Y de repente se sintió artista, pero enseguida vino la policía…
Hoy inauguramos la versión web 1.4 de pepefuentes.com, luego estamos de enhorabuena. Contentos del trabajo realizado y del resultado conseguido, aunque todo, siempre, sea susceptible de mejora. Un recorrido de largo aliento por el tempo de realización (cuatro décadas) y por la creación de la arquitectura web (un año). Aparentemente es una tarea titánica y quizá lo sea, pero solo eso. Lo cuantitativo no tiene porqué magnificar lo cualitativo, porque, obviamente, son dos valores diferentes, casi antagónicos. Quizá, lo más importante de este resumen, no sea tanto las fotografías en sí como el esfuerzo de organizarlas con un determinado sentido. Para mí, creador de esta desmesurada criatura, muy probablemente solo ha sido un asidero, un modo de ayudarme a mejorar mi vida. Sin la fotografía todo habría sido mucho peor. Con eso me conformo. Nunca me he considerado “artista” sino tan solo una especie de aplicado artesano alentado por un exigente afán por transcender la dichosa realidad, a la que está tan subordinada la fotografía. Lo decía T.S. Eliot: “El hombre no soporta demasiada realidad”. Todavía no he acabado de fotografiar porque la enfermedad y la muerte han decidido respetarme, por ahora. Lo que sí intuyo es que será mi última versión web, pero eso, al fin y al cabo, es lo de menos. Qué contiene esta nueva versión, a grandes rasgos:
– 6.970 fotografías (todas analógicas)
– 978 series
– 4.921 entradas de diario (foto y texto) desde el 13.3.2004 a hoy (no falta ningún día)
– 162 libros mensuales de diario
En cuanto a los motivos fotografiados, son, simplemente, lo que me he ido encontrando cuando portaba mis viejas cámaras, o lo que se me ocurría, generalmente de forma espontánea y automática. En definitiva, el contenido temático solo es el resultado de mi modo de mirar y entender el hecho de vivir, sin mayores pretensiones o ánimos redentores hacia nada ni nadie. Únicamente he intentado salvarme yo porque para salvar al mundo o a los demás no estoy capacitado.
Próximamente comenzaré la publicación de libros temáticos y la creación de diaporamas.
Por último, agradecer al equipo de Creame su estimable participación en el desarrollo web.
Y lo más importante, esta obra habría sido absolutamente imposible sin la colaboración diaria de Naty, desde hace tantos años ya, por lo que se la dedico a ella con todo mi amor y agradecimiento.
VEINTE DE ABRIL (no escampa, luego seguimos sin poder salir, a pesar del nerviosismo de Charlie)… Sigo elucubrando sobre lo mismo…últimamente fotografío lo que tiene que ver con mis itinerarios cotidianos, pero sin imperiosa necesidad ni nada; si nos tropezamos con un motivo vale, y si no, pues nada, no hay causa ni acción ni movimiento ni nada. Volvemos a casa como si nada hubiera pasado y es que nada ha pasado. Los afortunados encuentros de «temas» deben ser algo así como Nabokov con las mariposas, pero sin contenido científico. Sí, porque el motivo fotografiado tendría que relacionarse con otros parecidos y tener un fundamento filosófico como hacen los artistas (hay un fotógrafo cuya obra se sustenta en prodigiosas fotos de su perro, que no parecen un perro sino tortuosas formas baconianas, pero a mí el Chuchi no me da para tanto) y conjugarse y relacionarse con un cuerpo formal consistente, orientado. Coherente. Una mirada abarcadora y expresiva de unas ciertas coordenadas estéticas y conceptuales (como Salgado con la creación). Bueno, pues no, no es así. Todo es azaroso y arbitrario en lo mío. Y es que me temo que soy un hombre sin contenido, incapaz de sostener una mirada sensible hacia el hecho de vivir. Sin criterios ni educación. Y no es eso solo lo malo, sino que tengo la sospecha de que me repito, de que ya aburre la presencia tantas veces repetida de un individuo anónimo ante su propia y desconsolada soledad, ante su irredento vacío. Pero, me digo o más bien me consuelo: -y qué más da, si a nadie debes explicaciones y nadie te las pide; sí fotografías lo que fotografías, por algo será-…
VEINTE DE ABRIL (epílogo). Básicamente, mis incesantes movimientos están orientados hacia la supervivencia pero, una vez sabido eso, por qué hago lo que hago y no otra cosa, eso sí que no lo sé. Por qué elijo fotografiar lo que fotografío, al borde de la infracción o de la ilegalidad, tampoco lo sé. No, no fotografío cosas bellas (a veces sí, por casualidad) porque el propósito no es encontrar lo bello y tampoco lo feo. Para mí, tanto una cosa como la otra, son inencontrables e incluso indefinibles. Como dijo San Agustín a propósito del tiempo:»cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé», exactamente es lo que me pasa a mí con la fotografía. Tampoco pienso y luego fotografío lo pensado. No me asisten ni las razones ni la premeditación. Tampoco soy fotógrafo, solo alguien que transporta la máquina de hacer fotos y de vez en cuando la utiliza; pero eso no es suficiente para sostener ninguna afirmación categórica de condición, vocación u oficio (los guardias me preguntaron si era fotógrafo y absurda pero coherentemente les dije que no, luego imagino que esa rotunda y contradictoria confesión aumentó sus sospechas). Terminaré con una idea esperanzadora y soleada ahora que ha dejado de llover: -probablemente lo que define mis motivos es la ausencia de propósitos, por lo que, paradójicamente, se erigen en magníficos e inmejorables motivos-.
