"Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría". Friedrich Nietzsche
«Muy pronto el -hombre que ríe- consiguió reunir la fortuna personal más grande del mundo. Gran parte de esa fortuna era donada de forma anónima a los monjes de un monasterio local, humildes ascetas que habían dedicado sus vidas a la cría de perros policía alemanes». J.D. Salinger. Veintiuno de julio de dos mil nueve: he vuelto a Madrid. Nada más sentarme en el tren comencé a leer a J.D. Salinger, El hombre que ríe, magnífica y misteriosa historia que hizo que el viaje fuera casi una levitación. Elegí ese cuento por el título; a mi me gusta mucho la risa, lo que me sucede es que no consigo reír casi nunca, ni siquiera cuando me lo propongo. Debería escribir un relato con el título El hombre que no ríe; yo sería el protagonista, naturalmente. Lo acabé en el momento que el tren se detuvo. Quedé encantado por la curiosa coincidencia y sonreí un poquito; tímidamente, porque no estoy acostumbrado. El día empezaba estupendamente…
Éste, sin embargo, era radicalmente diferente a los que mencioné ayer. Debe visitar el gimnasio con asiduidad y daba la impresión de sentirse satisfecho con su cuerpo. Los de ayer también. Conclusión: la percepción, el reconocimiento y satisfacción con el propio cuerpo también depende de con quién te juntes: los guapos con los guapos y las guapas con las guapas (el asunto, esa tarde era gay o lesbiano, que no tengo claro si es lo mismo o no) y todos felices. «Soy totalmente cuerpo, y nada más; y el alma es sólo una palabra para algo en el cuerpo». Friedrich Nietzsche
…Me gusta ese juego tan sencillo de enfrentar lo individual con lo general; aunque no sé si tiene algún interés real o es simplemente un capricho o un recurso elemental que busqué, para pasar la tarde alejado del aburrimiento. De cualquier modo, tan superficial no soy (supongo), porque lo que hice no está tan lejos de mis propósitos expresivos: intentar que nada se parezca a nada y a todo al mismo tiempo…
Últimamente escaneo muchas fotografías. Los únicos positivos con lo que cuento salen de las cubetas de los químicos; todavía no me ha dado por editar copias en impresora (quizá no tarde en hacerlo), sin embargo, he incorporado el escáner a mi vida. Escanear es para mí una actividad distendida, aunque sin alma. Introduzco el negativo en el «porta» y éste en la maquinita, configuro mecánicamente las características, pulso «escanear» y me dedico a hacer otra cosa. Minutos más tarde miro el resultado fríamente y lo guardo en la carpeta con un número de ID. Después me olvido de la fotografía y de todo.
…Otra cosa que se me ocurrió es contar la historia del día cuatro de julio, tan caliente (por el sol) en dos capítulos: cámara grande y pequeña. Como no trabajé en esa idea de inmediato, se me perdió en el laberinto de mi desatención (me pasa con frecuencia). No obstante, prestaré atención a qué cámara hizo qué, a ver si así me entero dónde radica la diferencia entre la mirada de una y de otra. Para ayudarme, he colocado las fotografías alternativamente: la primera (día uno) es de la grande, la segunda (día dos), de la pequeña, y así sucesivamente hasta el día nueve que creo que acabará el relato de la tarde de calor. Lo digo por si alguien tiene la misma curiosidad que yo. No hubo intención en la elección; la mayoría de las veces fue un hecho circunstancial: en el momento de fotografiar era la que tenía entre las manos. Así de frívolas e impremeditadas pueden ser las cosas…