy en un error. Ni me entretiene y mucho menos divierte.
Llegué al bar a las doce y veinte. Se encontraba abarrotado, probablemente más de doscientas personas. Muchas de ellas bailaban salseo cansinamente como viejos que eran (no sé cómo se llama esa especie de música disco de ahora para clases populares, sin ninguna sofisticación, que no puede ser peor). Las mujeres, bailen o no, tararean las canciones en español con un inexplicable entusiasmo porque las letras son horrorosas (ellas también lo son).
No pedí ninguna copa, di dos vueltas en redondo por el perímetro del local y una travesía por el centro, abriéndome paso con dificultad y precaución porque en cualquier momento me podía llevar por delante algún gordo o gorda que bailaran de espaldas (sobre todo a su realidad).
Como no vi a ninguna mujer que me gustara, ni siquiera un poquito, me pregunté seriamente ¿te apetece estar aquí? No, me contesté secamente, como si me cayera mal. Volví a mi casa. La olvidable exploración duró poco más de media hora.
A continuación, todo acabo bien porque me acosté y me dormí en el acto.
Como no sé muy bien lo que me está pasando, y tampoco sé evaluar si mi propósito de suspender todos mis circuitos emocionales (estoicismo exprés) progresa adecuadamente, seguiré a la expectativa, observándome.
Fin del Fin de semana; porque hoy, domingo, nada pasará.
La Fotografía: Por continuidad temática y para no estropear el rácord de la secuencia, más perros de hojalata. En este caso, han tomado un espacio de alta cultura y es que están por todos lados. Llegará un momento en que gobiernen el mundo y eso quizá sea mejor, no sé. En mi casa, por ejemplo, quien manda es Mi Charlie.