VEINTE DE ABRIL (digresión ilustrativa sobre un impetuoso trabajo de campo)… Hace unos días, en plena explosión «creativa» inconsciente, de esas que no sé explicar porque me faltan los conceptos, llegaron las fuerzas de seguridad del estado. Me ocurre con frecuencia y no sé por qué. Debe ser porque concito tal magnetismo sospechoso que los atraigo. A primera hora de la tarde, cuando estaba en pleno paroxismo de incontenibles automatismos, en este recóndito lugar (siempre busco parajes y escenarios alejados de las gentes, para que nadie me moleste), divisé a lo lejos un coche sospechoso que titubeó: avanzó, paró, dio marcha atrás… Me dije: -en tres minutos tendré a los guardias metiendo las narices en mi «arte» que no entenderán porque ni siquiera yo lo consigo-. Instintiva e inmediatamente empecé a recoger los bártulos sin explicarme porqué, porque al fin y al cabo no hacía nada malo a nada ni a nadie, salvo a mí mismo provocándome inútiles desasosiegos por no encontrar razones para lo que hago con tanta aplicación. El caso es que sí, que antes del tiempo que supuse, allí estaban dos tipos con uniforme y sobrepeso preguntándome qué coño hacía. Como no lo sabía, solo acerté a decir que fotografiaba. Bien es verdad que era cierto y lo único que yo podía afirmar objetivamente. Pero claro, como era inaudito (incluso para mí), no se lo creyeron y me pidieron el documento de identidad. Uno de ellos se fue al coche a verificar mi relación con el orden y la justicia, supongo, o que no me había escapado de algún centro de reclusión para perturbados mentales, y el otro se colocó cerca de mí en tensión vigilante, firme, sin mover un músculo y sin apartar la mirada de mi atribulada recogida del equipo que había desplegado. Charlie, mientras, iba y venía intentando infructuosamente quitar hierro al asunto y bromeando con los lustrosos guardias, que no le hicieron ni puñetero caso. Era el único que no se tomaba en serio lo que sucedía…
VEINTE DE ABRIL (voy terminando con mis disquisiciones sobre mi falta de conceptos y porque además ha escampado)… Después de bastante tiempo con mi «creatividad» intervenida por las fuerzas de seguridad del estado (supongo que debieron consultar infinitos registros de posibles sospechosos) los guardias dieron su brazo a torcer y me devolvieron el documento diciéndome que no pasaba nada, que todo estaba bien. Se largaron. Eso es lo que ellos creían, porque nada estaba bien: por un lado me dejaron con mis incertidumbres conceptuales y por otro me habían cortado el «rollo» y la concentración y los automatismos y todo, absolutamente todo. Me pregunté atónito el porqué manejar un equipo fotográfico y muchas preguntas me hacía sospechoso, ya que, si hubiera estado tomando el sol en ese mismo lugar, o durmiendo la siesta, sin cámara, ni trípodes, ni preguntas sin respuesta, ni nada, los guardias no habrían metido las narices en mi vida, seguro. No tenía explicación para ese absurdo y tampoco se lo pregunté a los turgentes uniformados. No pude seguir, así que lo dejamos todo como estaba y nos largamos…