LOS DÍAS 14
“Paz, quiero paz y nada más que paz. Y si he de pagar un precio por ella en forma de vida retirada, insulsa, huérfana de sensaciones y aventuras, lo pago y santas pascuas (…) Prefiero, por razones de salud, la calma del solitario, del indiferente, del que sobrevive en la soñolienta paz de una fatiga crónica. Nada de cuanto acontece a mi alrededor me interesa. Ni siquiera me intereso yo mismo. (Toni, protagonista de Los vencejos, de Fernando Aramburu)
Jueves, diez de abril de dos mil veinticinco
Estaba persuadido, sin sombra de duda, que los puntos de mi reciente operación (carcinoma) me los quitaban hoy; sin embargo, ayer, ya reclinado en la paz de mi estudio, miré los mensajes en mi teléfono y me encontré con una cita de enfermería en mi consultorio, para el día nueve, exactamente a las once, justamente el día y la hora que era en ese momento. Salté como un resorte de mi cheslong y de ahí al coche, llegué al consultorio diez minutos tarde. Pedí a la enfermera que me recibiese, cosa que hizo. El trato con ella siempre supone una contrariedad. Puede que sea una de las personas más antipáticas del mundo y habita en un remoto consultorio sanitario de barrio embutida en una bata blanca. Nada más ver la fealdad de mi herida (pegotes de costras apelmazadas entre los puntos), comenzó a quejarse con gesto torcido que irradiaba no solo enfado, sino resentimiento, puro odio hacia alguien, que en ese momento debía de ser yo y mi herida. Intenté decirle que yo no tenía culpa de nada, que cada vez que intentaba curarme sangraba y eso generaba costras, y así sucesivamente. Mi herida lo era, claro, pero en modo bucle. No atendía a mis razones, sencillamente, porque como todo el mundo, no escuchaba. Desistí y dejé que hiciera lo que le diera la gana. Salí de la consulta con la herida ensangrentada y con la promesa de una segura costra para varios días. Veremos en que acaba todo esto; carcinoma ya no tengo, según me dijeron, pero una jodida herida en la nariz, sí. El problema fue que intentaron coser una hendidura demasiado ancha y el cosido no alcanzó a juntar ambos lados. Creo yo.
Llevo unos días en crisis, de vez en cuando me alcanza una, como si fuera el oleaje cadencioso de una playa sin sustancia. Intento escribir o hacer algo, pero nada me sale, y entonces me quedo quieto y callado, como catatónico. No quiero reconocer que estoy deprimido, pero a mí me da que sí, que lo estoy. Me pasa lo mismo que a Toni, el protagonista de la memorable novela de Aramburu, pero sin su sentido del humor. Y sí, por fin he conseguido vislumbrar, después de tanta desorientación, que quiero lo mismo que él; pero mucho me temo que ha sido a partir de un titánico ejercicio de voluntad no del todo sentido. Sí, porque si fuera así estaría feliz y contento todo el día; pero que va, ni mucho menos. Pero bueno, no me voy a sabotear a mí mismo poniendo en duda lo que tanto me ha costado conseguir: una diáfana manera de vivir día a día. Y santas pascuas.
La Fotografía: El río que pasa por mi ciudad, en mi barrio mismo, ha venido crecidísimo, ha reventado los cauces por varios sitios. Existe un error de perspectiva temporal al asociar a los ríos con las ciudades, porque más bien es al revés, los ríos llegaron primero y luego las ciudades, ejemplo: Toledo es una ciudad del Tajo, y se ha conformado como el río ha permitido y no al revés. Bueno, eso carece de importancia ahora. El caso es que como el río se ha mostrado impetuoso y orgulloso de su fuerza arrolladora, el otro día me llevé la cámara a mi paseo por la orilla y fotografié.