El elefante perturbado por el mal de altura… o los espacios donde cultivo mis obsesiones…
SEIS DE ABRIL (una autopista a ninguna parte). Deambulamos por las cimas de los cerros, sin prisa, y al coronar una de ellas, a lo lejos, divisamos el comienzo, o tal vez el final, de una autopista abandonada, a medio construir. Fantasmal y absurda. La mañana nos estaba deparando misteriosos e incomprensibles descubrimientos. Un viaje onírico por escenarios inconcebibles y asombrosos, extraños e inquietantes; rezumaban una sustancia visual, un precipitado surrealista de nuestras pequeñas tribulaciones y preocupaciones estéticas (del Chuchi y mías). Tres horas después de haber iniciado nuestra exploración decidimos volver, impresionados por nuestros azarosos e insólitos hallazgos. Volveremos, aunque ya nada será igual. Ninguna experiencia es superior a la primera, como en el amor y en todo lo demás que tenga que ver con la vida. Qué le vamos a hacer.
La paz parece obvio en qué consistiría: los pueblos no se agredirían entre sí, los fusiles no dispararían y los aviones no lanzarían cobardes bombas para eliminar a víctimas anónimas. Sí, pero qué más? Qué necesita un hombre para sentirse absolutamente en paz? -vivir en un escenario donde haya ley, justicia y libertad, donde pueda desarrollarse como humano, atendiendo a sus necesidades físicas y espirituales-. Donde pueda amar, desear, crear y dormir plácidamente para descansar de sus esfuerzos cotidianos. Donde espere su decadencia y su muerte sin más miedos que los propios de su acabamiento físico, sin los terrores de la opresión, la miseria y el miedo. Lo que olvidan con demasiada frecuencia los demagogos pacifistas es que para conseguir esa situación irrenunciable, hay que librar más batallas y guerras de las que ellos piensan. La dignidad humana bien vale una guerra (aunque, lamentablemente, para algunos suponga también perder la vida).
En uno de mis recurrentes viajes a Almería, deambulando por carreteras y caminos, a lo lejos, divisé este pequeño poblado, aparentemente abandonado, que se ofrecía desde la distancia como una perfecta y armoniosa superposición y escalonamiento de volúmenes. Parecía que hubiera emergido de la tierra por sí solo, como un reflejo espontáneo y natural del paisaje; o creado por lúcidos constructores a partir de un sentido ancestral, eterno, de la proporción y el equilibrio. El caserío se apegaba a la tierra de forma natural y adoptaba sus formas, sus colores, su textura seca y dura. Ese encuentro fortuito tuvo lugar en dos mil uno y se redujo a esta sola fotografía. No quise saber más y ni me acerqué; fotografié desde la lejanía que muestra la fotografía y me fui…
Por fin he salido de mi casa cargado con la impedimenta para hacer fotos «artísticas«. A saber: un trípode, el voluminoso y pesado maletín del equipo, una pequeña bolsa llena de rollos de película (cuatro tipos), una gran maleta cargada de cosas diversas para las puestas en escena, una caja con sombreros, una silla plegable y un cepillo de barrer suelos sucios. Además de todos esos cachivaches, un frágil e inespecífico deseo de hacer fotografías. Poco a poco iré incorporando otras cosas. También, y a ser posible, alguna idea, pero eso será más adelante, espero…En este lugar realicé bastantes fotografías durante varios días el año pasado. Volví el otro día y, nada más llegar, sin bajarme del coche, supe que mi relación con el sitio había acabado. Me largué casi sin parar…