Papa muerto y disecado (Juan XXIII)…y algunos muertos más…
DIGRESIÓN CINCO. The Two Popes (Los dos papas), Reino Unido (2019). Guion: Anthony McCarten. Dirección: Fernando Meirelles. Intérpretes: Jonathan Pryce, Antonhy Hopkins, Juan Minujín, Cristina Banegas, Sidney Cole, Luis Gnecco, Federico Torre, María Ucedo.
Soy un desastre: normalmente, cuando veo una película que me interesa, al día siguiente escribo sobre ella (esta solo me gustó moderadamente), aunque luego lo publique en el diario días o semanas después. Bien, el único problema es que, en este caso, he perdido el texto escrito en enero y ahora, en marzo ya, me encuentro con la fotografía elegida y el día reservado, pero sin texto. Tenía dos opciones (o tres): olvidarme del asunto (pero debo respetar el propósito del diario: prevenir la desmemoria); volver a ver la película, que no me apetecía en absoluto (no me gustó lo suficiente); o lo que estoy haciendo, “marear la perdiz”, para que quede constancia de que la película verla la he visto (aunque ya no tenga frescas las sensaciones y matices). Sí recuerdo que en el texto perdido incluí una frasecita que me parecía adecuada, oportuna y hasta ocurrente, por ser ajustada a la realidad del Vaticano actual y que más o menos era: -ahora hay tres papas presentes y potencialmente visibles en tiempo real: el ejerciente, Bergoglio (el Papa Francisco); el cesante, Ratzinger (Benedicto XVI); y el muerto, Roncalli (Juan XXIII), en la foto-. Y el título de la película sería, si fuera un spaguetti western (que en cierto modo lo es): El bueno, el malo y el muerto. En cuanto a lo que recuerdo es que era bonita y amable, sobre todo porque recreaba lujosamente y a todo color algunos de los ceremoniales en la zona cero del catolicismo. La relación entre ambos Papas que nos cuenta Meirelles es excelente, hasta un partido de fútbol en televisión comparten entre risas (parecen humanos), y en cuanto a sus posturas teológicas, aunque parezcan convencionalmente divergentes (conservador Ratzinger y “progresista” Bergoglio) son exactamente iguales, solo que cada uno utiliza e interpreta las palabras a su modo, buscando a su público, pero en esencia igualitos los dos; como debe ser para conservar su patrimonio espiritual y material (no sobrevivirían ni como religión ni como comunidad si se dedicaran a cambiar las reglas del juego cada nueva generación). La razón de ser de algo tan inconmovible como las creencias es que nada se mueva y ellos lo saben perfectamente; se pueden permitir ser cualquier cosa menos tontos. Es asombroso la inmensa riqueza y poder que han generado las falacias de la fe, como es el caso de todas las religiones sin excepción. Menos mal que todas, y la católica especialmente, han sido muy fértiles y productivas para el patrimonio artístico de la humanidad. Yo agradezco su existencia y deseo que no desaparezcan nunca, siempre que no inflijan demasiado daño (aunque lamentablemente todas lo hagan, como pasa en la película que comentaré mañana), aunque mi posición siempre será pasiva y escéptica, como prevenido espectador. Bueno, a ver, corto ya, porque me estoy alejando de la película, que no es otra cosa que una pulcra, respetuosa, o más bien complaciente, puesta en escena sobre los personajes pseudodivinos (los Papas), gracias a una generosa producción, un buen pulso narrativo y unas grandes interpretaciones. Más que suficiente.
Évora, ciudad para caminar despacio y mirar con atención. Eso es precisamente lo que hacíamos cuando nos tropezamos con este monumento a la muerte (imagino). Era sorprendente una representación tan realista de una sepultura por dentro, con sarcófago y muerto incluido, en plena calle de la ciudad, ofrecida por el artista y el Ayuntamiento para que sus habitantes y visitantes no pierdan la perspectiva de la finitud de la vida: Memento homoquia pulvis es, et in pulverem reverteris. Me adherí inmediatamente a ese gesto fotografiando la obra. También puede que el propósito fuera una mera desdramatización, que también me sirve.
