Érase un hombre al que solo se le ocurrían infelices representaciones…
Hoy es el primer día de otro funesto año, otro más, y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Será un año aciago, sospecho. Todo el mundo lo teme, yo también.
Seguiré escribiendo en este diario de lo que me entere o me pueda pasar. No será mucho porque no tengo ganas de prestar atención a nada más allá de mis narices. Lo que escriba y fotografíe carecerá de importancia y se me olvidará pronto.
Hoy es el primer día de otro funesto año, otro más, y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Nunca nadie me ha pedido que siga escribiendo y fotografiando día a día. Luego la culpa es enteramente mía.
En estos últimos años, en tal día como hoy, escribí palabras e hice fotografías que pretendían ser ocurrentes y hasta divertidas.
No lo fueron. Menos mal.
Solo habría faltado, para completar una vida fallida, tener que pagar las servidumbres del éxito.
Hoy es el primer día de otro funesto año, otro más, y no sé qué escribir ni qué fotografiar.
Seguiré escribiendo y fotografiando, todos los días del aciago año que nos espera, sencillamente porque si no me desesperaría, o peor, moriría sin pretenderlo. Aún no ha llegado mi hora, quiero pensar.
Aunque tan solo sea por el tiempo transcurrido, al menos experiencia debería tener. Pero no, no tengo porque a ese supuesto valor no lo aprecio absoluto, en consecuencia, todo lo que aprendo lo olvido rápidamente. La venerable sabiduría me parece un peso muerto que tan solo sirve para adormecerse estúpidamente, sin culpa. Y para morirse antes.
Hoy es el primer día de otro funesto año, otro más, y no sé qué escribir ni qué fotografiar.
Una cosa es ser artista y otra ser uno mismo, ambas cosas radicalmente incompatibles. Si un artista, a la hora de hacer lo suyo, no consigue olvidarse de su minúscula y acomplejada almita de mierda o desprenderse de la grasilla paralizadora que envuelve su corazón, no conseguirá hacer nada mínimamente estimable. Luego, era imposible que yo llegara a ser artista.
Lo que más deseo para este nuevo y viejo año (el mismo jodido año de siempre, eternamente repetido) es escribir y fotografiar cosas que no digan absolutamente nada sobre nada.
Hoy es el primer día de otro funesto año, otro más, y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Sin embargo, como ayer, he conseguido escribir, pero no fotografiar. He recurrido a otra fotografía de hace veinte años, en el mismo escenario de ayer, en el que represento el eterno ir y venir, sin finalidad ni sentido, como un Sísifo redivivo. Podría decir que es una metáfora de la llegada del nuevo año (miro de frente, como llegando) y que la nada, a mi espalda, lo es del año pasado. Una pretenciosa simpleza, pero la fotografía me gusta mucho.
Conclusión: Fotografiar y escribir son cosas muy distintas. Dos lenguajes, dos intenciones y dos estéticas. Quizá sea un error empeñarme en juntar una cosa y otra. De cualquier modo, lo hecho, hecho está.
La fotografía: Yo mismo, parado frente a la cámara, como si fuera posible un incierto diálogo entre nosotros. Desde el momento de la toma de esta imagen han pasado veinte años. También podría ser de hoy, de este mismo instante. O de cada uno de los primeros días de cada uno de estos últimos veinte años.
Hoy es el último día del funesto año y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Ha sido un año aciago. Todo el mundo lo sabe, yo también.
A lo largo del año he contado en este diario lo que he ido sabiendo, y como no era mucho, ya ni me acuerdo.
Hoy es el último día del funesto año y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Tampoco nadie me pide que diga lo que sé, y lo que no, que es casi todo. Agradecido.
En estos últimos años, un día como hoy, escribí palabras e hice fotografías que pretendían ser ocurrentes.
Ahora sé que no lo eran; entonces, tan solo lo sospechaba.
Estos últimos años (los de antes, cuando no escribía, también), creía que el asunto de la vida era ir tirando como fuera, aunque lo hiciera pisando las propias excrecencias, sin pena ni culpa.
