20 FEBRERO 2025

© 2025 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2025
Localizacion
El hombre de arcilla, de Anäis Tellene (2023)
Soporte de imagen
-DIGITAL 12.800
Fecha de diario
2025-02-20
Referencia
10732

DIARIO ÍNTIMO 114
“Pocas personas se dan cuenta lúcidamente del complejo estilo de la decadencia, pocas tienen conciencia del fenómeno que la fuerza del devenir las obliga a vivir”. E. Cioran
Miércoles, diecinueve de febrero de dos mil veinticinco

Hoy sucederán dos cosas inverosímiles e inauditas en mi asombrosa vida liquida: incolora, inodora e insípida. No, no se trata de nada que tenga que ver con mujeres, esa es una causa perdida, radicalmente imposible. La primera será que por la tarde entraré en un quirófano, a que me quiten una excrecencia de la cara, cerca de mi sien izquierda y, además, para que me extraigan una muestra de tejido sospechoso de la nariz (por fuera) por si estuviera podrido. No sé. Ya veremos. Algo habrá visto mi dermatóloga que no le ha gustado. Lo mismo se me está escapando la vida por ahí y por ahora nadie lo sabe, incluido yo.
La segunda será lúdica porque, nada más salir de la clínica de mi ciudad, junto con mi amigo Ángel, iremos a Madrid, al estadio de fútbol (el Bernabéu), para ver a nuestro equipo jugar contra uno de la pérfida Albión, el que dirige ese catalán de las narices, también conocido por mí como el del pequeño país. Doble motivación para ganar.
A ver, al fútbol en vivo no iría si no fuera porque mi amigo cuenta con dos entradas de privilegio, en un palco, nada menos, porque sino yo al fútbol de ver en vivo, en la gregaria grada, no voy ni muerto. No, como todo el mundo sabe, no es por clasismo (no lo soy y carezco de fundamentos para serlo), sino porque me falta motivación para el deporte militante.
Y hablando de la vida real, del tiempo que hay que pasar entre gentes desconocidas, ayer fue un día intensísimo de vivencias para las que no estoy preparado y que me asustan hasta el temblor.
Salí de mi casa ni temprano ni tarde. Me planté inseguro y asustado en la puerta de un hospital en Madrid, a media mañana, sin saber todavía lo que iba a tener qué hacer a lo largo de casi todo el día. Primero, una consulta con un especialista (urólogo), al que pedí una intervención quirúrgica exprés para paliar mis molestísimos y humillantes problemas por los que sufro de noche y de día. Él dijo que vale, que me operaba, que le parecía que tenía todo el sentido del mundo. Estuvimos felizmente de acuerdo. El cirujano me pareció un hombre empático y simpático y todo en uno. Me preguntó: ¿Cuándo quieres operarte? Le contesté (esa respuesta me la sabía), -cuanto antes, le dije, pleno de determinación- A lo que él me dijo, solícito y sonriente, -la semana que viene entonces-. Estupendo, asentí contentísimo. Nada preocupado ni temeroso.
El personal de ese hospital fue increíblemente eficaz y solidario porque entendieron que había llegado desde muy lejos y lo prepararon todo para hacerme el preoperatorio en el mismo día para que así no tuviera que volver (yo eso no lo pedí, fue cosa de ellos).
Ese calvario consistió en análisis de sangre y orina, electro, placas torácicas, entrevista con la anestesista. Todo salió bien. A las cuatro de la tarde, exhausto, y para celebrarlo, me tomé una cerveza y un bocadillo de beicon con pimientos que me supo a gloria. Me sentía muy contento conmigo mismo por lo bien que lo había hecho todo.
Volví a mi casa a las seis de la tarde, desde las nueve y media que salí, en plan campeón.
La Fotografía: Sí, hoy a la foto le ha tocado contar el lado malo y siniestro del día (es de la película de la que hablé ayer, El hombre de arcilla, que tanto me gustó). Sí, porque en mis interminables horas en el hospital sentí una desasosegante vulnerabilidad, un desamparo propio de un hombre destruido por el tiempo y la enfermedad, ahíto de inseguridades y torpezas. La epifanía vivida en un viacrucis de salas de espera, junto a personas viejas y físicamente deformes, como yo, me causaba dolor y tormento. Incluso, los pocos que había más jóvenes ya estaban afectados por un deterioro brutal. Sí, por eso la foto de hoy, de un sexagenario solo ante sí mismo, vulnerable, desnudo y sin salvación posible. Como yo me sentí ayer. Me pregunto ¿merece la pena vivir esta mierda sin ilusiones, placeres o risas? No me contesto, sencillamente porque no lo sé. Por cierto, en todo el puñetero día no vi a nadie reír, ni siquiera sonreír, y, posiblemente, ahí esté la respuesta a mi pregunta y a la desdicha de la mala edad.

Pepe Fuentes ·