Petreos juegos patrioticos…"La patria que me proponen los nacionalistas es una carroña sentimental". Juan Marsé
LA VIDA INMEDIATA XIII. Miércoles, nueve de noviembre. Ayer estuve muy resfriado y no me acordé de escribir nada. Hoy estoy peor y tampoco me apetece escribir nada, pero ha sucedido lo que me temía: Donald Trump ha ganado las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Hace unos meses, cuando el tal Trump apareció en escena, le pregunté a Gabriel quién era el individuo, a lo que me contestó: –el machote del patio del colegio-. Entonces pensé, –ganará, sin duda-. Todo este tiempo, incluso hace unos días, cuando las encuestas le daban como casi seguro perdedor, yo he mantenido que no, que ganaría, lo que me animó a apostar con Naty, a la que parecía imposible que eso sucediera, que Trump sería el próximo presidente de Estados Unidos. Por qué pensé en ese aciago resultado, pues muy sencillo, porque nunca una sociedad pierde la oportunidad de equivocarse cuando aparecen radicales e iluminados que les señalan el camino sin ninguna sombra de duda. Cuando en un país aparece esa desgracia, esa sociedad les sigue y todos se precipitan al vacío, al absurdo. Ese puede ser el caso de Estados Unidos ahora, como lo fue el de la Alemania de Hitler, como lo fue y es en la Venezuela de Maduro y antes de Chavez, o en la China de Mao, o en la Grecia de Tsipras, como lo ha sido en el Reino Unido con el brexit…y más, muchísimos más a lo largo de la historia moderna… o como lo será en Francia con Le Pen, y no tardando mucho aquí, con Pablo Iglesias y los Podemitas (otros iluminados, que creen que asaltarán el cielo con sus estúpidas «verdades») que antes o después nos caerán encima y con ellos la desgracia. Siempre ha sido así y así seguirá siendo. La nefasta e inevitable tendencia de las masas manipulables a seguir a radicales, a enloquecidos que creen haber encontrado la solución para todo, es decir para nada porque nada tiene solución, conllevan estos dramáticos tropiezos. Su poder estriba en que suelen ser gentes con grandes dotes persuasivas y muchísimo carisma, que emanan una perniciosa e infecciosa sustancia erótica que excita y enloquece a las masas. Pero no conviene equivocarse, estos personajes son posibles porque hay enormes sectores de población dispuestos a seguirles ciegamente. Es muy llamativo que estas circunstancias se den en sociedades desarrolladas porque la única y razonable alternativa para estas es el conservadurismo, sencillamente porque han conseguido mucho, luego tienen mucho que conservar. Pero el aburrimiento, el hastío y la frustración hace que amplios sectores de la población estén dispuestos a enrolarse en aventuras dudosas aunque puedan menoscabar o poner en riesgo el más preciado tesoro que poseen: la libertad, individual y colectiva (no tienen ni las más remota idea de lo que es vivir en dictadura). Porque la historia ya nos ha demostrado sobradamente que todas las revoluciones, del signo que sean, terminan en un baño de sangre y sin haber ni siquiera atisbado solución alguna para sus problemas, para ninguno de sus problemas. Las democracias occidentales, universales y representativas, tienen contradicciones y peligrosas sombras, pero aún así es un sistema insuperable por el momento, y mejor será que así sea por mucho tiempo. Últimamente, la supuesta democracia directa está enseñando la patita y eso sería una de las peores cosas que podría sucedernos. El sistema al que hemos llegado es el mejor posible para organizarnos en sociedad y, por si fuera poco, tiene un amplio margen de perfeccionamiento, luego en la experiencia del vivir político no hay peligro de aburrimiento. Espero y deseo, a pesar del tal Trump, que le vaya muy bien a ese gran país y que Abraham Lincoln no tenga que removerse en su tumba. Al menos, a lo largo del tiempo han tenido la inteligencia de dotarse de mecanismos de control sobre perturbados. En eso sacan una sideral ventaja al resto del mundo. En cuanto a las consecuencias de lo ocurrido para nosotros, para nuestra familia, no estoy en condiciones de saberlo; lo que sí espero es que no tengamos que lamentarlo porque se apellidan Fuentes y, a partir de ahora, puede ser un nombre potencialmente sospechoso.
