La tierra se movía incesantemente…
LA VIDA INMEDIATA XXVI…Por si fueran pocas las dificultades que tengo para orientarme en el laberíntico mundo de mis fotografías, lo que me sucede de vez en cuando es que no encuentro las imágenes digitalizadas (los negativos están seguro, pero eso me obliga a escanearlas de nuevo). Otro problema significativo es que hay fotos, cualquier foto más bien, que podría juntarse con unas u otras, según temáticas; por ejemplo, esta fotografía podría ir al apartado de texturas, al de paisajes o al de abstracciones, o al de las inespecíficas. Pues bien, la he incluido en el de las texturas, no sin antes dudar. Si la duda la multiplico por miles, da ganas de dejarlo todo empantanado e irme a tomar el sol y a no pensar en nada a ver si así mejora mi salud…
Novela leída hace nada: Sunset Park, de Paul Auster, Anagrama (2010). Excelente. Auster es regular y fiable. Siempre está bien. Punto.Cuenta una interesante historia donde queda patente lo difícil que resulta todo. A todos. Me ha interesado especialmente la historia del padre del protagonista. También el personaje que crea un inverosímil y artístico negocio llamado: El Hospital de Objetos Rotos. No hablaré más de la novela porque carezco de los fundamentos necesarios e imprescindibles para hacerlo, pero sí quiero transcribir la página 109 (en cuatro días de diario, a partir de mañana), sencillamente porque me siento inquietantemente aludido en cuanto a mis propósitos «artísticos«, pasados, presentes y futuros…
SEIS DE ABRIL (la línea del frente sur de Madrid). Nos alejamos de la casa en dirección a unos cerros cercanos: secos, ásperos, grises, inclementes, pero de una belleza precisa, esencial, concreta, palpable. Aún pueden verse en las cimas trincheras prácticamente cubiertas de tierra. Ahora recuerdo que hace muchos años, a mi amigo Carlos Villasante le invitaron a participar en una exposición colectiva de varios fotógrafos de la época (los que fueron llamados -la nueva fotografía española- en los años setenta y ochenta del siglo pasado; ya todos olvidados, o casi) sobre la guerra civil en Madrid. Carlos nos convocó a unos amigos y pasamos un fin de semana localizando y fotografiando en estos parajes. El sábado por la tarde montamos una teatralización frente a un bunker: un mistérico guerrero medieval con espada (tipo templario), el fantasma de la muerte acechando y un niño como presencia y testimonio inquietante de la inocencia (era algo así). Nos quedó muy bien. El domingo por la mañana continuamos con las representaciones alegóricas. Subidos a este cerro, fotografiamos una mano sosteniendo una fotografía de un miliciano, mensajero en moto por una carretera muy parecida a la que discurría bajo el cerro donde nos habíamos encaramado. Aquella fotografía tenía banda sonora, que no era otra que una canción de la época de la república que aludía a un viaje a Madrid, de cuya letra ya no me acuerdo. Todas las fotografías de Carlos para aquella exposición, siempre tan ocurrente y creativo, quedaron estupendamente. Quién se acuerda ya de esas cosas? Supongo que ni siquiera mi amigo, que era el autor…
Encontré las minas a las once y media de la mañana. Se extienden a ambos lados de la carretera que lleva a Puertollano. Primero me dediqué a caminar y mirar por el lado izquierdo, según iba; y luego, al otro lado, también el izquierdo porque volvía. Propósito: ninguno en especial, sólo fotografiar lo que se me ocurriera, y eso hice. No sé dónde me lleva esta vieja manía; supongo que a explicarme un viaje hasta Cabezarados, donde no se me había perdido nada. Hace un tiempo creía en la importancia de las fotografías que realizaba; sí, en las fotografías mismas y en mi supuesto buen criterio y talento. Ya no, ahora sólo creo, y no siempre, en lo que veo o percibo y que puedo fotografiar o no: depende de si llevo mi cámara o no. Sólo soy un aficionado a mirar, que a veces fotografía y que también a veces consigue unas fotografías estupendas, como todo el mundo.
«Yo no sé lo que sé hasta que no me lo dicen mis propias palabras». Antonio Gamoneda. A veces ni así. He convocado a las palabras e incluso a las sensaciones. Y a la memoria. Ni así se me ocurre nada digno de ser escrito. Mi malestar es culpa del dichoso y paranoico guión que sigo con indigna sumisión. La estúpida auto imposición sólo me ocasiona desazón e impotencia; precisamente ahora, que ya sólo es momento para la omnipotencia y la irresponsabilidad. Esta incomprensible reconvención viene a propósito de una considerable cantidad de fotografías, realizadas intermitentemente, a lo largo de muchísimo tiempo y que carecen de conceptos (y a fin de cuentas, qué más da). No tengo palabras para ellas. Llevan toda mi vida fotográfica moviéndose como almas en pena y creciendo inconteniblemente. Son la prueba irrefutable de que algo no funciona bien en mi cabeza. Me pregunto: ¿si has realizado ese inmenso esfuerzo habrá sido por algo, no? No sé, –me contesto- y a continuación entro en una especie de estupor desalentado. El desventurado capítulo agrupa las imágenes creadas a partir de un vago y confuso propósito de acercarme a la consciencia del paso del tiempo: movimiento inexorablemente dramático. Pero no he tenido en cuenta (ni lo tengo, porque sigo insistiendo), que eso no está a mi alcance, a no ser que caiga en el más absoluto simplismo metafórico. Ya decía no hace mucho Manoel de Oliveira (tiene ciento dos años): «El tiempo carece de movimiento, el movimiento está dentro del tiempo. A mí me costó aprenderlo». A mí ni siquiera se me había ocurrido nunca, pero creo que tiene razón. Lo único que puedo constatar es que los motivos que aparecen en las fotografías de este capítulo muestran deterioros irreparables, pero sospecho que eso es otra cosa, que tiene más que ver con los condicionantes físicos que metafísicos. Hasta hoy, cuando escribo estas palabras, al capítulo lo llamaba erróneamente TIEMPO (perdido, tal vez). A medida que he escrito y reflexionado lo he cambiado por MEMORIA. No obstante, espero que la escritura vaya disipando la falta de visibilidad que hay en mi cabeza. La serie:-Tierras cansadas-
Cuando noté un cierto cansancio de lo que veía y me percaté, al mirar por el visor, que empezaba a repetirme, decidí cambiar de escenario: al otro lado izquierdo. Curiosamente, allí, con sólo la carretera de por medio, todo era distinto. Me reanimé y empecé a buscar encuadres entretenidos, como hacía un rato. No pensaba en nada; únicamente me desplazaba de una toma a otra, despacio. Aunque quizá sí flotaba sobre mí la sospecha de que lo que hacía no tenía ninguna trascendencia, ni para mí ni para nadie. Hacía lo que hacía porque no tenía más remedio y sobre todo porque me daba la gana. Vagamente me rondaba una idea que últimamente se está convirtiendo en una hinchazón mental que crece y crece…? Este es un desprendimiento, del lado izquierdo, según volvía, que con el tiempo también crecerá y crecerá.