Pienso: ¿por qué me gustan tanto las estatuas? No me contesto…
…Ayer invocaba al corazón (del artista) como el más poderoso y auténtico motor del arte. No creo que supiera de lo que hablaba, porque, en definitiva, en qué consiste lo del «corazón«; en la sinceridad, en el despojamiento de los engañosos ropajes culturales, en la compleja sencillez de sístoles y diástoles, en el valor de enfrentarse a todo tipo de resistencias, en desgarradores procesos de introspección y eliminación de contradicciones, en iluminar y enfocar con crudeza los rincones del alma. No tengo ni idea. Acaso las creaciones que nacen y crecen desde la más fría y aséptica racionalidad no pueden ser tan bellas y convulsas como las emotivas, palpitantes, sangrantes? Por supuesto que sí. Pues eso. Difícilmente se pueden hacer afirmaciones categóricas. Ya lo decía Montaigne: «No afirmar nada temerariamente, no negar nada con ligereza». Entonces? No sé. Quizá, sencillamente, sólo consista en ser en todo, nada más. «No hay nada más innovador que ser uno mismo». Pascual Montañés.
Diez de marzo, miércoles. Estoy algo desganado, lánguido, con la voluntad y los deseos narcotizados por un escepticismo tóxico y resistente a lo sabidos y animosos tratamientos del «hacer por hacer». Ayer, exactamente a las once cuarenta y cinco, recibí una llamada que me desagradó. A partir de ese momento, empecé a relacionarme mal con todo lo que me rodeaba. Intenté hacer algo para así distraer al mal espíritu, pero no tenía ganas y el tiempo empezó a escurrírseme entre las manos como una babosa infame. Ah, el tiempo, siempre intrigando y gangrenando el ánimo. Me dije: -en caso de que me suicide algún día, no lo haré por todas las llamadas ingratas que he recibido en mi vida, ni por la inmensa y vastísima extensión de tiempo perdido, sino por miedo a todas las que me están reservadas de aquí en adelante y por la inabarcable extensión de tiempo que aún perderé-. Leí un rato La máquina de languidecer, de Ángel Olgoso, seguramente por el título y porque es un excelente libro de relatos cortos, muy cortos, y muy intensos. Alta literatura, sin duda: «Cualquiera podría matar o morir por esa visión gloriosa, por esa plétora, por esa infinita cornucopia oculta en el silencio de las profundidades. Amontonadas escrupulosamente como lingotes idénticos, me esperaban, llenas de promesas, incólumes, las Horas Perdidas. Abrí la boca del saco». Ángel Olgoso
Pequeño libro de Jorge Luis Borges, en el que se recogen cinco conferencias pronunciadas en la Universidad de Belgrano, en 1978. Una de ellas, la titulada Emanuel Swedenborg, (1688-1772) recoge, en la primera parte y a grandes rasgos, los hechos de este hombre prodigioso; luego, pasa a analizar sus escritos místicos y religiosos en los que se sustentaría la iglesia Swedenborgiana, que cuenta con no muchos seguidores en todo el mundo y especialmente en Estados Unidos. Es sumamente interesante la idea de Swedenborg sobre la salvación. Dice que al hombre, para salvarse, no le bastarán sus valores éticos, sino también los intelectuales: «él se imagina el cielo, sobre todo, como una serie de conversaciones teológicas entre los ángeles. Y si un hombre no puede seguir esas conversaciones es indigno del cielo. Así debe vivir sólo.» En otro momento afirma: «el tonto no entrará en el cielo por santo que sea»…
Salimos de Milán por la mañana, ni temprano ni tarde, hacia las nueve y media, en dirección a Turín. De camino paramos en la cartuja de Certosa di Pavía, un exuberante monasterio gótico-renacentista. En estos lugares abundan todo tipo de prohibiciones; a saber: filmar, fotografiar, llevar perros y mochilas, vestir veraniegamente y algunas más que no recuerdo. El control de la vestimenta es especialmente estricto con las mujeres, a las que persiguen con saña inquisitorial. Días antes, en el Duomo de Milán, comprobamos con perplejidad frustrante, lo inmensa que puede llegar a ser la estupidez humana. En la puerta de acceso ejercía una comisión