La guarida de la peligrosa y perversa Stasi era de una banalidad desoladora, pobre, sombría, tristísima…
BERLÍN (del cuatro al nueve de agosto de dos mil quince). Foto 17
En la Alemania comunista, un siniestro agente informador por cada cien habitantes (si restáramos niños y ancianos serían bastantes menos) vigilaba a la población. Esta es una de las dependencias de la sede central de la Stasi, la tétrica y peligrosísima organización de seguridad (inseguridad) del estado. Puro estilo funcionarial años sesenta o setenta. Es fácil imaginar este escenario del espanto en plena actividad. En ese edificio, el más feo que vimos en Berlín, todavía se podía respirar la tenebrosa atmósfera del régimen comunista. Por extensión, de cualquier régimen dictatorial…
UNA MAÑANA DEL MES PASADO ESTUVIMOS EN LA CIUDAD (y, como siempre, no sucedió nada). Mi perrito y yo llegamos bastante temprano (a las ocho de la mañana), dejamos el coche en una calle en cuesta (no es difícil, todo son cuestas, hacia abajo y hacia arriba) y nos dispusimos a deambular sin rumbo (es una ciudad sin destinos ciertos, ninguna dirección que tomes te conduce a parte alguna). Primero bajamos al rio y allí nos encontramos con una pandilla de mujeres mayores (cinco o seis en torno a los sesenta) y a un tipo (de la misma edad), que llevan mucho tiempo paseando a un nutrido grupo de perros por las mañanas temprano (se han constituido en colectivo paseante y, a pesar de ser muchos, parecen más aburridos que nosotros). Son gentes conocidas de la ciudad, han ocupado puestos de una cierta relevancia (profesionales con despacho y comerciantes prósperos). Ahora están muy decaídos, bordeando la irrelevancia. Por las mañanas no les echan de menos en ninguna parte. Parecen vivir en modo «espera de la muerte», paseando carnes fofas y perros feos. Eso sí, se agrupan (perros y personas) para sentirse acompañados, supongo. Nosotros, aunque a veces compartamos itinerarios y hora, no somos exactamente así (el Chuchi y yo),nos conducimos de forma más independiente porque, además, no conseguiríamos que nos aceptaran en ningún grupo. No saludé a las mujeres (ni al hombre) ni el Chuchi a sus perros, a pesar de que nos hemos cruzado muchas veces, pero es que nosotros somos de barrio bajo, y ellos alto. Nunca se han fijado en mí (faltaría más), no me conocen, pero yo a ellos sí. Un poco más adelante nos encontramos con el veterinario de Charlie que paseaba a su perro. Con esos dos sí nos paramos y nos saludamos amigablemente (yo al veterinario y el Chuchi a su perro). Pero enseguida nos cansamos todos. El veterinario, consecuente con la desfallecida y forzada conversación que manteníamos, decidió largarse. Hizo bien y se lo agradecí porque yo no fui capaz de tomar la iniciativa; solo me mostraba tontamente conversador. Más adelante, cogimos una cuesta, esta vez de subida como no podía ser de otro modo porque estábamos en el fondo, en el rio. Subimos y subimos hasta agotarnos. En la plaza principal nos sentamos y nos dedicamos a mirar a la mucha gente que empezaba a llegar y que desde allí partiría a visitar el parque temático en que se ha convertido la empinada ciudad (solo hay cuestas, unas para subir y otras para bajar). A mí, esta circunstancia, la de las multitudes turísticas, me trae sin cuidado, es más, me parece bien porque así la ciudad parece más entretenida; solo faltaba que un lugar que agoniza desde hace siglos encima estuviera vacío. Bueno, el caso es que nos dedicamos (Charlie y yo) a mirar en torno nuestro, pero sin pensar en nada. Nada sucedía. Charlie, que me daba la espalda (estaba sentado sobre mis pies), de vez en cuando volvía la cabeza y me miraba como diciéndome ¿y ahora qué hacemos, tío? Como no se me ocurría nada, seguí sentado, sin pensar en nada. El Chuchi se resignaba y seguía mirando en torno suyo, pero también quieto y también sin pensar en nada (sé muy bien cuando mi perrito piensa en algo, o al menos lo aparenta). Después de un rato, hartos de ver pasar anodinos turistas, decidí que ya estaba bien, que debíamos irnos con la música a otra parte (siempre llevo colgado de las orejas el Ipod). Me levanté, y Charlie lo celebró estrepitosamente, apoyando sus patas delanteras sobre las mías traseras y saltando (yo no salté, habría sido un tanto raro). Así me expresó su agradecimiento por liberarle del tostón de la plaza y de los poco agraciados transeúntes. Ambos nos conjuramos para no volver en mucho tiempo. Ah, y antes de irnos, hice esta foto, despacio, sin apresurarme.
DIGRESIÓN SEIS. In Zeiten des abnehmenden Lichts (En tiempos de luz menguante). Alemania (2017). Guion: Wolfgang Kohlhaase (Novela: Eugen Ruge). Dirección: Matti Geschonneck. Intérpetres: Bruno Ganz, Alexander Fheling, Sylvester Groth, Pit Bukowski, Evgenia Dodina, Stphan Grossmann, Jean Denis Römer, Hildegard Schmahl. La fotografía de hoy es de la sala de visitas de la Stasi, en el que fue Berlín oriental. El género de la película: comedia dramática, si es que esa calificación puede existir. Pero lo cierto es que es una comedia hilarante por patética; y también un drama, por lo mismo. Ambos matices, soberbia y sólidamente resueltos. Wilhelm Powileit (Bruno Ganz), cumple noventa años (perfectamente creíbles, a pesar de que Bruno solo tiene setenta y siete), ha pasado toda su vida activa revolcándose obscenamente en el poder: al menos los últimos cuarenta años, desde la colonización soviética de Alemania Oriental (la película se sitúa en 1989, momento del hundimiento total de semejante engendro). Wilhelm se afilió al partido comunista alemán con veinte años, luego ha estado setenta metido hasta las cejas en el asunto comunista. Y, además, se ha creído y participado siempre en esa monstruosa impostura. Toda la historia se desarrolla en el día del cumpleaños del dinosaurio Wilhelm, y por su casa museo pasan funcionarios boqueando como peces fuera del agua, familia, vecinos y amigos. Le rinden pleitesía en un ceremonial que se parece, salvando las distancias, al que rinden a Vito Corleone en la primera parte de El Padrino. Mafiosos ambos. La diferencia está en que la mafia existirá siempre, es consustancial al género humano, y el comunismo no, más bien todo lo contrario; por eso Don Corleone como personaje es fascinante, mientras Wilhelm solo puede ser ridículo. Y lo es, aunque también resulta muy divertido y hasta escéptico e irónico. Película fascinante por lo espléndidamente que está contada y por la esperpéntica representación de unos personajes en total y absoluta decadencia. Todos acabados ya, aunque han sido inmensamente felices en sus largas vidas, revolcándose en el fango del poder absoluto. No hay porqué sentir lástima por ellos, han sido ganadores mientras que la mayoría de los seres humanos no ganamos nunca. Soberbia la actuación crepuscular de Bruno Ganz.
SÓLO VOY a pasear un rato y quizá también fotografíe, otro rato. Antes de meterme en el tráfago de la ciudad, camino despacio por la estación. Me gusta ver la gente en las estaciones; no hay término medio, o corren o están parados. Los que se ven están parados y son muchos, porque a los otros, a los que corren, no da tiempo verlos. Yo, ni una cosa ni otra. Pensé que un sitio donde hay tanta gente, sería mejor fotografiarlo vacío; para llevar la contraria.