"Hay lágrimas en la naturaleza de las cosas y la certidumbre de lo efímero nos hiere el corazón". Virgilio
…Avanzo por un pasillo viejo, sombrío
y también utilizo la cámara.
Me fascina el suelo, es el mismo que los
de
mi infancia.
Me paro frente a una puerta endeble de madera vieja
pintada de un insufrible y sórdido color marrón.
Llamo: sale el dentista, con su cara blanda
de hombre bueno (supongo, o quizá sólo sea pusilánime),
afable y aburrido (o no, quizá tenga secretos que yo no adivino).
Paso con él a la consulta,
le explico:
tengo molestias en una zona de la encía superior
izquierda.
Él mira
Me hace una radiografía y determina que
tengo una muela «fisurada»
¿Qué es recomendable hacer? le digo.
Extraerla, -contesta-
¿Lo hago ahora? -me pregunta-
Bueno, si no hay otra solución, hazlo.
Me inyecta anestesia, manipula y la extrae.
Me duele un poco.
Mira atentamente mi muela sanguinolenta
cogida con unas pinzas
-Me dice- pues no, no está «fisurada»
Me callo, ni siquiera protesto (el pusilánime soy yo).
-Le pregunto- ¿Cuánto es?
Cincuenta euros, -me dice-
Pago. Salgo sin una muela y sin dinero.
Mañana no saldré de mi casa -me digo-
…Cuando llego a uno de estos lugares me invade una excitada emoción: una indefinible mezcla de temor mezclada con un vivo interés hacia lo que pueda descubrir, lo que pueda encontrar, lo que el tiempo, el azar, y olvidados seres hayan dejado allí. Mis imágenes en esos remotos lugares son, de algún modo, un homenaje a la vida de personas que tanto tienen que ver conmigo. Un reencuentro con lo que ya viví y, fatalmente, con unas formas que me llegan directamente a las entrañas. Fotografío turbado, conmovido y asustado, no sólo por encontrarme en un espacio incontrolado, sino porque me pueda encontrar con motivos y formas que sacudan inclementemente mi aletargada memoria…
Once de Marzo. Han pasado diez años ya. Qué me ha pasado en estos diez años? No puedo recordarlo ahora. Es más, qué me ha pasado en décadas anteriores? Tampoco ha sido importante, porque casi no me acuerdo. Últimamente, la memoria se me queda prendida en hechos minúsculos sin importancia, desapacibles y estúpidos, en los que siempre soy el desmañado y perdedor. Sí, al parecer he vivido muchos años ya, pero sin darme cuenta, sin haber obtenido sensaciones que ahora me sirvan para apuntalar mi maltrecha autoestima; más bien todo lo contrario, de los que me acuerdo, maldita memoria, tiran de mí hacia abajo o son como una lluvia ácida torrencial que me obliga a agacharme y, encogido, con las manos en la cabeza, estúpidamente, a correr a protegerme debajo de un techo ruinoso y desapacible, que puede que se me caiga encima. –Es que no he tenido ni un solo momento heroico en mi vida?- me pregunto. –No-, me contesto…
…Cuando estábamos terminando…oímos unas voces en el exterior de la cueva. Nos asustamos, sólo había un acceso por el que se oía hablar. En caso de que fueran los malos, no tendríamos salida. Naty, valientemente, se precipitó a la salida al encuentro de quien pudiera ser. Se dio de bruces con un hombre mayor. Ambos se sobresaltaron, sobre todo el que llegaba. No sabía que estábamos dentro con toda la impedimenta. Detrás del hombre venían seis o siete personas. Llegué detrás de Naty y como le vi tan resuelto le pregunté si era el dueño de todo aquello, a lo que me contestó que sí y me tendió la mano. Preguntó qué hacíamos allí. Le contesté que estábamos fotografiando, pero que ya nos íbamos. Él nos dijo que estaba enseñando la cueva a unos amigos. No mostró enfado por nuestra intromisión, es más, nos dijo que podíamos seguir el tiempo que quisiéramos. Al rato y después de explicar a sus invitados sus planes de rehabilitación de la cueva se despidió amablemente y nos dejó allí, graciosa y hospitalariamente. Después del susto se nos quitaron las ganas de seguir y nos fuimos.
