"Un hombre solo es mucho para un hombre solo". Antonio Porchia
… Este peligro no sólo lo temo porque el retrato resulte fallido para mí, como retratista o artífice, sino también por la persona que ha confiado en que le devuelva una imagen cierta (reconocible) de si mismo. A medida que avanzo en mi propósito siento un miedo creciente; como si me estuviera adentrando en un bosque impenetrable sembrado de trampas. Confío que el miedo no se convierta en un pánico insuperable que me haga abandonar…
El fotografiado ayer por Manolo, y hoy por mí, es un amigo de entonces: Félix (ya no lo es tanto porque apenas si nos vemos). Creía tanto como yo en eso del «arte fotográfico» y tiene un currículo fotográfico más brillante y largo que el de mi amigo Manolo y yo juntos. Era y es un hombre inquieto, de hecho sigue afrontando proyectos. Algo hay que hacer, supongo. Ah, se me olvidaba, en aquella época también compartíamos una gran admiración por Luis Buñuel. Ahora, él no sé, pero yo menos, seguro; no porque cuestione el indudable talento de D. Luis, sino porque mi capacidad de admiración se ha reducido sensiblemente, o al menos es mucho más volátil: depende del día que tenga, y no me suele durar más de uno, al siguiente, inevitablemente, olvido el objeto de mi mitomanía o lo cambio por otro.
JOSE LUIS: En aquel tiempo: estupendo. Felizmente casado y con su mujer, Mari Cruz, embarazada de su segundo hijo que resultó hija. Positivo, aunque algo conformista. Éramos compañeros de trabajo desde hacía once años y todo ese tiempo llevábamos cultivando una amistad entrañable que tenía más de afectividad que de afinidad. Ambos sabíamos que podíamos contar el uno con el otro para lo que hiciera falta. Nuestras diferencias existenciales no entorpecían en absoluto nuestro mutuo cariño. Luego: por motivos de trabajo dejamos de vernos diariamente pero eso no impidió que siguiéramos tratándonos (menos) y cuidando nuestros mutuos afectos. Ahora: nuestras circunstancias personales han ido cambiando, aunque no tanto; él sigue con las mismas de siempre, aunque casi sin darse cuenta se le han colado algunos escepticismos y desfallecimientos. A ambos nos ha golpeado el tiempo: a él de forma más física y a mí integralmente. Cuando nos vemos, cada vez más de tarde en tarde, nos fundimos en un abrazo porque seguimos queriéndonos.