"Los signos nos permiten soportar lo insoportable". Félix de Azúa
Sus retratos son la columna vertebral de su obra. Las miradas de sus personajes; penetrantes, acuciantes, dramáticas, de una intensidad conmovedora y convulsa. Los retratos de García Alix no se parecen a ninguno: todos tienen la fuerza y el desgarro de almas que se asoman a los ojos y miran al fotógrafo exigiéndole que les de la vida. Su talento radica en que ha sabido transmitir al retratado que su vida depende de ambos, no sólo del veredicto del fotógrafo, sino también del valor del fotografiado; pero a cambio, para salvarlos, les exige todo: su alma y su confianza. No son actos inocentes con una cámara de por medio, sino un peligroso juego a vida o muerte. El tratamiento hiperrealista, que en cierto modo podría parecerse al de Diane Arbus, lo es sólo en apariencia porque existe una sustancial diferencia entre ambos: aunque conciban su obra con crudeza y pulcritud y los dos sean maliciosos (no hay verdadero retrato sin malicia por parte del fotógrafo, incluso crueldad), la mirada de Arbus es desde la piedad y el arte, y la de Alberto lo es desde la vida, su vida, colocada en la mesa de vivisección existencial.
El retrato es un enfrentamiento…
Ciertamente en la fotografía hay un elemento fatalista.
En cien años todos calvos. Quiero decir que una colección de retratados es una colección de futuros cadáveres.
Alberto García-Alix
No tengo tiempo de ver exposiciones de fotografía, ni de otros lenguajes y soportes tampoco (aunque quizá lo que no tenga sean ganas). Tampoco de leer libros ni de charlar con nadie. ¿En qué se me va el tiempo? -No me contesto-. Sé lo que hago desde que me levanto hasta que me acuesto (mantengo la memoria sólo de un día, luego nada). No sé por qué tardo tanto en hacer lo poco que hago. Creo que contrataré un detective del tiempo que me siga todo el día, a ser posible con una cámara de vídeo para así, luego, poder observar mis lentísimos movimientos y pensar en algún mecanismo o técnica de aceleración, a ver si todo me cunde un poco más. No es una tontería lo que digo (o sí), pero hace dos siglos se tardaba un día en cubrir la distancia de mi ciudad a la capital, y ahora sólo treinta minutos. Bueno, pues eso, lo que quiero es una especie de máquina vertiginosa en la que me pueda montar y leer un libro en treinta minutos (he probado a hacerlo en el Ave, entre mi ciudad y la capital, y sólo he llegado a la página quince). Me temo que la máquina debería tener otras características, como una cabina del tiempo, o un casco acelerador, o algo así. Supongo.
Tres de Junio VII: después, Tritón, un gigante mitológico amenazante custodiando el dintel de la gran puerta de acceso, cerniéndose sobre nuestras cabezas de turistas horteras (si Fernando II, nos viera…), y que fotografié con resultado deplorable. No parecía que me estuvieran asistiendo los dioses fotográficos. En caso de que existieran las deidades preferiría que fueran abundantes. Ya de muy pequeño (seis años), cuando me explicaron en el colegio el enigma de la «santísima trinidad», volví a mi casa contando muy ufano y seguro de mi capacidad para asimilar conceptos complejos e inexplicables, que había tres dioses. Cuando entre risas y bromas intentaron corregirme diciéndome que no, que era uno solo, me enfadé mucho y además no me lo creí (a mi me habían dicho que eran tres, sin duda, e incluso que uno era un pájaro). El desdoblamiento de un mismo dios en otros no era de mi agrado: Dios no debía permitirse esas frivolidades que sólo podían desconcertar a espíritus puros, ingenuos y proclives a un realismo poco imaginativo. Aunque bien mirado, resulta bastante más original todo un elenco de dioses sobrevolando nuestras cabezas y actos. Mucho más tarde reflexioné (quizá hace tan sólo unos días), que la clave de las religiones y de los dioses es, en esencia y en todos los casos, un trasunto artístico, es decir literatura, artes plásticas, diseño, economía y mucho de alta estrategia política. En resumen, la fotografía muestra una maceta del Palacio da Pena, artística, naturalmente, y que, consecuentemente, demuestra que dios y dioses son una creación literaria y que yo, el Olimpo, lo prefiero con varios personajes, y eso me pasa desde chiquitito. Debe ser porque mi mirada ha cambiado poco…