El poderoso influjo de los montones, de lo que sean, en mi atribulada manera de ser, o tal vez solo de estar…
Homenaje a Rene Magritte o la geometría de la guerra.
Como decía ayer, o más bien anteayer, la cuestión no es ser fotógrafo o no; o artista o no; o aficionado a algo, o a nada. Tampoco ser un virtuoso en lo que se realice (si se es, mejor, mucho mejor, supongo), sino encontrar la forma de que cuando apenas quede un hálito de vida puedas consolarte recordando lo que has hecho y que te recuerden tus nietos, si los tienes, o las amantes que te sobrevivan, si las has tenido, porque se da por sabido que si has conseguido crear algo es que, probablemente, lo hayas pasado razonablemente bien viviendo, que es lo que realmente importa. Yo, por ejemplo, fotografiando en el lado izquierdo (siempre fue el mismo) de las Minas de San Quintín, en la carretera que va de Cabezarados a Puertollano, lo pasé bastante bien, aunque resultó un día de obsesiones estúpidas que me hacían caminar despacio y a ratos ausente. Ah, y al mismo tiempo escuchaba sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz, poeta mexicana, del siglo XVII, especialmente idóneos como compañía, dado el huidizo e inaprensible espíritu de lo que fotografiaba:
Al que ingrato me deja busco amante
al que amante me sigue dejo ingrata,
constante adoro a quien mi amor maltrata
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor hallo de amante
y soy de amante al que de amor me trata,
triunfante quiero ver al que me mata
y mato a quien me quiere ver triunfante.
Si a este pago padece mi deseo
si ruego a aquél mi pundonor enojo,
de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo por mejor partido escojo,
de quien no quiero ser violento empleo
que de quien no me quiere vil despojo.