HISTORIAS MÍNIMAS 11
¡Cuánto le gustaría saber lo que piensa cuando aparentemente no está pensando nada! Cuando los pensamientos no se dejan pensar. Vienen, te rozan, revolotean un instante en torno a ti y enseguida se desvanecen, se hunden en la más pura nada y solo quedan de ellos las burbujas abdominales del naufragio”. Luis Landero (Absolución)
Jueves, veintiséis de junio de dos mil veinticinco
Abro hoy el diario con la intención de escribir, como cada día, pero me quedo en suspenso, con la mirada perdida en el vacío, sin pensar y sin nada que escribir, como casi siempre, pero hoy más.
Aguanto impasible a ver qué pasa, por si acaso se me ocurre algo, así, de pronto.
Son ya las doce y media en mi patio, acalorado y vacío, y nada sucede. De pronto, Mi Charlie, da un salto ladrando furiosamente: se oían unas remotas voces, al otro lado de la casa, en plena calle, que disturbaban nuestra paz y el silencio absoluto de nuestro patio de clausura. Le he animado a que siguiera haciéndolo para que nuestros enemigos sepan que nos defenderemos de cualquier intrusión hasta la última gota de nuestra sangre marchita. No, no queremos a nadie en nuestro mundo de retiro y oración. Somos, por encima de todo espiritualistas y devotos de nuestra libertad, que solo es vivible en el aislamiento. Quién no esté dispuesto al retiro del mundo nunca será plenamente libre. Pienso.
Una cosa me ha llevado a otra, de perros también. Últimamente vengo observando que, en el tramo de paseo diario por la senda de nuestro exhausto río (Tajo, se llama), pasean mujeres de mediana edad… pongamos entre treinta y cuarenta y ocho años, rubias, delgadas y muy atractivas, con perros Border Collie (el perro más inteligente del mundo, al parecer). Unas corren y otras no. Procuro saludarlas a todas porque me gustan. También me cruzo con algún hombre que también lleva el mismo perro, pero a esos me da igual saludarlos que no. Solo las mujeres me interesan porque a pesar de mi creciente misoginia, todavía mantengo reminiscencias de mi debilidad por ellas. Mi Charlie, sin embargo, a los perros listos de las mujeres rubias, listos o tontos, ni siquiera los mira. Mi Charlie vive ensimismado, como su dueño.
Tengo una nueva amiga, R., que me ha enviado hace un rato, desde una playa sureña en la que se encuentra, un sugestivo y exaltante mensaje sobre el Mar, escribe ella mirando al mar: “Puede parecer monótono, pero no lo es. Es placentero oírlo, verlo y respirarlo”. Me ha gustado mucho su poético mensaje, me ayuda a reconciliarme levemente con mi prosaica y plana percepción de esa llanura infinita de agua. Lo que me ocurre con el Mar es que no llego a entenderlo. Además, lo imagino lleno a rebosar de monstruos de bocas abiertas y dientes afilados y eso me da mucho miedo.
Hoy no haré nada, y mañana tampoco. Y, por supuesto, el fin de semana, menos todavía. A mí ya me da igual casi todo. Dice Haruki Murakami (me gusta mucho), en una de sus frases célebres y siempre lúcidas: “En este mundo, nada hay tan cruel como la desolación de no desear nada”.
Avanzo con resignación hacia la consunción vital y espiritual de mi cuerpo. Mi caso es puro decadentismo, del bueno, aunque sea a destiempo. Me pregunto ¿nací tarde o el decadentismo fue prematuro, allá por el XIX? Creo que fue lo primero, porque, además, no me siento cómodo en esta contemporaneidad tan insustancial y preventiva. De cualquier modo y en realidad, el tiempo del nacimiento da igual porque siempre será a destiempo e innecesario.
La Fotografía: Hombre desorientado que ha sufrido un naufragio en la tierra seca en la que habita. Aterido de frío y miedo se acerca al mar y busca con sus arañados prismáticos un barco fantasmal, mágico y maravilloso, que le salve por encima de la inclemencia de las olas sin ni siquiera tocarlas, mar adentro, a una incierta salvación más allá de todos los límites conocidos.