El Show de Truman: rodada en un pueblo primoroso, impoluto, con casitas de colores pastel y un orden y limpieza que daban ganas de andar de puntillas…
Habían quedado atrás la magia del silencio y las llanuras despobladas y luminosas. Cuesta abajo, a una velocidad creciente, llegamos, sin darnos cuenta, a las inmediaciones de Los Ángeles. A medida que avanzábamos la autopista se ensanchaba y la circulación se complicaba. La entrada en la ciudad resultó una carrera frenética para llegar no sabíamos dónde. Veníamos de espacios interminables y tranquilos e, inesperadamente, nos habíamos metido en un tráfico histérico. Por fin llegamos a una zona costera de la ciudad; paramos y dimos un paseo para aclimatarnos al nuevo escenario.
DIGRESIÓN TRES. Big Little Lies, miniserie de televisión (2017) EE.UU. Guión y dirección: David E. Kelly. Intérpretes: Reese Witherspoon, Nicole Kidman, Shailene Woodley, Alexander Skarsgard, Laura Dern, Zöe Kravitz, Adam Scott, James Tupper, Ian Armitage, Hong Chau. Familias adineradas que viven en Monterrey (pequeña ciudad en la costa de California), en fabulosas mansiones a pie de playa, se esfuerzan por no morir de aburrimiento. Hacen todo tipo de estupideces disfrutando de un nivel de vida lujoso y vacío. Vidas perfectamente intranscendentes pero, no por eso, carentes de interés dramático. Todos ellos bordean la cuarentena, son brillantes profesionales con hijos pequeños brillantes e inteligentes. Una arcadia a pleno sol y mar. Pero, no están libres de debilidades y bajas pasiones (o altas), como la envidia, la crueldad, la infidelidad, las incoherencias y la necesidad de salvar el abismo de su propio vacío. Necesitados de afecto y atención, son capaces de cualquier cosa para conseguirlo. La serie se desenvuelve en un tono de fina comedia que transpira resentimiento y amargura. La trama está genialmente urdida, entremezclando situaciones y equívocos. Por si fuera poco, a lo largo de toda la historia, se mantiene un misterio que no se descubre hasta los últimos quince minutos. Excelentes interpretaciones. Espléndida serie.
Viernes: quince de Agosto. Dirección Florida. Primero Seaside, pequeño pueblo donde se rodó la película El Show de Truman. Es un pueblo primoroso, impoluto, con casitas de colores pastel y un orden y limpieza en las calles que daban ganas de andar de puntillas. Escenario perfecto para el drama paródico y descarnado de la película, donde todo es apariencia y representación. Dimos una vuelta por la playa; había poca gente, colocada en una sola y ordenada fila interminable de hamacas y sombrillas frente al mar. Era una playa tranquila y luminosa, con bañistas estáticos, leyendo y que no movían un músculo. Como era privada o al menos la habitaban sólo gentes de la zona, nos miraban con extrañeza y algunos con mala cara: íbamos cargados con las cámaras y parecíamos intrusos dispuestos a meter las narices en su paraíso. Pero no, sólo pretendíamos curiosear un poco en son de paz: únicamente fotografiamos una especie de templetes que se sucedían cada doscientos metros y que daban acceso a la playa. Estaban en perfecta armonía con la amanerada y pulcra ciudad. La escena más representativa del ambiente fue una familia en la playa: un tipo de unos treinta y cinco años, alto, corpulento, sonrosado, con aspecto muy acomodado para su edad, jugando con dos niñas angelicales de cinco o seis años (sus hijas, supongo) y su mujer (imagino), rubia y atildada, incluso en bañador, tumbada en una hamaca leyendo (a lo mejor el libro de los pilares, el bestseller). Los personajes parecían participantes de El Show de Truman II que, por cierto, lo mismo estaban rodando y nosotros ni enterarnos. No era difícil imaginarlos en una casita perfecta, de colores serenos, viviendo un bienestar interminable, infinito hasta el vértigo. Dormimos y cenamos en un pequeño pueblo llamado Marianna. Excelente cena y pobre motel de carretera. No había ni un solo bar abierto en todo el pueblo después de las nueve de la noche y eso que era viernes.