DIARIO ÍNTIMO 128
“La vida social es un intercambio de ofensas. Nos ofendemos los unos a los otros y eso es la vida en comunidad. Por eso Kafka al final ya no quería ver a nadie, para no ser ofendido ni ofender”. Manuel Vilas (Dos tardes con Franz Kafka)
Viernes, cuatro de julio de dos mil veinticinco
Viernes, no sé, nada, como ayer, como el mismo día de hace tres o cuatro años… o de hace mil, qué más da.
Por la mañana, a la senda del río, sin Mi Charlie (hoy no me toca, mañana sí). He caminado despacio, como siempre.
Me he cruzado con dos de las mujeres de la asociación de los “Border Collie”, una de ellas, que solo andaba, ni fu ni fa.
La otra, espectacular: delgada, dura de cuerpo (se le marcan los músculos, como de tableta en el vientre y protuberancias redondeadas y perfectas que eran su culo), bronceada, atlética, aunque algo vieja ya… corría con una concentración de mandíbulas prietas y mirada fija en el recorrido que tenía por delante. Se ha cruzado conmigo con una velocidad vertiginosa, de dibujo animado clásico, y así se ha alejado de mí, igual, con una nube de polvo detrás de su meteórica figura. En las décimas de segundo en los que se ha cruzado conmigo, he tenido la impresión de que su presencia era engañosa porque a pesar de su impresionante despliegue de velocista invencible, su aspecto era de bacalao tendido al sol secándose.
Ayer se me acabó la suscripción a una página de citas para encontrar novia o ligues o lo que sea, Solteros 50, se llama (y yo con setenta, qué risa). Mis suscripciones eran por periodos de seis meses renovables que yo desactivaba para que no me sustrajeran el importe de una cuota de renovación abusiva.
Puede que haya sido una de las cosas más ridículas que haya hecho en mi vida, y juro por los dioses del olimpo todo que han sido muchas. En realidad, desde hace bastante tiempo, mantenía la suscripción como recurso terapéutico (para no sentirme tan solo); a ver, me explico, la interfaz del invento consiste en que ellos me enviaban tres o cuatro correos diarios diciéndome que una mujer determinada (dentro del rango de edad preestablecido por mí) era una estupenda opción e inmejorable “partido” y que ella estaba deseando saber de mí (eso era rigurosamente mentira, la mujer existía, supongo, con sus fotos y todo, pero lo último que esa mujer deseaba era saber de mí, se lo inventaban ellos para hacerme feliz y un poco más tonto). Era una convención que me venía bien porque yo hacía como que me lo creía y entraba a ver su perfil, si me gustaba picaba un icono para que ella recibiera mi guiño, al que jamás contestaba, claro; y cuando no me gustaban, las más de las veces, eliminaba el correo y ya está.
Todo ese juego era completamente estúpido, pero mantenía mi buzón de correo activo, porque era como si yo siguiera estando en el mundo, y además vivo ¡un juego! Me costaba 10 € al mes, y en este último año (antes tampoco) he tenido contactos reales y los de mensajería (pocos) eran decepcionantes. Un ejemplo: si una mujer me gustaba muchiiisiiimooo, y además el perfil parecía muy interesante porque decía que le gustaban las mismas cosas que a mí, yo, de pronto me imaginaba teniendo una cena con velas con ese prodigio femenino y le enviaba un mensaje creativo, divertido, de cortejo de gran clase (la que tengo cuando me motivo), y muy complacido por mi creatividad me decía: a este mensaje de gran seductor esta mujer, si posee la inteligencia y determinación de la que presume, no tiene más remedio que contestarme. Y entonces pasaban los días y el silencio era sepulcral por su parte (el 95% no contestaba a mis virtuosos requiebros); y solo el 5% lo hacía con un escueto: -gracias, pepe- y ya está, y eso porque la mujer era excepcionalmente atenta, pero en absoluto porque la interesara. Puede que en este último año haya enviado poco más de diez o doce mensajes. Pongamos, uno al mes.
No renovaré la suscripción ¿para qué? Pero mi buzón de correo enmudecerá para siempre. Será cosa de acostumbrarme y me ahorraré 120 € al año; aunque bien mirado quizá no sea tanto porque es la cuenta de Mercadona de una sola visita en la semana. Si continuo tendré a la vista cientos correos y fotos de mujeres intocables, durante todo un año. Me lo pensaré.
Qué terriblemente ridículo me parece todo a estas alturas, pero con mi célebre y poderoso plan “tortuga del desierto” conseguiré conjurar todos los peligros de caer en la ignominia, la principal amenaza para los viejos irredentos.
La Fotografía: Una de las mujeres magnificentes a las que yo escribía pero que, como se puede observar, es un ser indolente, entregada a una brumosa pereza e indiferencia existencial, que claro, no podía contestarme porque apenas si conseguía entreabrir su consciencia, más allá del abandono torpe y mórbido en el que se encontraba a cualquier hora del día o de la noche. Esta ninfa de carnes abundantes y apretadas, pero de inteligencia insuficiente, la pintó Botero, y es una obra maestra.