MIS AMIGOS LOS MEDICOS.Sigo con las pruebas médicas. Todo el día sin comer (prescripción técnica). A las cinco de la tarde atravieso la ciudad de este a oeste con un sol inflexible golpeándome la cabeza. Cuando llego a la sala de espera veo a dos o tres enfermos con sus respectivos acompañantes (se nota quienes son los enfermos). Después de media hora de espera, me dejan pasar por una puerta que prohíbe el paso (ventajas de estar enfermo). La mujer joven vestida de verde que me acompaña, habla con alguien de la sala y para finalizar la conversación dice -para cagarse– . Empezamos bien, me digo. Detrás de la puerta habitan médicos y enfermeras que parecen más enfermos que nosotros, los de fuera: pálidos y con aire desfallecido caminan de un lado para otro con una expresión evanescente y triste. Apenas entiendo lo que me pregunta la mujer que se dedica, durante mucho tiempo, a deslizar por mi vientre un aparatito unido a un cable y a mirar en una pantalla. Me preocupa un poco el asunto. Vuelvo a mi casa, cruzando la ciudad en sentido contrario, acompañado por el sol, fijándome en las estatuas de reyes y emperadores (abundan en la innombrable) y pensando que a ellos no les pasaban por el cuerpo máquinas incomprensibles, enfermeras y médicos vestidos de verde y algo tristes; al menos por las tardes.
Cinco de Octubre. Otoño ya. Doce cuarenta y tres (p.m.). Termino el diario de este mes. Tan imprevisible (o no tanto). El caballo cansado, muy cansado, sostiene al viejo y supuestamente heroico militar. El hastiado caballo está a punto de caerse derrengado por el peso de la gloria y la altivez del triunfal guerrero. Tantos años ya representando un papel secundario, que está a punto de mandar al mundo a la mierda y tumbarse a descansar. Nunca he visto un caballo, en este tipo de estúpidas representaciones, en actitud tan lúcida y coherente. Y cansada. Qué podía importarle al escéptico caballo la gloria de semejante botarate uniformado. No me tomé la molestia de averiguar cómo se llamaba el triunfador. Para qué. A mí sólo me interesó el caballo.
DIGRESIÓN TRES, Septiembre: Purge, de Antti Jokinen (Finlandia, 2012). La historia se desarrolla desde 1949 a 1992, en Estonia. En esos años los soviéticos mantuvieron una férrea dictadura que, como en todos los países que arrasó, hizo la vida invivible. A este pequeño país llegaron los rusos en 1940 y lo ensuciaron todo con los vómitos pestilentes de sus entrañas y con la sangre, mucha, a raudales, de los allí se encontraban. Poco después también los nazis hicieron exactamente lo mismo: dictadura sobre dictadura, y luego otra vez los de antes, que tanto sabían de hacer sufrir. Que trágica y repugnante circunstancia. La película cuenta solo y nada menos que cuarenta y dos años de la vida de Aliide. O lo que es lo mismo, todo el tiempo crucial en la vida de una persona. Su familia y ella, especialmente ella, vivieron un interminable y agónico drama personal en un contexto trágico, opresivo, humillante, sin ley ni razón. Solo había espacio para el sufrimiento, la degradación que siempre aparece en los malditos sistemas totalitarios. No, no hay opciones ni alternativas vitales para los pobres seres sometidos. Pero la película no solo es un palimpsesto donde se escriben y reescriben formas y matices de la crueldad humana, no, también y sobre todo la película muestra un intimismo callado y cruel de un amor fou más allá de lo concebible. Una historia bella y trágica, insuperablemente narrada, donde el «tempo» dramático crece y crece inconteniblemente. La mezcla e interrelación de los tiempos de la vida del personaje está perfectamente intercalados y orquestados. Hay momentos del pasado, encarnados por Laura Birn, y del presente, por Liisi Tandefelt, y ambas están, sencillamente, perfectas y sobrecogedoras. Película compleja y convulsa, sin concesiones. No hay subrayados superfluos, gratuitos o enfáticos, solo la historia descarnada, verosímil y brutal. En la película, como en la vida, todo acaba mal, triste e inexorablemente mal; aunque también bien, amaneciendo, como cada día, como siempre…donde lo que acaba da el pie a lo que empieza.
Cuatro de Junio I: Lisboa, desde por la mañana. Primero la Plaza del Rossio; allí, encaramado en una altísima columna, se encuentra un impostor: el emperador Maximiliano de México, que se hace pasar por el Rey Don Pedro IV de Portugal. Según refiere Cardoso Pires, el engaño lo perpetró el escultor francés a quién encargaron representar al rey, quién despachó a Portugal uno de los Maximilianos que le sobraban. A los lisboetas no sé si les importa o no; supongo que les trae sin cuidado. A mí también, además de parecerme una gran broma a los reyes, emperadores y engolados dirigentes; personajes latosos, siempre a vueltas con sus eternas y falsas dignidades, verdades absolutas, falaces valores y demás excrementos dogmáticos. Pero, qué más da…