LOS DÍAS 13
“Parece más profunda cuando dice lo mínimo, dando más importancia a la iconografía que a la psicología (…) Es más satisfactoria y conmovedora cuando es más ambigua narrativamente.” A.A. Dowd (a propósito de Paris, Texas (1984), de Wim Wenders)
Domingo, seis de abril de dos mil veinticinco
Ayer, sábado, tal y como me temía no hice nada de nada; bueno sí, fui al Súper del barrio (no a Mercadona, mi barrio es pequeño y a ese nivel no llegamos); y luego me compré en Don Patatón (espantoso nombre), tres raciones pequeñas: conejo con tomate, potaje y pimientos fritos. Y un pollo asado, sin patatas, pero sí con salsa. Con esa comida y con verdura (Col), cocinada por mí, tendré para toda la semana. Eso ocurrió por la mañana, y después me dispuse a pasar la tarde sin hacer nada, bueno sí, escribir un poco, ver un partido de fútbol y continuar con Yo, Claudio, que tanto me está gustando ¡qué super malos fueron la mayoría de los emperadores romanos del inicio de nuestra era, pero, sobre todo, sus mujeres!
Por la noche, después de ese maratón de banalidades, pensé en salir donde siempre.
Algo me decía que el fin de semana sería más plano, si cabe, que cualquier otro, a pesar de la dificultad de superar marcas. Es como arrancar una décima de segundo a la de los 100 metros lisos.
Por la tarde hablé con Gabriel de cómo nos iban las cosas, yo no pude aportarle nada de interés (lo de mi operación del lunes, ya lo sabía), y él, sin embargo, me contó lo revueltas que estaban las cosas en su nuevo país, con un presidente enloquecido en pie de guerra. Por cierto, le pregunté cómo era el trámite de adoptar la nacionalidad estadounidense y me contó que, el próximo día quince de abril tenía una ceremonia en la que se oficializaba su nueva condición de ciudadano americano, una especie de jura de bandera de pompa y circunstancia, supuse. Entonces le pregunté sí para que ese magno acontecimiento se diera había tenido que pasar pruebas (qué ignorante soy), y sí -me dijo- que todas las del mundo. Ah, bueno, claro, eso me parecía, comenté. A partir del quince de abril, tendrá que asumir que por encima de cualquier circunstancia será ciudadano estadounidense con su pasaporte y todo. Nos hemos reído mucho pensando que, si estallara una guerra entre su nuevo país y el viejo, él tendría que dispararnos a nosotros ¡vaya plan!
Me resulta extraño que un Fuentes, con origen (yo) en el Cerro del Acebuchal (un pedregal perdido en la nada), esté ahora bien instalado en la primera nación del mundo ¡que progreso el de los Fuentes! Todo gracias a la pericia de mi hijo.
Este cuento familiar estadounidense me remite a la película de la que ya hablé ayer y que tanto me gustó, a pesar de una cierta imperfección que hace la historia inmensamente humana (Sam Sheppard, es el guionista).
Cuando Travis recupera la memoria, poco a poco, muta de hombre enigmático a hombre corriente. Habla de lo mismo que todo el mundo y eso hace que la película caiga en un bache de interés y tensión. Pero, eso no es demasiado malo porque se entiende que la historia necesite de una estructura ósea que sostenga las partes blandas de sus personajes, sus sentimientos, sus miedos, sus traumas…
El paisaje del sur de Estados Unidos aparece bellísimo en la película que, por si fueran pocas sus excelencias, es también una road movie. Puede que esa iconografía de llanuras y carreteras interminables y rectas, pueblos solos en la llanura y hoteles solitarios sea la mayor belleza que yo haya visto en mi vida (Naty y yo hicimos la travesía del sur de EE.UU, de este a oeste, en dos ocasiones y distintos años). Esa visión se me ha quedado prendida en mi retina y en mi memoria sensible para siempre, por encima de cualquier otra. Ni Marruecos, ni Europa, ni China, ni India, ni ningún otro paisaje que haya visto nunca, salvo el árido y plano español me han emocionado tanto.
Ah, por cierto, y para continuar con la primera parte del fin de semana, desastroso, por cierto: el partido de fútbol lo perdimos y con él la liga (una puta mierda, el fútbol); y en ese ambiente derrotista en general, al bar de los sábados por la noche no fui. Me acosté.
La Fotografía: Para terminar hoy, Paris, Texas, otra vez: una escena cumbre de la película, la conversación del peep-show (mirar furtivamente), cuando Travis encuentra a su mujer perdida, la bellísima Nastassja Kinski, alcanza un dramatismo estremecedor. Tremenda concesión sentimental y emocional a una historia dura, que tampoco acaba bien del todo, aunque esta opinión está desautorizada por mí, porque yo no tengo claro lo que es acabar bien o mal. En realidad, la película acaba como debe.