Parafraseando a Antonio Gamoneda: No sé lo que quiero fotografiar hasta que las imágenes no se hacen visibles...
Y que hago yo en esto, si no tengo CONCEPTO? No lo sé. El caso es que a mi me gustaría fotografiar mirando, en lugar de por el visor, por un concepto. Sí, un tema, ser fotógrafo de un tema; es fácil de entender ¿no?, pero no de conseguir, al menos para mí. Un concepto, o varios, ordenados, uno detrás de otro y que además todo, en su conjunto, denotara una idea de profundización en algo. Qué bonito sería y que con el paso del tiempo mis TEMAS llegaran a ser TEMAZOS. Ah, claro, que no se me olvide, -que cada uno de ELLOS (los temas o conceptos) estuvieran acompañados de profundas teorizaciones del tipo: (sigo mañana)
Las inmediaciones del río tienen una magia especial. Prodigiosamente fotografío tranquilo (espero en cualquier momento al encargado de echar a los fotógrafos de lugares olvidados). Después de dos horas me voy, agradecido porque nadie me molestó.
HISTORIAS DE UN HOMBRE SIN HISTORIA. La pesca, los peces muertos y los pájaros invisibles II:
Nada en especial estaba sacando (o pescando) de mi esforzada -ida y vuelta- hasta que poco antes de acabar mi improductivo peregrinaje me tropecé con un pez reseco. Muerto. Eran las doce de la mañana, aún me quedaba mucho tiempo antes de volver a mi casa y me dije: -fotografía el pez reseco, pepe, nada tienes mejor que hacer ahora y así, al menos, no te irás de este lugar sin haber pescado nada, aunque solo sea un espectro de pez-. Eso hice. A pesar del tiempo e interés que dediqué al asunto no conseguía encontrar el tono y la forma. Hice varias tomas pero ninguna me parecía adecuada a mi gusto. Después de un buen rato me harté y abandoné el propósito y el pez. La pregunta era: ¿merece la pena empeñarse en algo que no se tiene claro? Y la respuesta es: ¡¡¡y yo que sé; unas veces sí y otras no!!! El problema es que nunca sé cuándo debe ser Sí o No…
Había mucha gente alborozada jugando en la playa. Entraban y salían del agua, algunos se tumbaban, cerraban los ojos y dormitaban, otros jugaban con pelotas y a otros les daba por modelar figuras con arena. Qué encantadora (y artística) actividad. Qué sanos son los veraneantes (o bañistas). Creo que en algún momento he querido ser como ellos y saltar alegremente en la arena y luego modelar figuras efímeras. Sin embargo, nunca he conseguido sentirme feliz en una playa haciendo de bañista (o veraneante). Las orillas del mar sólo me gusta pasearlas mirando, sólo mirando, vestido y con una cámara con la que protegerme.
HISTORIAS DE UN HOMBRE SIN HISTORIA. La pesca, los peces muertos y los pájaros invisibles I:
Un día de finales de Septiembre o primeros de Octubre (no me acuerdo bien) salí de «microviaje». Llegué al embalse de Valdecañas, en la provincia de Cáceres. Nada más parar emprendí una animosa exploración por la orilla del pantano en dirección oeste, cargado con la máquina, dos objetivos y trípode. Terriblemente pesada la impedimenta. También con un propósito: fotografiar piedras redondas e impregnadas por la cal del agua seca. Son, creo, volúmenes y formas muy fotográficas. Ya sabemos todos que hay objetos más fotográficos que otros, y la piedras secas lo son, me parece. Todo depende de la sensibilidad del fotógrafo o de su ausencia. Todo y nada es posible o imposible, y todo al mismo tiempo, como vengo repitiendo en este diario. El caso es que -fui y volví- (una constante en mi vida). En el camino de ida fotografié algunas piedras aunque no eran como las que buscaba, sino exactamente como las de hoy. De vuelta me crucé a una cierta distancia con unos pescadores que me hicieron un alegre gesto a modo de saludo; no les respondí. A mí los pescadores (de caña) no me parecen interesantes, sencillamente porque no los entiendo. Hay que ser casi tan raro como yo para permanecer durante horas frente al agua, con una caña en la mano, pasivos, sin que nunca pase nada y siempre subordinando la emoción a la decisión que tome un pez (animal aparentemente tonto, sin memoria, según se dice) al que ni siquiera ven. Luego lo pensé mejor y también me acordé del ensayo de Unamuno: El perfecto pescador de caña, y me dije que probablemente los pescadores y yo nos parecemos bastante: ellos con caña, pasivos y esperanzados; y yo con máquina, activo e igualmente esperanzado. No obstante, esta reflexión empática no hizo que volviera a corresponder a su saludo. Todos en lo mismo, todos artistas. Lo dice Miguel de Unamuno en su bucólico y místico ensayo: «Digo el arte de la pesca a la caña, y arte, en su más elevada acepción, lo estima Isaac Walton, porque: -el pescar a la caña es algo como la poesía, para la cual hay que nacer, quiere decir -añade-, con inclinaciones a ellas, aunque puedan luego realzarse ambas artes con discurso y práctica…»