Inconsciente y un poco tonto siempre he sido.
Hoy es el último día del funesto año y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Todas las tonterías que escribí, un día como hoy, son parte de las irrefutables pruebas de la autocomplaciente insuficiencia.
Actuaba como si nada pasara. Y, realmente, no pasaba.
O sí, pero nada podía hacer para evitar lo inevitable.
Nadie me denunció por nada de lo escrito, ni siquiera protestó, pero me pasaron la dolorosa factura de la indiferencia y el olvido.
Los pagué con la misma moneda. Céntimo a céntimo y así hasta no deber absolutamente nada a nadie. Tan solo a mi culpa. Pero eso es cosa íntima entre ella y yo. Pura y dolorosa intimidad.
Hoy es el último día del funesto año y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
En el último día del año de la cruel y absurda pandemia, en el último minuto y segundo, declaro solemnemente que el mundo y yo hemos saldado todas nuestras cuentas: saldo cero.
Ambos podemos irnos a la puñetera mierda en paz. Cada uno por su lado.
Quizá tenga razones para sentirme satisfecho: no es fácil estar listo para el perfecto olvido. Yo creo estarlo.
Hoy es el último día del funesto año y no sé qué escribir ni qué fotografiar…
Finalmente, he conseguido escribir, sin embargo, fotografiar no. He recurrido a una fotografía de hace veinte años. Porque sí, porque tiene todo el sentido del mundo y porque creo que nada ha cambiado, salvo mis carnes que se han reblandecido ignominiosamente.
La fotografía: Yo mismo, avanzando hacia una pared: fin de trayecto. Ocurrió en el año dos mil, una tarde de sol y fuerte viento. Las palomas que estaban dentro del edificio, cerrado y abandonado, golpeaban en los cristales de las ventanas buscando una salida. Los ectoplasmas, presentes pero adormecidos (al final de una escalera, cerca de la puerta, fotografiamos uno), me dejaron representar, en silencio, el único y repetido acto más importante de mi vida: solo, frente a una pared vacía. Hoy, veinte años después, dejando a mi espalda el año que termina, la representación sería exactamente la misma que entonces.
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
ÑOÑO: Hoy Ambrose Bierce tampoco ha venido por razones obvias. La Real Academia de la Lengua cuenta con dos acepciones: Dicho de una cosa: Sosa, de poca sustancia. Dicho de una persona: Sumamente apocada y de corto ingenio. Siempre había asociado la ñoñez con memez, sin embargo, también la RAE define a los memos como prácticamente sinónimos del anterior: Tonto, simple, mentecato. Me parece, y no sé por qué, más apropiado la acepción de apocado que la de falta de inteligencia, sencillamente porque son dos síntomas diferentes. Se puede ser sumamente despejado y al mismo tiempo un pusilánime, es decir, memo. Me parece. Después de todo, para mí no existe problema semántico: reúno ambas deficiencias.
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
TEDIO: No sé si estoy aburrido o entretenido o encantado con mi vida. Hay algo sospechoso en mis actividades: repito lo mismo a intervalos regulares y, aunque procuro variar algunas cosas, en la práctica no van mucho más allá que los cambios de marca en el «súper», y eso toca los viernes, sólo los viernes. Sospecho que mi dudosa iniciativa creativa funciona únicamente los viernes y sólo durante una hora y no siempre.Y ahora Ambrose Bierce: TEDIO: Fastidio, el estado o condición del que está aburrido. Para esta palabra se han dado muchas etimologías fastidiosas, pero una autoridad tan grande como el padre Jape dice que proviene de una fuente muy obvia: las primera palabras del antiguo Te Deum Laudamus latino. En esta etimología aparentemente natural hay algo que entristece.
