Los acuarios, contenedores de extravagante belleza…
se acaba el viaje. Viernes: por la mañana, convalecientes de la noche; sólo paradas en las esquinas a ver pasar el mundo y a fotografiar un «poquito». Por la tarde: fuimos a ver este pez, lo fotografiamos y nos fuimos a cenar al Barrio Alto, cómo no, pero sin emociones fuertes, ni débiles, ni nada; salvo un guiso de bacalao y otro de arroz con pulpo, gloriosos. El día siguiente, sábado, a casa, pero diciéndonos, una vez más: «…siempre nos quedará Lisboa»
Hoy comienza un nuevo año. Espero terminarlo. Nunca se sabe. También espero llenar todos los días con fotografías y anotaciones dispersas porque, como escribió Jorge Luis Borges: «Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.» Yo hago lo mismo. Tengo imágenes de todos los motivos que describe Borges (como por ejemplo, el pez de hoy), menos de astros; pero aún me queda tiempo para fotografiarlos. Con un poco de suerte, tal vez consiga ver mi cara; o quizá no, porque me olvide de algún elemento clave. Ya veremos.
Termino el mes como lo empecé, con peces. Grandes. Esos que no se pescan ni se comen (supongo), y sólo se miran en grandes peceras también llamadas acuarios. A mí los peces nunca me habían importado demasiado, y ahora, sólo estéticamente. Son bellos. Hasta que no fui a un acuario con mi cámara (2007) no me di cuenta hasta qué punto eran unos animales magníficos, hermosos, misteriosos, que me apetecía fotografiar. Siempre me ha interesado la historia de Herman Melville, Moby Dick, pero no tanto por la gran ballena blanca como por la autodestructiva obsesión del capitán Ahab, por lo de la épica, y por la magnífica película Moby Dick, de John Huston, con un soberbio Gregory Peck, en el papel de capitán Ahab. Me fascinan las obsesiones, y sin son heroicas y autodestructivas, más todavía. Qué mejor manera de morir que cabalgando una obsesión o una proeza!
Después de mi imprudente incursión crítica de días pasados, a otra cosa, pero eso será mañana, cuando se me hayan pasado los efectos de tanto desvarío teórico, de lo que tan poco sé. A mí, la ontología fotográfica, en el fondo, me trae sin cuidado, porque lo que realmente me interesa es llegar al absurdo. Pues eso, dicho queda.