En la incierta luz de una primavera tardía…
Decía ayer: hacer sin desear provoca cansancio y decepción. Casi siempre camino sin deseos y no se me ocurre nada. Los caminos que piso como un autómata se cansan de verme y no dicen nada. A veces, hartos ya de que no ocurra nada, me hacen gestos, me llaman a gritos y me exigen que fotografíe inmediatamente. Pero, horror, no llevo la cámara (casi nunca la llevo), tengo que aplazar las fotografías hasta el día siguiente. Me acerco al lugar cargado de intenciones porque mientras esperaba he fantaseado con las imágenes que quiero. Llego, miro por el visor y no encuentro nada de lo que vi ayer, ya no están, todo se ha descompuesto y sólo hay silencio sucio: la luz no es la misma, los objetos se han movido y las texturas misteriosas de ayer, hoy son sórdidas y prosaicas: todo es feo y sin sentido. Tengo la sensación de que me susurran: idiota, era ayer, no hoy, no ves que todo cambia de un día para otro, salvo tú, que no te enteras de nada. Guardo mi cámara no sin antes tomar unas pruebas de mi decepción. Vuelvo entristecido, camino más despacio y me propongo llevar la cámara mañana, a otro sitio, para conseguir imágenes en su momento. Oportunas. «Creo que hay cierta fatalidad en esto: rara vez llego al lugar hacia el cual parto». Laurence Sterne
El otro día pensaba en una especie de pacto fáustico por el cual pudiera vivir eternamente mientras fuera capaz de seguir editando cada día una fotografía y un texto. El día que fallara, por la razón que fuese, mi vida se desvanecería. Enseguida sentí desazón y miedo: no me creía capaz de prolongar este diario más allá de unos días, o a lo sumo, y a costa de un esfuerzo titánico, unos pocos meses. Inmediatamente conjuré mis ensoñaciones mefistofélicas no fuera a ser que la realidad imitara al arte (lo digo en honor a Oscar Wilde)
En la obra de Echenoz aparecen rasgos personales de Maurice Ravel especialmente significativos: elegancia hasta la paranoia; alejamiento del mundo que le rodea; aparente desinterés sentimental y sexual; insomnio y tendencia al aburrimiento. Compuso una obra excepcional: El Bolero. «A quienes se aventuran a preguntarle cuál es su obra maestra, les contesta de inmediato: El Bolero, desde luego, por desgracia está vacío de música». Echenoz: «-es algo que se destruye, una partitura sin música, una fábrica orquestal sin objeto, un suicidio cuya única arma es la ampliación del sonido-«. Sólo él podía crear una obra como El Bolero: la razón es sencilla (creo), se tienen que combinar una serie de rasgos personales, si faltara alguno, quizá esa obra no hubiera sido posible; por ejemplo si Ravel hubiera dormido bien, o si no hubiera sido tan elegante o si hubiera tenido numerosas amantes. El Bolero es Ravel, precisamente porque Ravel era Ravel. Ah, y como no hay nada mejor para combatir la dejadez que el arte (creo), mi neurastenia acabó gracias a Echenoz y Ravel; así que nos fuimos a dar una vuelta: a ver que nos deparaba el sábado noche.
MONÓLOGOS SOBRE ARTE
Capítulo tres: Morandi. Resonancia infinita
Nueve de Octubre de dos mil veintiuno, Sábado. Fundación Mapfre, Madrid.
«Creo que expresar la naturaleza, es decir, el mundo visible, es lo que más me interesa». Giorgio Morandi
Es de agradecer a las comisarias de la muestra: Beatrice Avanzi y Daniela Ferrari, los magníficos títulos elegidos para cada uno de los capítulos que despliegan: Encantamientos metafísicos, Paisajes de duración infinita, El perfume negado, El timbre autónomo del grabado, Los colores del blanco y Diálogos silenciosos. Aunque solo fuera por eso, la exposición había que verla.
Y por muchas más cosas, indudablemente.
Giorgio de Chirico y Carlo Carrà, fundaron la tendencia conocida como pintura metafísica. Morandi, influenciado en su primera época por esos artistas, y, aunque incorporando iconografías características de esa escuela, pinta sin establecer componentes narrativos, tan propio de la pintura metafísica (yo, casi prefiero situarla como una parte más del surrealismo, pero eso es tan solo mi capricho).
Como las causas de este diario no son académicas y menos todavía exhaustivas (me faltan fundamentos); tan solo trato de testimoniar aspectos vivenciales, diré que, ver esta exposición me resultó una experiencia gozosa e intensa. A pesar de que, en algunos momentos, tuviera la sensación de que Morandi no nos dio tregua y se encargó en apurar exhaustivamente su propia manera de entender la pintura: esencial, escueta, directa e inquietante (también metafísica), y que mirar atentamente sus obras puede remitirte a una tensión espiritual agotadora; pero no por cansancio, naturalmente, sino porque exige mucho a los que se acerquen a su obra, si verdaderamente quieren aprender algo de lo que ofrece, que es mucho.
He de decir que, de los seis apartados, me interesaron sobremanera, El perfume negado (maravillosos bodegones, directos, escuetos, inquietantes: de jarrones con flores secas); Encantamientos Metafísicos (composiciones creadas con componentes de la realidad perfectamente identificables representadas en atmosferas estáticas que sugieren lecturas poéticas y extrañas); y, por último, Diálogos silenciosos (creaciones que realizó, intermitentemente, a lo largo de más de cuarenta años de carrera: volúmenes llenos, vacíos, aleatorios, aparentemente estáticos pero que remiten a una ritmo interno que calificaría de convulso y trascendente).
Para mí, y quizá lamentando un cierto simplismo por mi parte, sus obras, son sobre todo y por encima de cualquier otra valoración, lo que se podría definir como naturalezas estáticas, aunque menos muertas de lo que puedan parecer, porque rebosan ritmos internos y misterios insondables. Aunque aparentemente puedan parecerse, no es así, porque con cada uno de sus cuadros puedes establecer diálogos diferenciados. Desde luego, en casi todas sus obras (especialmente las de los capítulos que más me gustaron), te enfrentas a un mundo icónico múltiple y complejo. Inagotable, diría.
“Para mí no existe nada abstracto; por otra parte, creo que no hay nada más surrealista, nada más abstracto que lo real”. Giorgio Morandi
La Fotografía: Aparentemente, botellas viejas, polvorientas y algunas rotas. Metafísicamente podrían ser otra cosa, o eso intuí cuando realicé estas tomas. No obstante, no debo engañarme y mentir alevosamente atribuyéndome complejidades de espíritu propias del artista que No soy. Qué va, yo tan solo he hecho fotografías a lo largo de mi vida porque era donde mi simplista espíritu mejor se acomodaba, por fácil. En fotografía, casi todo ha sido siempre muy fácil, por eso ha progresado tan poco como disciplina artística a lo largo de su exigua historia.