Claroscuros para nada…
…Sigo con la Abramovic, que debe ser una artista fantástica dado el éxito arrebatador del que disfruta (bueno, no sé si disfruta o sufre, porque siempre aparece con una expresión muy circunspecta). Creo que ayer fui un tanto frívolo e injusto hablando de ella. Me reconvengo seriamente y me castigo a repetir mil veces –NO debes ser irrespetuoso con el arte moderno y tampoco con la Abramovic-. Para desagraviarla incluyo una información que aleatoriamente extraigo de Internet: «Marina Abramovic es una artista de performance que investiga y explora los límites de lo psíquico y mental. En sus performance se ha lacerado a si misma, se ha flagelado, ha congelado su cuerpo en bloques de hielo, tomando drogas para controlar sus músculos, con las cuales ha quedado muchas veces inconsciente, y hasta en una ocasión casi morir de asfixia recostada dentro de una cortina de oxígeno y llamas». Lo curioso es que ha sobrevivido siempre; a lo mejor es que no tiene espíritu de superación. De todas formas yo prefiero el circo…
Lo hicieron los Templarios en el castillo de Chinon.
En mi ciudad he conseguido una condición muy difícil de lograr: la invisibilidad. Puedo caminar tranquilamente sin que nadie me interrumpa, puedo pasar al lado o cruzarme con personas a quien conocí hace y durante años y no me reconocen (yo apenas a ellos). He conseguido una especie de transustanciación parecida a las sombras: incorpórea e intangible. Soy parte inmaterial de la sustancia misma del olvido: soy, sencillamente, imperceptible. Como todo lo importante sólo se consigue lentamente, con voluntad férrea y persistente. Es un estadio prodigioso que se alcanza a partir de la negación sistemática e incansable del escenario y sus fantasmales actores. Es magnífico: se alcanza la paz, la indiferencia y una cierta sensación de omnipotencia.
Como ya supimos ayer, era un pequeño barco, que, sin embargo, podía servir para soñar en destinos imposibles.