Paraisos de Frikismo para mayor gloria de la risa y los juegos infinitos…
Lo que he contado estos últimos días tiene que ver con el sentido de ciertas cosas; del por qué se hacen o no determinadas cosas; bueno, para ser más preciso: por qué hago o dejo de hacer las cosas que me tienen ocupado y preocupado cada día. He llegado a la cincuentena sano, y eso está bien, es importante, pero con una incómoda sensación de haber fracasado en todo lo que me he propuesto. Lo curioso es que me da exactamente igual. “Una mentalidad estrecha no comprende que el fracaso es algo natural, no comprende cuántas delicias puede ofrecer el fracaso, como todo lo humano, cuánta melancolía…” Norman Manea
LA FELICIDAD: «Vivíamos como reyes. Bebíamos vodka a chorro. Nos amaban muchachas hermosas. No reparábamos en gastos. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor y el odio con odio.» Sergiusz Piasecki
Me identifico con muchas de las reflexiones de Roland Barthes, en La cámara lúcida; obra reflexiva, capital para entender ciertas esencias y, sobre todo, la falta de las mismas en el hecho fotográfico. Sin embargo, no puedo sentirme cerca de lo que dice a propósito de los paisajes: «Para mí, las fotografías de paisajes (urbanos o campesinos) deben ser habitables, y no visitables…» quizá él lleve demasiado lejos su «realismo». A mí, sin embargo, me resultan indiferentes las resonancias empíricas porque, como dice el mismo Barthes sobre su deseo, inmediatamente después: «es fantasmático, deriva de una especie de videncia que parece impulsarme hacia delante, hacia un tiempo utópico, o volverme hacia atrás, no sé adónde de mí mismo». Pues eso, mejor así, porque si no, sería mejor dedicarse a otra cosa.
Dos de diciembre: el día ha amanecido gris. Yo también.
Quiero salir a fotografiar, pero me duele una pierna;
en realidad no me duele, me duele el recuerdo del dolor
de una pierna. Mía, claro.
Encima de la mesa tengo el último libro publicado de Bukowski:
Fragmentos de un cuaderno manchado de vino.
En la fotografía de la portada aparece Charles B.,
probablemente con setenta años ya, mirando con intensidad,
y quizá también con algo de ansiedad,
a una mujer joven, atractiva. No sé quién es esa mujer.
Quizá sea su hija; o una mujer deseada…
Me parece que voy a leer alguno de los relatos de ese libro;
es lo mejor que puedo hacer, porque parece que va a llover…