“El realismo es la corrupción de la realidad”. Wallace Stevens.
…Mi reloj me sorprendió: me dio la noticia de que llevaba cuatro horas deambulando por el Mercado. Paré y me pregunté: ¿qué recuerdas especialmente de lo que se supone que has visto? Pasaron un par de minutos. Silencio. Me repetí la pregunta. Dos o tres minutos más. Silencio. Vale. -Recoge los restos del naufragio y lárgate inmediatamente – dijo, no sé si el «ego ensimismado» o el «alter ego pragmático y antipático«. Llegué a mi casa a las cinco y media de la tarde. Y encima estaba contento. Me recliné a descansar, puse música de jazz y, despaciosamente, busqué la definición de una bonita palabra, Solipsismo: «es la creencia metafísica de que lo único de lo que podemos estar seguros es de la existencia de nuestra propia mente, y la realidad que aparentemente nos rodea es incognoscible y puede no ser más que parte de los estados mentales del propio yo. De esta forma, todos los objetos, personas, etc., que uno experimenta serían meramente emanaciones de la propia mente». Claro me dije, ya más tranquilo y descansado, es lo que me ha pasado hoy: un ataque de solipsismo, sin duda provocado por el poderoso influjo de tanto arte contemporáneo en venta. Fin.
OTRA VEZ DE FERIA III: una de las razones por las que me interesa y me encanta el Arte Contemporáneo es porque hay un germen autodestructivo en él, y porque se parece mucho a lo que yo me esfuerzo en hacer, aunque su concreción material tenga poco que ver. Sin embargo, sí tiene que ver la actitud porque, una vez que pulso el disparador, todo ha terminado. Directamente al agujero negro del olvido. Las obras de Arte Contemporáneo llevan incorporado ese cromosoma, salvo que el mercado las rescate y les otorgue un valor tangible, para durar, al menos como moneda de cambio. Pero eso es siempre a posteriori. El arte tradicional (entiéndase el realizado hasta hace muy poco y que aún sigue resistiendo y haciéndose profusamente), se generaba y se ofrecía al tiempo, con sus valores de inmutabilidad y pervivencia y gloria. Sí, me gusta la iconoclastia que encierra el arte actual. Los artistas contemporáneos y sus obras son portadores de un virus altamente infeccioso que acabará de una vez por todas con el concepto tradicional del Arte, y esa música me hace bailar. Lo paradójicamente absurdo es que también disfruto mucho del arte tradicional. Así no voy a tener claro nada nunca, me temo. Vuelvo a la Feria a ver si soy capaz de centrar mi discurso. Allí había de todo: miles de obras supuestamente artísticas (que lo sean o no es lo de menos) y, por haber, hasta bultos sospechosos no identificados había; y detrás, gentes que se han esforzado en crearlas (los artistas); y otras, en mostrarlas y venderlas (los galeristas); y otras, en analizarlas y contar sus excelencias (los críticos, curadores y teóricos); y las estrellas absolutas del tinglado (los coleccionistas), porque sin ellos nada de todo esto existiría. El espectáculo estaba servido. Y yo allí, durante al menos tres horas, con mis dos viejas cámaras, para disfrutar de tantas energías desplegadas. Sí, cada año me gusta más el Arte Contemporáneo porque todavía no sé lo que es, y nunca sé lo que me voy a encontrar en la muestra. Es un espacio donde se cita la libertad de creación, la convivencia tranquila con las íntimas ensoñaciones de los llamados artistas y donde puedes encontrarte una sorpresa continua, en cada pasillo, en cada esquina, en cada galería. Impagable…
DESCONEXIONES (de una Supuesta Realidad). Este año también hemos ido a Arco (Feria de Arte), como siempre. Tres horas corriendo y corriendo como pollo descabezado por salas y salas y fotografiando y fotografiando. No me enteré de nada, pero lo pasé muy bien. Ah, y en un momento de incontrolado enardecimiento y pasión por el arte contemporáneo confundí un extintor de incendios con una obra de vanguardia. Y lo fotografié. Cómo no. «No creemos en la política y los medios, nos gusta la idea del libre mercado y la libertad del individuo. Sin libre mercado, no hay arte. El arte es elitista, está basado en el dinero». «Gilbert & George»
OTRA VEZ DE FERIA V: sí, porque desde luego, a mí no se me ocurre llevar mis cosas a un galerista diciéndole: -mira, fíjate en lo mío, es como lo vuestro- No, eso no lo hago, no tendría ningún sentido porque no soy artista y no tengo ganas de perder el tiempo. Sin embargo, la fotografía de hoy, que sí estaba en la feria (no supe si fue vendida o no) y que tanto se parece a mis imágenes, es pesada, engorrosa de transportar y, desde luego, infinitamente más cara. Eso sí, ambas, la fotografía de ayer y la obra de hoy, tienen en común que son bastante feas, pero eso, en arte contemporáneo, es consuetudinario a determinados valores no escritos ni marcados, pero tremendamente presentes e identificables. Cualquier otro valor fuera de su marco está desubicado. El problema es que, aunque todos sepamos y no sepamos al mismo tiempo lo que es Arte Contemporáneo (yo desde luego no), todavía no se ha contado de forma entendible y popular. Por mi parte, solo puedo especular con que es una gran intuición y una consecuencia lógica e inevitable del devenir humano. Al carecer de referentes artesanales, figurativos, literarios, históricos y tradicionales, y no anclarse en el tiempo, genera tantos y tantos encarnizados enemigos, «El Arte Contemporáneo, al quererse contemporáneo, ha anulado el tiempo comprimiéndolo al presente, y debe estar en todas partes al mismo tiempo». César Aira. Estas puede que sean algunas de las causas del malestar y enfado de tantísima gente, me parece. Los enfadados, no caen en la cuenta de que esos son precisamente sus más auténticos y preciosos valores. A mí no me irrita en absoluto, todo lo contrario, porque me parece estupendo y divertido y ocurrente tanto chapuceo con materiales perecederos y finitos. O no, depende, porque la obra de hoy está fabricada para durar mucho…