de control del «decoro» en el vestir (según ellos, claro), formada por: dos militares, dos policías y dos inspectores uniformados, que eran los que determinaban si las personas, especialmente las mujeres, podían pasar o no. Observé que las estrictas normas no permitían que una mujer llevara falda corta o camiseta de hombreras, por ejemplo. Obviamente, ni se nos ocurrió someternos al férreo y estúpido control. En Certosa di Pavía, en el recinto exterior, frente a la fachada y al aire libre, realizaba esta fotografía y Naty, por otro lado, también fotografiaba. En esto llegó un individuo mal encarado, gordo, de andares indolentes y exigió a Naty que se cubriera (llevaba pantalón corto y camiseta de hombreras). Naty le contestó que estaba al aíre libre y que no lo haría. El individuo la exigió que abandonara el recinto inmediatamente. Ella, le mandó a la mierda y se dirigió al exterior. A continuación vino hacia mí que no me había enterado de nada y me dijo que dejara de fotografiar. Le miré furibundo, pero al tipo no le impresioné en absoluto. Es más, me exigió que me marchara ipso facto. Como Naty ya había salido, opté por largarme también; no sin antes maldecir tanta frustrante idiotez.
DIGRESIÓN SEIS. Powidoki (Últimos años del artista: Afterimage). Polonia (2016). Guión: Andrzej Mularczyk. Dirección: Andrzej Wajda. Intérpretes: Boguslaw Linda, Aleksandra Justa, Bronislawa Zamachiwska, Jacek Beler, Mateusz Bieryt, Szymon Bobrowski. Relato sobre los últimos años del artista de vanguardia Wladyslaw Strzeminski, o crónica de la lucha imposible contra la burocracia dictatorial comunista, en los años de plomo de la misma, con Stalin todavía vivo. Es irrelevante en la película las teorías artísticas de Strzeminski (las imágenes remanentes, las ilusiones ópticas que continúan apareciendo bajo los párpados tras haber mirado un objeto que refleja la luz, …) o, al menos, esas reflexiones no son el núcleo principal del relato, porque, lo verdaderamente capital, es la falta de libertad, la opresión hasta la más refinada y perversa crueldad ejercida contra todos aquellos que no aceptan y siguen los dictados que marcan los postulados ideológicos. O dicho de otro modo, la falta de libertad absoluta de todos aquellos espíritus libres que osan disentir activamente y, especialmente, de los creadores. Strzeminski fue sometido a un acoso brutal, hasta negarle trabajo, alimento y condenarle a muerte por desatención médica, por parte de la dictadura bolchevique por no reconocer al realismo socialista como único y universal inspirador de las artes plásticas. Pero, obviamente, esa dictadura abarcaba a todos los órdenes de la vida. Asfixiante, intolerable e invivible. La película cuenta esta insoportable agonía progresiva y sobriamente. Excelentes interpretaciones y ritmo narrativo. Ajustada ambientación, estéticamente estimable. Película de dos mil sieciséis, año de la muerte de Andrzej Wadja, que, a sus noventa años, firma una obra vigorosa y más que notable, a pesar de una cierta reiteración argumental.
…Viena y la sombra protectora de Schnitzler, se mostraban acogedoras e intensas; aunque el cielo se mantuviera persistente y fatalmente gris. A las iglesias y recintos cerrados llegaba la mortecina luz del exterior. A medida que avanzo en el tiempo y en experiencia con mi vieja cámara grande, sospecho que, a fin de cuentas, la luz, aún siendo imprescindible para fotografiar y hasta esencial en algunas imágenes, no es lo más importante. Lo que verdaderamente da sentido a todo es la visión, el pálpito que se percibe ante lo que aparece delante de nuestra mirada. La luz no es la cuestión: se puede fotografiar sin que apenas exista; lo que realmente hará que la imagen sea valiosa será la elección y la atmósfera que irradie…
«Nunca será el problema que has escogido, ni el espíritu con que lo trataste lo que convertirá tu obra en imperecedera; más bien serán los personajes que creaste y la atmósfera con que les rodeaste». Arthur Schnitzler