Jorge Molder, que me cae muy bien sin saber exactamente por qué, (quizá porque ya es viejo como yo) expone en El Circulo de Bellas Artes, de Madrid. Tendrá allí sus fotos hasta Mayo, pero no creo que vaya a verlas, aunque no sé, a lo mejor voy, la verdad es que ni yo sé lo que puedo llegar a hacer. Ya se verá. Molder se utiliza a sí mismo como modelo (yo también). Le pregunta Ángeles García, en una entrevista: ¿Por qué se elige a sí mismo como protagonista de su obra? «Porque es lo que tengo más a mano», responde un Jorge Molder a quien no le gusta hablar del contenido de sus piezas y, mucho menos, explicarlas. A mí me pasa lo mismo. Molder emplea máscaras en sus escenificaciones, yo también. «Ese cuerpo con su propia historia es el que hace que cada narración sea diferente y que el juego sea infinito» Jorge Molder. Finalmente, dice: «Son juegos que nacen a partir de algo que he visto, de una lectura o de una película. Pero nunca hay un guion preestablecido al que me atenga. Mi obra está llena de casualidades y de coincidencias». Yo, que no plagio a Molder, y que ni siquiera le tengo en mis pensamientos nunca aunque sepa de su existencia (solo me acuerdo de él cuando aparece en escena con sus cosas, como ahora), a veces compongo imágenes parecidas a las suyas, pero no parto en mis escenificaciones de asociaciones referenciales, sino que practico la ocurrencia atropellada e instantánea dependiendo siempre de dónde haya caído azarosamente: casi siempre me desenvuelvo con lo que me ofrece el campo de juego y eso me sienta muy bien, reconforta mi alma atribulada y mi tristón y habitual estado de ánimo. Luego, aunque guarde cuidadosamente las imágenes, me olvido de ellas porque no cultivo, como le ocurre a Molder, las antologías. El asunto antológico lo practican los artistas para así alimentar infinita y cansinamente su fama. Molder, ahora y en este caso, creo que exhibe una antológica que abarca tiempo y tiempo, aunque de eso, ahora, no estoy seguro. No todo es amargo, o más bien tedioso por previsible, porque me gustan las cosas de Molder (Jorge), que me cae bastante bien, quizá por viejo (como yo) y portugués.
DIGRESIÓN UNA. Snow Angels, EE.UU. (2007). David Gordon Green. Intérpretes: Kate Beckinsale, Sam Rockwell, Michael Angarano. Thomas Hobbes: «Homo homini lupus» (‘El hombre es un lobo para el hombre’). Cierta frustración existencial, unida a una inteligencia débil y a un más que probable determinismo cultural y religioso, puede hacer que algunas personas lleguen a realizar las más espantosas y trágicas acciones. No creo en el determinismo como fuerza inevitable, incontrolada y fatal, ni fuerte ni débil, pero sí soy consciente o al menos sospecho que ciertas circunstancias, involuntarias o elegidas (la elección cuestiona la raíz de los fundamentos deterministas), pueden abocar al individuo a ciertas conductas sociópatas e indeseables. Mi aversión hacia las creencias rígidas o religiones (versiones o acepciones razonadas de lo irrazonable) se fundamenta, esencialmente, en que aleja al individuo del libre albedrio o de la construcción de un yo potencialmente pleno, de acuerdo con las cualidades de cada cual. El hombre lo es en la medida en que se construye sin guías predeterminadas. O es un explorador de la vida, del hecho de pensar en sí mismo y de su lugar en el mundo, o no será. Pues bien, el nefasto protagonista de esta historia, patologías aparte, es un enajenado católico y eso, me parece, resulta funesto y quizá determinante para el desenlace trágico de la historia. Quizá, el infausto desenlace, no está determinado porque el asesino sea un católico radicalizado (podría haber sido cualquier otra estúpida creencia llevada a la exacerbación), pero sí creo que, sin esa innecesaria excrecencia, la tragedia no se habría producido. La película cuenta, admirablemente, una historia que, en su desenlace, asalta la actualidad con demasiada frecuencia. Su mérito reside en su pulcritud, elegancia y ritmo narrativo y en sus espléndidas y creíbles interpretaciones.