Datos autobiográficos: me llamo exactamente como uno de mis abuelos. Hubo un pepe fuentes en el mundo antes que yo (desapareció hace ya cuarenta años). Ahora, cuando visito el cementerio y veo su lápida, un escalofrío me conmueve. A mi abuelo le gustaban los perros y a mi también, recuerdo que siempre había alguno cerca de él. Pero mi abuelo, que era hombre de carácter, tenía gestos terribles que todavía subsisten fugaces e inciertos en mi memoria; si en algún momento un perro le hacía una faena, lo cogía, se lo llevaba a unas encinas cercanas a su casa y lo ahorcaba, sin más. Mi abuelo no era hombre que aguantara inconvenientes que pudiera evitar. Yo quería a mi abuelo y ahora, en la nebulosa de los recuerdos, además, le entiendo.
BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA III
Viernes, trece de marzo, por la mañana no tan temprano.
La preocupación sigue siendo creciente.
No acierto a imaginar cómo viviríamos una situación de crisis prolongada que nos llevara hasta un paisaje, en todos los órdenes, distópico, traumático e incluso de grave riesgo para la supervivencia. Algo parecido al mundo que cuenta Cormac McCarthy en La carretera: “Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol de la carretera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados para llorarlo”.
Tampoco soy capaz de situarme ante la posibilidad de una infección propia o de personas de mi entorno.
Me pregunto: cómo serían nuestras vidas a partir de esa aciaga y posible mortal circunstancia (al parecer las personas mayores somos colectivo de alto riesgo).
Tal vez ésta espeluznante situación no sea para tanto y un mundo de esqueletos abandonados no llegará nunca…
Repentinamente: la noche a pleno sol, fuego, humo, ríos de fuego blando, caos, gritos, huidas imposibles, ruido aterrador, muertes por doquier. Sin embargo, el hombre tranquilo de la ciudad no se movió; observo y decidió su destino sin titubeos: sería el hombre crisálida durante el resto del tiempo. Ya ha cumplido 2000 años. Algún día decidirá salir y su belleza resplandecerá.
DIGRESIÓN ONCE. El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa (2013). Ebook, Penguin Random House, (2016).
Últimamente me ha dado por leer a Vargas Llosa. Afortunada decisión por mi parte. Es un hombre con una inconmensurable capacidad para crear literatura, para manejar profusamente el universo de las palabras en español, ya sea ensayo o ficción, además de articular ingentes datos que previamente ha recopilado en serias y exhaustivas investigaciones, como en sus obras de perfil biográfico, histórico o sociopolítico (La fiesta del Chivo, Tiempos recios, El sueño del celta). Cuando se adentra en la pura ficción, como es el caso de esta novela, es capaz de hacer que la lectura se convierta en adictiva, desplegando un entramado de intrigas que se mezclan, van y vienen plenas de matices sobre la naturaleza humana. En este caso, además, sitúa la trama en el Perú profundo, tan conocido para él, y hace que los personajes vivan y se expresen con un lenguaje propio repleto de modismos locales, divertidos, chispeantes. Las historias paralelas de dos empresarios, el pequeño transportista de Piura, Felícito Yanaqué, y el gran empresario de Lima, Ismael Carrera, avanzan mezcladas y lejanamente conectadas en una creciente intriga y, finalmente, concluyen plenamente insertadas la una en la otra. Los personajes que los acompañan: arquetípicos de la cultura y contexto peruano, meticulosamente construidos. La historia contiene un matiz ético y épico, siempre presente en el Vargas Llosa que voy conociendo, como el hecho de que toda la historia se articule en torno a un principio moral que transmite el gigante que fue el padre de Felícito a su hijo: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener». Además de inculcarle un titánico e inconmovible sentido del esfuerzo y el trabajo honesto. Se podría decir de esta novela que es ejemplar (probablemente, algunas más de la novelas de Vargas Llosa se podrían denominar con esa clásica definición de “ejemplares”, pero eso no lo sé porque solo he leído una pequeñísima parte de su obra). Solo un reproche, quizá por un tonto prejuicio cultural que no terminaré de erradicar nunca, me temo: todo acaba bien, demasiado bien, me parece.